Tal vez sea cierto que Pedro Sánchez es el nadador con mayor capacidad de resistencia de la democracia española, pero cuando la piscina se queda sin agua ni el más vigoroso de los nadadores es capaz de mantenerse a flote.

La legislatura que arrancó hace ocho meses con la moción de censura que llevó a Sánchez a la Moncloa es un buque escorándose imparablemente hacia el abismo sin que el capitán dé signo alguno de temor, inquietud o nerviosismo.

Convoca, Pedro, convoca

La extravagante figura del relator para mediar en la inexistente mesa de partidos ha hecho prender el barril de pólvora que el presidente venía cebando desde el otoño pasado, cuando históricos de su partido a los que pidió opinión le aconsejaron que era el momento de convocar elecciones.

Los independentistas no se movían de su maximalismo algo cerril, el PSOE estaba en un buen momento en las encuestas, Sánchez había formado un Gobierno de mucho lustre y bastante consistencia y, además o sobre todo, había prometido convocar elecciones cuanto antes.

Octubre o noviembre era el momento, pero el presidente lo dejó pasar.

La fecha menos mala

A partir de ahora, opte por la fecha que opte –abril, mayo u octubre–, la elección ya no será enteramente suya. La ruptura con sus socios de investidura lo deja sin margen de maniobra, o si se quiere, con un margen de maniobra ficticio donde lo que tiene que decidir no es cuál es la mejor fecha, sino cuál es la menos mala.

Alcaldes y presidente autonómicos no quieren superdomingo porque temen que los electores propinen en su trasero municipal la patada que querrían darle a Sánchez. No quieren coincidencia, pero si el presidente opta por ella tendrán que comérsela sin rechistar porque no hacerlo sería contraproducente para todos.

Vuelta a 2015

El final de la legislatura devuelve al PSOE a la casilla de salida de diciembre de 2015. Fue entonces cuando empezó todo. Tras las elecciones del 20-N que dieron a Mariano Rajoy una victoria insuficiente para repetir en la Moncloa, el Comité Federal cortó en seco las esperanzas de Sánchez de convertirse en presidente con los votos de Podemos y los secesionistas.

El líder socialista no pudo hacerlo entonces, pero sí dos años y medio después, en junio de 2018 y tras haber impuesto 13 meses antes su autoridad indiscutible en el partido ganando las primarias a la candidata de quienes el 28 de diciembre de 2015 habían dibujado la línea roja que el Comité Federal aprobó por abrumadora mayoría. ¿Cómo quedaría hoy aquella votación?

Jugada de alto riesgo

Ocho meses después del triunfo de la moción de censura con el apoyo de los vetados en 2015, parecemos asistir a un cierto dejà vu. El Comité Federal del día de los Inocentes de hace cuatro años tenía razón: aliarse con determinada gente era una jugada política de altísimo riesgo, entre otras cosas porque el grueso del electorado socialista ni lo entendería ni habría manera de explicárselo.

Los ocho meses de Gobierno socialista sostenido por Podemos y el independentismo catalán no han sido una ruina para España ni el presidente ha vendido la soberanía nacional por un plato de lentejas. Simplemente, Sánchez no ha cedido –de ninguna manera podía ceder– a las imposibles exigencias del secesionismo y éste se apresta ahora a firmar la orden de desahucio de la legislatura.

El ibuprofeno

El problema de esos ocho meses es el desconcierto provocado por el Ejecutivo en gran parte del electorado socialista, estremecido al contemplar cómo la gobernabilidad del país quedaba a expensas de los mismos políticos a quienes el máximo órgano del PSOE entre congresos había vetado dos años y medio antes.

Desinflamar el cargado ambiente catalán era una buena idea en junio de 2018, lo es ocho meses después y lo seguirá siendo en el futuro, pero cuando la supervivencia de los administradores del ibuprofeno depende de la santa voluntad del paciente que debe tomarlo, es éste y no aquéllos quien lleva la batuta.

Los cuñados

Después de octubre pasado, muchos votantes socialistas tenían el alma en vilo. No se identificaban con la estrategia de Pedro. Les costaba defender ante sus inevitables cuñados las razones del presidente para no convocar elecciones y seguir mareando una perdiz que a esas alturas ya debería haber estado en el plato.

No es probable que Sánchez esté haciendo todo lo que está haciendo simplemente para alargar su estancia en la Moncloa. No importa demasiado que no sea así: lo que importa es que lo parece.