Toda herencia tiene algo de veneno escondido y cuanto más grande es su cuantía más tóxica resulta su digestión. En política, la herencia recibida es la coartada perfecta para culpar a los antecesores de distinto signo en el cargo de los errores propios hasta bien entrado el mandato. En los casos más recalcitrantes, la muletilla se emplea durante toda la legislatura sin el menor sonrojo.

Los legados sean del signo que sean llevan en su seno la semilla de la discordia y el conflicto, pero si lo que se deja a los sucesores son intangibles como ideas o actitudes perversas la reparación del daño moral o mental causado se hace muy difícil.

El conservadurismo es muy proclive a exonerar a los herederos de cualquier obligación fiscal respecto a lo recibido al no querer ver que toda herencia incrementa la desigualdad natural de los que la reciben. Amparándose en que los delitos no se heredan, los conservadores cultivan la desmemoria histórica en frentes muy diversos: para ellos la herencia colonial, imperialista o esclavista es “leyenda negra” o simple revanchismo de los menos afortunados a lo largo de la historia.

La alianza secular entre el poder armado y las jerarquías religiosas nos ha legado una cultura envenenada de patriarcado, sexismo y violencia a la que no es fácil encontrar un antídoto eficaz, pese a los avances registrados en la extensión formal o legal de los derechos humanos.

Las herencias más terribles son las dejadas por las dictaduras y por los extremismos de toda condición. Como decíamos al comienzo de estas líneas, la perversión ideológica es la que entraña una mayor dificultad para su desenmascaramiento. En la actualidad, la industria mediática de la falsedad, que ha echado sus raíces en las tupidas redes sociales, es la que ha contribuido al legado letal de políticos filodictatoriales como Trump, Erdogan o Putin, quienes han incrementado su base electoral en los últimos comicios celebrados en sus respectivos países.

Biden y su electorado demócrata tienen un reto formidable en los próximo cuatro años, que no es otro que el de recuperar a los negacionistas de la evidencia para el diálogo democrático en las instituciones y al nivel de la calle y de los hogares.