Lo que hicieron durante años los bancos españoles con las cláusulas suelo fue robar. Es cierto que la justicia lo llama ‘percibir cantidades indebidamente cobradas’, pero cuando un tipo te quita tu dinero haciendo trampa en el contrato puede decirse con bastante propiedad que lo que hace se parece bastante a robar.

Es lo que han hecho los bancos españoles con las cláusulas suelo de las hipotecas, es lo que hacía Volkswagen cobrando a precio ecológico motores contaminantes, lo que hacen las compañías eléctricas con la factura de la luz siempre que pueden, lo que hacen las empresas de carburante subiendo inmediatamente sus precios cuando sube el petróleo pero no bajándolos cuando baja, lo que hacen los bancos británicos cuando manipulan el Euríbor, lo que hacen las telecos con sus contratos abusivos…

Por favor, por favor, por favor

Las sociedades modernas tienen complejas estructuras de detección del fraude que o bien nunca lo detectan o bien cuando lo hacen ya es demasiado tarde. O aún peor: cuando lo pillan con las manos en la masa, el ladrón se pone a lloriquear diciendo que no lo hará más y que por favor, por favor, por favor no le hagan devolver el dinero robado porque entonces tendrá que despedir a miles de trabajadores o pondrá en riesgo la estabilidad financiera del país. Lo que suele ocurrir es que quienes tienen que aplicar la justicia o defender a la gente contra los grandes ladrones, no lo hacen.

En el caso de la cláusulas suelo, el propio Banco de España emitió un informe confidencial deliberadamente alarmista, que cifraba entre 5.000 y 7.600 millones de euros el dinero a devolver, con el propósito de engañar al Tribunal Europeo de Justicia para que no obligara a los bancos de España a devolver lo robado, pues de hacerlo se ponía en riesgo el sistema financiero del país. El Tribunal Europeo no picó, aunque sí lo hizo unos meses antes del Tribunal Supremo, que –por razones patrióticas– limitó drásticamente el volumen del botín a devolver. La cantidad robada se calcula en 4.200 millones de euros.

Robagallinas y defraudadores

Esta vez los han pillado. No siempre se cumple, pues, la leyenda española de que los robagallinas nunca escapan a la acción de la justicia pero los ladrones de cuello blanco siempre lo hacen. Otra cosa es que la delincuencia de cuello blanco tenga sus propios robagallinas. El exalcalde de Jerez Pedro Pacheco, por ejemplo, vendría a ser el robagallinas de la democracia española. Las gallinas que afanó el exalcalde andalucista consistieron en colocar por todo el santo morro en el Ayuntamiento de Jerez a dos militantes de su partido que no acudían a trabajar: cinco años de cárcel por enchufar a dos pollos parecen muchos años para tan pocos pollos. 

Por supuesto, ni uno solo de los tipos que engañaron a los firmantes de las hipotecas va a ir a la cárcel: 4.200 millones son muchos millones, pero como han sido robados poco a poco, por cientos de delincuentes, a muchos pringados, durante mucho tiempo, mediante contrato y sin empuñar un revólver, pues la justicia trata este caso de robo como si no fuera propiamente un robo.

Sobre la prevaricación

¿Prevarican los jueces al encarcelar al desgraciado que le roba a un viandante 50 euros navaja en mano pero no a los listos que roban a miles de desgraciados 4.000 millones contrato en mano? Por supuesto que no prevarican. Decir que prevarican sería casi prevaricar. ¿Entonces? Pues que tal vez quien prevarica es la propia ley, injusta a sabiendas de que lo es. Si en España hay muchísimo robo bancario o fraude fiscal, pero apenas hay banqueros o defraudadores fiscales en la cárcel, la culpa tal vez no sea de los jueces que dictan las sentencias sino de las leyes que les son dictadas a ellos.

Aquí resulta inimaginable que un jugador de fútbol o un gran empresario vayan a la cárcel por haber escamoteado a Hacienda unos cientos de millones de euros. Lo peor que puede pasarles, además del apuro de verse en los papeles, es que tengan que devolver lo defraudado y pagar una multa. La cárcel, rara vez. Los grandes potentados, los banqueros, los fabricantes de automóviles, los dueños de las petroleras, de las eléctricas, de los móviles… solo empezarían a pensárselo dos veces antes de robar –al Estado o a la gente– cuando su delito conlleve inevitablemente prisión. Pero eso es en teoría, claro: en la práctica, cuando los condenaran a prisión empezarían a lloriquear para darnos pena o a amenazar con despidos masivos para darnos miedo, y de nuevo los dejaríamos libres. Los muy cabroncetes siempre acaban ganando.