“Si usted lo único que sabe hacer es traerme a Vox todas las sesiones, es que tiene poco que aportar y demuestra su incapacidad para hacer oposición”. Esta es resumidamente la respuesta que el jueves pasado le dio el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno, a la socialista Susana Díaz en la sesión parlamentaria de control al Gobierno.

Minutos antes, la expresidenta le reprochaba al presidente estar “poniendo la dignidad del pueblo andaluz en manos de una ultraderecha que aporrea micrófonos, insulta al adversario y jalea a un grupo de militares nostálgicos del franquismo”.

La dirigente socialista tiene tan buenos y fundados motivos para poner el foco sobre la extrema derecha que apoya al presidente como los tiene éste para enmascarar un respaldo del cual depende su mandato, pero cuya visibilidad excesiva empañaría la imagen de moderación predicada por los estrategas de San Telmo.

La guerra del olvido

Si Moreno procura por todos los medios cohonestar su publicitado centrismo con la tutela insoslayable de Vox a sus políticas, la oposición del PSOE y Adelante intenta que la Andalucía de izquierdas –sociológicamente mayoritaria todavía– no olvide que el Partido Popular y Ciudadanos están blanqueando a una extrema derecha denigrada en Europa por los mismos conservadores y liberales en cuya familia ideológica se encuadran azules y naranjas ibéricos.

Díaz necesita que su electorado no olvide a Vox y Moreno necesita hacérselo olvidar. De ahí que el presidente sude tinta y la expresidenta se frote las manos cada vez que Vox trasluce sus inclinaciones autoritarias, evidencia su aborrecimiento al feminismo o clama contra el Estado autonómico.

En ese sentido, el Gobierno estaría haciendo su trabajo de hacer olvidar mejor que la oposición el suyo de hacer recordar: recién cumplido el segundo aniversario de las elecciones que, merced al elevado abstencionismo de las izquierdas, desalojaron al Partido Socialista de San Telmo, las encuestas presagian un nuevo triunfo de las derechas.

Un eficaz antidepresivo

No obstante, todos los jugadores en liza saben que una participación masiva podría dar al traste con esa previsión demoscópica. No hay mejor antidepresivo que Vox para reanimar al votante de izquierdas.

El desenlace final de la batalla está por decidir, pero parece indiscutible que por ahora la derecha lleva ventaja. Y no solo porque, importunado por su pasado, el Partido Socialista ande todavía buscándose a sí mismo tras la debacle del 2-D o porque Adelante esté sumido en una agudísima crisis o incluso porque, sensibles a la liberalidad publicitaria de la Junta, los medios andaluces de referencia sean tan indulgentes con San Telmo: más allá de todo ello, Moreno va ganando la batalla y se está asentando como político "centrista y moderado" porque Vox se lo permite.

A por la segunda plaza

No es por parte de Vox, claro está, una cuestión de generosidad, vocablo ajeno al diccionario de la política. Los ultras andaluces tienen buenos motivos para actuar como actúan: todas las encuestas certifican que el número de votantes autonómicos de Vox no mengua, sino que aumenta.

El momento más delicado para el Gobierno andaluz de PP y Cs fue cuando, a principios de este año, Vox le exigió que llevara a las aulas el compromiso de imponer el ‘pin parental’, que daría a los padres capacidad de veto de determinados contenidos del currículum escolar. Vox envainó finalmente su espada flamígera y evitó incendio. En San Telmo respiraron con alivio.

Hoy por hoy, en Andalucía Vox no necesita ser más Vox de lo que ya es. El hundimiento, parece que imparable, de Cs le garantizaría en las próximas elecciones la segunda posición en la jerarquía de las derechas y, en consecuencia, la posibilidad cierta de ocupar en el Gobierno andaluz la plaza que hoy luce el partido naranja.

Poco ruido, bastantes nueces

Entonces, tras las próximas elecciones, sí habrá llegado su gran momento. Pero para ello la derecha debe logar más escaños que la izquierda, así que mejor no espolear a los votantes de ésta negando la dictadura franquista, exigiendo pines parentales o sugiriendo despidos masivos de empleados públicos.

Incluso en una materia tan de Vox como la memoria histórica, los ultras se dan por satisfechos con el recorte -sin prisa pero sin pausa- de las partidas destinadas a la exhumación de fosas o el movimiento memorialista.

Y lo mismo sucede con las políticas de igualdad: les gustaría, sí, que la consejera Rocío Ruiz (Cs) fuera destituida, pero a la postre ésta les está dando menos guerra de la que temían. No en vano es difícil escucharle a la titular de Igualdad algún reproche explícito a los ultras.

Vox está obteniendo un volumen no espectacular pero sí provechoso de nueces sin hacer demasiado ruido. El partido ultra suele irrumpir en los telediarios nacionales más de la mano de la anécdota que de la categoría. Es noticia cuando su portavoz Alejandro Hernández manda a “tomar por culo” a la presidenta del Parlamento o se burla del “invento” de la patria andaluza y de su “padre” Blas Infante.

Salidas de tono, anécdotas que incomodan a San Telmo, engordan las redes sociales y dan de comer al periodismo, pero que no espantan a los votantes del PP, no rebajan el atractivo ultra en la Andalucía conservadora y no sacan de su letargo a la Andalucía progresista.