A los políticos les gusta tirarse el pasado a la cabeza. Ocurre en España, Europa, Estados Unidos y casi todos los países del planeta. El presente se nos va en discutir lo que nos ha ocurrido ayer o anteayer, pero nunca en prevenir lo que se nos viene encima, aunque tengamos datos sobrados para anticiparnos a los desastres del futuro.

Viene todo esto a cuenta de una cuestión tan cíclica como la sequía en el sur de España. Las dos cuencas hidrográficas de las que depende Andalucía: la del Guadiana y la del Guadalquivir están al día de hoy al 31,3 y al 30,6%, respectivamente, de su capacidad. Son las dos más secas de toda España. Incluso la del Segura está mejor con un 35% y a solo tres puntos y pico de la media de sus últimos 10 años, que es el 38,7%.

En el caso andaluz, el agua embalsada en el río Guadalquivir y sus afluentes en 2020 es la mitad de la media de la última década: el 58,7%. Lo mismo ocurre en el Guadiana, cuyas aguas están compartidas con Portugal, que entre 2010 y 2020 ha registrado una media de almacenamiento de agua del 62,5%.

Con estos datos sobre la mesa, lo lógico sería que el Parlamento de Andalucía hubiera declarado ya un estado de alarma hidrológica y tuviera un debate abierto y permanente sobre cómo paliar tan enorme problema. Pero lo único que se ha escuchado hasta el momento ha sido la recomendación de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir a las comunidades de regantes para que sean especialmente cuidadosas en la administración de sus caudales.

Poca cosa, cuando la evidencia científica del cambio climático prevé que la sequía y la desertización se harán crónicas en todo el Mediterráneo y en las latitudes más al sur. Nuestra clase dirigente parece no entender la magnitud del desastre climático que afecta a nuestro principal sector económico, que no es otro que la agricultura. Del sector primario dependemos especialmente en esta crisis pandémica y en un momento en el que se discuten los presupuestos para 2021 y el destino futuro de los fondos europeos para la recuperación.

Las recetas son bien conocidas, otra cosa son las ganas de aplicarlas. Porque ya sabemos lo que el PP pensaba de las desaladoras de Zapatero o lo que el negacionismo de Vox opina de la economía verde y circular.