Malos días estos sí. La gestión de la pérdida de la gente querida es una tarea brumosa para la que no hay manual de instrucciones. La vida sigue ahí afuera dando dentelladas mientras tu cabeza busca paliativos para almohadillar el dolor, para asumir que ya nunca más nunca más.

Mi altocargo y yo estamos en eso, atravesando estas fechas vacías por la desaparición de Pedro en jodido contraste con las ciudades atrezadas de neones y felicidades prenavideñas tirando de la tarjeta de crédito.

Mira, amore, me dice mi hombre con una voz muy rasgada y los ojillos acuosos. Mira, amore, Pedro era la política, un animal político a la manera aristotélica. Un maravilloso y noble animal político.

Los periódicos han repasado estos días su excepcional currículo, su sólida formación intelectual, sus publicaciones reveladoras sobre la involución democrática, su visión de la crisis buscando siempre la protección de los más desfavorecidos, su propensión al acuerdo y a la búsqueda de soluciones realistas.

Los compañeros del partido, del sindicato, los líderes de esa izquierda a veces errática, sus adversarios de todos los partidos sin excepción, sus amigos que eran incontables, acudieron a las redes  a testimoniar la singularidad de Pedro Vaquero en la vida andaluza de los últimos treinta años.

En estas horas en las que los presupuestos se debaten en el Parlamento aprisa y con mantecados, alguien recordaba emocionada que la luz de su despacho seguía encendida cuando todo el mundo ya se había marchado.

Pedro Vaquero se dejaba la piel y la sesera trabajando en unas enmiendas que sabía que no iban a tener ningún recorrido, rechazadas sin miramientos por el rodillo de la mayoría. Pero esa luz a deshoras de despacho en la oscuridad inmensa de las Cinco Llagas era la evidencia de su compromiso con sus votantes y, sobre todo, consigo mismo.

Su vida política no era un postureo, una rampa para ganar imagen mediática o una forma de vivir, como tantos, con la hoja de servicios en blanco a base de decir que no. Su política era tomar partido hasta mancharse sin que ello fuera merma para estar siempre en los puntos de encuentro. Pedro era, en esencia, aquello de Voltaire: la política de verdad consiste en ser virtuoso.

En estos tiempos de bancarrota moral, la memoria de Pedro Vaquero exige reivindicar el mejor nombre de la política y de los políticos. En casa, en los ratos deliciosos de la luz del Mediterráneo, en las sobremesas interminables, incluso ya a cuestas con la maldita enfermedad, todos le andábamos alrededor porque Pedro tenía luz propia.

No sé dónde leía una vez, amore, que aquellos a los que hemos amado hablan de algún modo por medio de nuestra voz.