Pesadilla 1.- El don maestro de la escuela de un pueblo pequeño de un sitio frío del nordeste andaluz saca a mi altocargo a la pizarra y le pide que dibuje una línea curva y una línea mixta. Bueno, le parece una tarea estúpida pero a esos años no se discute la razón de los profesores. Y si lo hacías tu madre de daba un sartenazo donde pillara. Cuando tenía más o menos enmarañado el amasijo dibujado con tiza en la pizarra, don maestro le pregunta:

-¿Qué es eso?

-Una cuna y una niña, lo que usted me ha dicho.

-Yo no te he dicho eso. Te he pedido que dibujaras una curva y una mixta, repito, una línea curva y una línea mixta.

Tres, incluso cuatro décadas después, mi altocargo  escucha con  precisión las carcajadas de sus compañeros. Y sus caras. Todavía con babi, la enorme mayoría.

Pesadilla 2.- Las matemáticas de COU (Curso de Orientación Universitaria); mi altocargo cree recordar que su íntimo amigo Luis, un genio que entendía los misterios de las ecuaciones de tercer grado, le pasó un papel. El acuerdo, sin necesidad de notario, fue: tú me apruebas las matemáticas y yo te paso a Tito Livio (Ab urbe condita). Cada vez que se acuerda de aquel papelito que copió, mi altocargo sufre la pesadilla de que alguien, vestido de negra sotana y atronadoramente, le señala con el dedo y le recuerda que no ha aprobado las matemáticas de COU. Muchas madrugadas después, delante de su conciencia,  mi altocargo creyó destripar el misterio: el profesor lo sabía y se hizo el loco y miró para otro lado. Y entonces se duerme.

Pesadilla 3.- Sociología de tercero. Ella es una joven profesora. Él un imberbe triturado por la gran ciudad. Él protesta un examen. Ella no se lo compra. Bueno, dice él, de todas formas me voy. Eso no serás capaz de hacerlo, tienes que luchar por lo que has venido a hacer, dice ella. Yo vine al sitio equivocado, todo es soledad y horas de vagones de metro, dice él. No te rindas, dijo ella. El cerró la puerta del despacho de ella con mucha suavidad y alguna lágrima. Dos meses después fue a recoger la papeleta de su examen final. Notable. En interminables duermevelas, ella se convierte en una prestigiosa catedrática que le dedica una sonrisa: sabía que no habías estudiado lo suficiente pero también que lo conseguirías.

Pesadilla 4.-Haz un máster, coño, que lo hace todo el mundo. No sé, no sé, ¿y eso para qué sirve? Coño, para qué va a servir: ningún currículo actual baja de setenta páginas. Bueno, el mío tiene quince reglones y no me ha ido mal. Pero no ves que todos los de tu perfil tienen un máster y no eres nadie sin eso. Total que se puso a hacerlo mi altocargo y también le dieron un diploma y una cena y un baile en un sitio cerca de la playa, después de pagar un pastón por la matrícula. Algunos amaneceres de invierno, mi altocargo cree que se está meando pero que no puede ir al baño porque los profesores del máster no lo dejan.

Pesadilla 5.- Los ricos también tienen niños listos y niños tontos. A los listos los hacen empresarios y herederos. A los tontos (léase vago, torpe, similar), les buscan un colegio muy caro, una universidad privada muy cara y un título muy caro. Los ricos han inventado los colegios privados caros y las universidades privadas caras para que sus hijos no se tengan que juntar con la grasa del chopepor de los públicos y, sobre todo, para emparentarse con sus pares. Todo esto en nombre de la libertad…De su cuenta corriente. Muchas más veces de las que desearía, mi altocargo se despierta entre sudores culpándose de ser demasiado socialdemócrata y de que el negociado de la libertad debería tener algún dique en esto de comprar titulaciones.

Pesadilla 6.- Una aplicación inventada  por unos niñatos con el cuerpo apretujado de tatuajes descubre que la carrera académica de mi altocargo es un mojón. Cuando consigue despertarse entre temblores, no pone ni la radio. Por si hoy le toca a él.