El presidente de la Junta y el Partido Popular de Andalucía han descubierto que el andalucismo es un negocio político de alta rentabilidad. El Partido Socialista lo descubrió mucho antes y con gran éxito de crítica y público, hasta el punto de acabar por arrebatarle la bandera blanquiverde al Partido Andalucista, cuyas luchas internas y vaivenes ideológicos ayudaron decisivamente a desacreditar una siglas nacidas para honrar el legado político de Blas Infante.

El Partido Popular se ha propuesto sustituir al Partido Socialista como heredero y usufructuario del andalucismo, que Moreno adjetiva de “moderno” para disimular su interesada apostasía del credo centralista que predica la dirección nacional del PP cuando gobierna pero, sobre todo, cuando no gobierna.

El juego no es nuevo. Resumiendo mucho cabría decir que lo inventó con éxito Jordi Pujol en los años años 80 cuando estalló el caso Banca Catalana, de cuya instrucción judicial logró salir indemne, utilizando como coraza la bandera cuatribarrada. El siguiente presidente autonómico en practicar exitosamente el juego del agravio y la bandera fue Manuel Chaves a partir de 1996, cuando en España gobernaba Aznar y el PSOE intentaba recuperarse de la conmoción de haber perdido el poder tras 14 años en él.

Dados cargados

La Conferencia de Presidentes, celebrada ayer en Salamanca, era un buen escenario para que Moreno exhibiera su flamante andalucismo y el presidente lo ha aprovechado. En su opinión, la reunión habría sido "decepcionante" porque el Gobierno ha mantenido previamente a ella encuentros bilaterales con Cataluña y el País Vasco.

En realidad, se trata de una bilateralidad que existe de forma institucionalizada para todas las comunidades autónomas, y en eso no lleva razón Moreno, pero se trata también, y en esto sí la lleva, de una bilateralidad ventajista y algo viciada que podría compararse con una partida de Sánchez contra Urkullu y Aragonès en la que los dados están cargados a favor de los dos presidentes periféricos y por eso siempre ganan.

Como siempre en política, lo preocupante desde el punto de vista de la solidaridad interterritorial no es que ganen, sino cuánto ganan. La palabra clave es de nuevo cuánto. Y Moreno cree, naturalmente, que lo que Cataluña y el País Vasco ganan es demasiado, que es por cierto lo que denunciaba la oposición que ocurría en la legislatura 1996-2000 que presidió el primer José María Aznar.

Más que la reunión de Sánchez con Urkullu, previa a la Conferencia de Presidentes y donde Vitoria ha vuelto a ganar llevándose para sí la competencia recaudatoria de varios impuestos, lo que a Moreno le irrita es el buen trato que el Gobierno da a Cataluña pese a la ausencia de Pere Aragonès en la Conferencia.

Equidad, igualdad, fraternidad

A esto se suma, según Moreno, el hecho de que el Gobierno central vaya a mantener el lunes una reunión bilateral con el Ejecutivo catalán, cuyo presidente, Pere Aragonès, se ha negado a asistir a la reunión multilateral de hoy. Para Moreno, lo que está ocurriendo con ambas comunidades no es en absoluto "razonable" y, sin duda, "algo está fallando" porque el Gobierno central no está dando un trato de "equidad e igualdad" a todas las comunidades.

“Andalucía no va a permitir privilegios; no podemos permitir que se den más recursos a las comunidades más ricas en detrimento de las más pobres” advertía Moreno, aunque sus advertencias no inquietan demasiado a la Moncloa. Al fin y al cabo, la debilidad del andalucismo de Moreno es la misma de que adolecía el andalucismo de Chaves, Griñán o Díaz: su renuncia a las hostilidades cuando en España gobiernan los suyos. 

El discurso victimista del presidente andaluz no caía, sin embargo, en terreno abonado. La simiente del agravio sembrada por Moreno no podía fructificar porque Sánchez se había anticipado astutamente con un doble anuncio.

El primero, la llegada inminente de 3,4 millones de dosis adicionales de vacunas, lo que garantizará que a finales de agosto se alcance el 70 por ciento de la población vacunada, que es el porcentaje estipulado como garantía de la inmunidad de grupo; el segundo, la concesión a las comunidades autónomas de 10.500 millones de euros de los fondos europeos, una cantidad equivalente al 55 por ciento de la cantidad total que España recibirá de la Comisión Europea este año.

La forja de una espada

El doble anuncio de Sánchez –vacunas y millones– convertía en agua de borrajas el dictamen de Moreno y del PP según el cual la Conferencia había sido “decepcionante”. No es cierto que lo haya sido. Sí va bien encaminado, en cambio, el reproche de distintos presidentes autonómicos de que la Conferencia de Presidentes es una institución que está por afinar para que sea realmente eficaz: es preciso, argumentan, que tenga un reglamento detallado y que haya reuniones previas con intercambio de posiciones y documentos, por ejemplo.

Ciertamente, la Conferencia no ha resuelto –ni tiene instrumentos para hacerlo– el gran problema estructural de fondo que tienen las autonomías: el sistema de financiación autonómica. El actual convierte en perdedoras netas a comunidades como Andalucía o Valencia.

Moreno querrá dar su gran batalla en ese terreno envuelto en la bandera andalucista, para lo que cuenta con una espada cuya principal virtud es que fue forjada, en 2017, en las fraguas del Parlamento de Andalucía con la participación de todos los grupos políticos a excepción del Ciudadanos, aunque, al haber menguado tanto el respaldo popular a la formación naranja, su rechazo al sistema de financiación propuesto por la Cámara resulta hoy políticamente irrelevante.

El de la financiación es un frente lleno de aristas. Andalucía quiere más fondos porque tiene más población y atenderla es más caro, pero comunidades como Aragón o las Castillas también piden más dinero porque están despobladas y eso hace más costosa la prestación de servicios. Cuadrar ese sudoku es complicado pero no imposible.