La ciencia ficción ha sido un género fértil en propuestas en los dos últimos siglos. Hoy, cuando muchas de las ideas vertidas por sus autores más famosos y prolíficos se han hecho realidad, necesitamos hablar de política ficción para plantear nuevas ideas y opciones que rompan con las inercias que nos han llevado a la crisis actual.

Politólogos, investigadores sociales, economistas, expertos y grupos de reflexión abogan desde los inicios del siglo XXI por la necesidad de repensar la democracia, el capitalismo y la economía de mercado tal como las conocemos. Pero, a la hora de la verdad, al poner encima de la mesa de debate propuestas innovadoras y disruptivas con el orden establecido, partidos y líderes de opinión las tachan de utópicas y de política ficción.

La ciencia y la tecnología galopan a buen ritmo a caballo de la innovación, pero no ocurre lo mismo en el campo de la política y por eso crece la desafección entre los sectores más jóvenes y formados. Mariana Mazzucato, directora fundadora del Instituto para la Innovación y el Objetivo Público en el University College de Londres (UCL), es una de esas voces que reclaman a gobiernos, instituciones y parlamentos más valentía, imaginación y creatividad a la hora de enfrentarse a los nuevos retos y problemas de las sociedades avanzadas.

En una de sus últimas entrevistas ha dicho: “Los impuestos deben usarse para incentivar comportamientos concretos” y es esta frase la que me sirve para reivindicar la política ficción a propósito del pago por el uso de las autovías que el Gobierno de España ha previsto en el plan de recuperación enviado a la Unión Europea.

María Jesús Montero, la ministra de Hacienda y portavoz gubernamental, se ha apresurado a decir que la medida se acordará después de escuchar a todos los sectores implicados y la oposición a rechazarla sin más, aunque fue el gobierno de Rajoy quien encargó el primer estudio para implantarla.

Las críticas a esta iniciativa se centran en el encarecimiento del transporte y su impacto en el conjunto de la economía y en el posible aumento de la siniestralidad al desviarse el tráfico de los conductores con menos poder adquisitivo hacia las carreteras secundarias, que son las que registran un mayor número de accidentes.

Pero, en este caso, como pide Mazzucato en algunos de sus libros más recientes, el sector público debe colaborar con el privado y arriesgar y experimentar más en nuevas fórmulas que incentiven comportamientos positivos en la ciudadanía.

Como la implementación del nuevo sistema de pago por uso requerirá una inversión cercana a los mil millones de euros en nuevas infraestructuras (pórticos de control y otros dispositivos, sistemas de gestión,...) cabe plantear una colaboración público-privada con el sector de las aseguradoras, que están embarcadas, a su vez, en el cambio al cobro por el uso real de cada vehículo en sus pólizas con la ayuda de dispositivos que monitorizan los kilómetros recorridos.

Esta sugerencia, que podría ser calificada de política ficción por los resistentes al cambio y la innovación, tendría como ventajas una reducción del precio de los seguros del automóvil, un menor gasto en los sistemas de control al compartir las ventajas del vehículo conectado y, además, podría venir acompañada de una desgravación fiscal y unas rebajas para los vehículos con menos emisiones.

El ejemplo del pago por uso de las autovías ilustra que la política ficción es útil y positiva como lo ha sido la ciencia ficción o lo son hoy los documentales ficcionados, por poner otro ejemplo de transversalización de los géneros.