Ni siquiera la poco disimulada indulgencia de los medios conservadores ha impedido que trascendieran los errores en la gestión autonómica de la crisis alimentaria por carne contaminada ni que se evidenciaran las contradicciones y lagunas en el relato de la misma que el Gobierno andaluz ha intentado colocar en el siempre despejado mercado informativo de agosto.

La película

Si la crisis alimentaria/sanitaria de la listeriosis fuera una película cuyo guion se hubiera escrito en los despachos del palacio de San Telmo, el Gobierno andaluz se habría apresurado a asignarse el papel de bueno, al Ayuntamiento de Sevilla le habría tocado el papel de feo y a la empresa Magrudis el papel de malo.

¿Magrudis el malo? Sí, el malo malisimo aunque en los primeros compases de la película el consejero Jesús Aguirre despistara bastante al público al pintar a Magrudis como víctima de la mala suerte y no como lo que el desenvolvimiento de la trama mortal ha demostrado de modo inequívoco: como alguien que se había saltado las reglas y puesto en peligro la vida de muchas personas.

Yo no he sido, yo no he sido

Cuando la analítica confirmó cuál era el alimento contaminado y se decretó la alerta alimentaria el pasado 15 de agosto, o los estrategas de San Telmo estaban de vacaciones o creyeron que era una buena idea echarle la culpa a otra institución.

Fue el primer error de bulto, como bien cualquier político que haya tenido que compartir con otros la gestión de una crisis, llámese ébola, gripe aviar o rotura de la presa de Aznalcóllar junto a Doñana: cuando la gente tiene miedo, lo último que quiere es ver cómo se pelean quienes están al mando mientras no dejan de gritar ‘¡yo no he sido, yo no he sido!’.

No me llames Jesús, llámame Braulio

Esa otra institución era la Corporación Local de Sevilla, pero la razón principal de que la Junta la responsabilizara –primero de identificar erróneamente la carne contaminada y después de facilitarle “con cuentagotas” la información– no es que se tratara de otra institución, sino que se tratara de una institución con un color político distinto del de la Junta.

Resulta no ya inimaginable, sino metafísicamente imposible que el Gobierno andaluz hubiera dicho las cosas que ha dicho contra el Ayuntamiento hispalense si su alcalde hubiera sido el popular Juan Ignacio Zoido y no el socialista Juan Espadas.  

La dificultad de señalar directamente a Magrudis como culpable la había creado el propio consejero Aguirre al contemporizar temerariamente con la empresa y no salir de su boca ni el más leve reproche hasta ya bien entrada la crisis.

Como a aquel Braulio inmortalizado por Larra, Jesús Aguirre vendría a ser nuestro ‘castellano viejo’ del Gobierno andaluz, el hombre enemigo de cumplimientos que “tiene trocados todos los frenos” y para quien “el lenguaje de la finura es poco más que griego”.

La hora de la verdad

¿Han hecho correctamente las cosas la Junta de Andalucía, responsable última en materia sanitaria y alimentaria, y el Ayuntamiento de Sevilla, responsable de la inspección? Ambos dicen que sí, pero un sistema institucional serio no debe dar por buena su palabra, sino investigar con rigor si ha habido algún error significativo en la detección administrativa, seguimiento epidemiológico y tratamiento médico de la crisis, así como en la coordinación institucional para detectarla, contenerla y tratarla de la manera más eficaz posible.

Una organización de consumidores de la solvencia técnica y el prestigio profesional de FACUA considera “un absoluto caos el descontrol de Junta y Ayuntamiento sobre la actividad de Magrudis”.

Si el Parlamento andaluz fuera capaz él mismo de hacer bien su trabajo, se esmeraría es esclarecer lo sucedido y proponer mejoras jurídicas y administrativas si es que cupiera proponerlas, pero demasiado bien sabemos que los grupos parlamentarios se preocuparían mucho más de publicitar la filiación política de los pecadores que de identificar la gravedad y alcance de los pecados cometidos, que a la vista de lo conocido hasta ahora no han sido pocos.

La frase del presidente

Por lo demás, es obvio que Juanma Moreno fue mal aconsejado cuando, en su comparecencia de esta semana tras bastantes días desparecido, dijo nada menos que esto: “Estamos escribiendo un nuevo relato en la lucha contra la bacteria en el mundo” .

El hecho mismo de haber pronunciado el presidente una frase tan impropiamente hiperbólica esa mientras tres contagiados habían muerto, cinco mujeres habian abortado y un centenar de pacientes permanecían hospitalizados indica que en el palacio de San Telmo no reinaba precisamente un espíritu autocrítico, sino más bien todo lo contrario: un clima como de campaña electoral, como si la listeriosis fuera no una infección mortal sino un escenario del que era posible obtener réditos electorales con cierta facilidad.

Moreno no tiene por qué saber todo eso: al fin y al cabo, no se es presidente por ser el más listo, sino que se es el más listo por ser presidente. Quien sí tenía que saberlo es su consejero de Presidencia y cerebro gris del Gobierno autonómico, Elías Bendodo, que tampoco ha estado a la altura de las capacidades que se le atribuyen. San Telmo debería ir pensando en renovar su equipo de guionistas.