Otra vez como cada año con la patria (de ellos) a cuestas. Mi altocargo, que anduvo de Georges Brassens versionado por Paco Ibáñez en su eterna juventud (que la música militar/nunca me supo levantar/no hay mayor pecado/ que el de no seguir al abanderado), celebra la fiesta nacional con el mismo entusiasmo que la Inmaculada Concepción. Peor aún: está más cerca de jurar antes que la virgen María fue concebida por (san) Joaquín y (santa) Ana sin pecado original. Rilke también lo hubiera jurado.

Otra vez tumbados en el sofá, otra vez viernes, otra vez a lo lejos y en la tele y como tradición con Felipe y Zapatero, un abucheo grosero a un presidente socialista el 12 de octubre. No hay debate: ellos son los propietarios y nosotros los inquilinos. Entre la pereza y (perdón) las  ganas de salir corriendo de esta España que sólo es España a su manera, alzad los brazos hijos del pueblo español,

Los 12 de octubre de cada año les amanecen las genealogías y los adeenes y las escrituras de propiedad de la patria, la larga sombra de los ganadores de la guerra, los tanques por las calles de Valencia, las medallas del Willy el Niño, las escrituras  que vienen del Valle de los Caídos y de la tumba de Queipo en la Macarena: todo eso es lo que se puede leer, a poco que te fijes, en las patrióticas pulseras rojigualdas que lucen las muñecas de los pijos y pijas en los restaurantes de lujo y las fiestas de guardar.

Para que no siguiéramos sintiendo la derrota de la imposibilidad de ser (o no ser) españoles como ellos, mi altocargo propuso un ejercicio para becarios de periodismo: a ver, amore, manda a un chico a las barrios ricos de las ciudades andaluzas (Los Remedios, Recogidas, Ejército español, Cerrado Calderón, El Paseo… y manda a una chica a Torreblanca, Barriada de la Paz, La Palma-Palmilla, La Magdalena, La Chanca… Para escribir el reportaje no hace falta una línea. Sólo contar el número de banderas españolas que ondean en los balcones.

Los pobres habrán colgado una o ninguna. Sólo son españoles de atrezzo  mientras  los ricos lo son con enorme entusiasmo y abundancia. No deja de sonrojar  la correlación entre españolidad y dinero. Si eres medianamente rico, eres muy español e incluso español con dos cojones y seguramente católico. Si eres un puto paria, la españolidad suele ser algo que les pasa a los otros, un vago recuerdo de una mili de mierda de chusqueros y paletos borrachos en la cantina del cuartel.

Hace unos meses íbamos hacia la globalización y ahora nos han salido (otra vez) las patrias por las costuras de la geopolítica. La patria suele ser un sentimiento que siempre empieza por el bolsillo.                               

La respuesta está en Steinbeck. El hijo de un hombre  analfabeto que huye de la hambruna provocada por el capitalismo salvaje de la gran depresión de los años treinta del siglo pasado, le dice a un tipo que le pedía su firma: “Cada vez que a mi padre le han enseñado un papel, le han robado algo”. Seguramente le estaban robando la patria.