El obtuso machismo del pasado era propenso al juego de ‘a ver quién la tenía más larga’. La política del presente parece haber heredado ese espíritu competitivo practicando el juego no menos fútil de a ver quién consigue tener el Gobierno más pequeño apurando al máximo el número de cargos públicos, como si el hecho de tener menos ministros, consejeros o directores generales fuera garantía de algo.

La demagogia es un monstruo de múltiples caras, algunas de ellas tan pueriles como esta carrera de los políticos prometiendo a sus seguidores que, el día que ellos gobiernen, habrá menos políticos. Los gobernantes que juegan ese juego –inventado por la derecha pero practicado también por la izquierda– no se avergüenzan explícitamente de ganarse la vida dedicándose a la política, pero actúan como si se avergonzasen: prometen menos políticos como quien promete menos parásitos, menos mangantes o menos enchufados.

Las dificultades que está teniendo el presidente de la Junta para hacer la crisis, remodelación o ajuste de Gobierno que viene reclamándole su vicepresidente Juan Marín se encuadran en ese contexto estúpidamente austericida que Vox puso como condición para sentar a Moreno en el palacio de San Telmo.

Las razones de Marín

Se dice que Marín quiere ampliar el número de consejerías de Cs para ganar adeptos dentro del partido, donde su liderazgo estaría en entredicho por su progresivo alejamiento de Inés Arrimada y su política de apaciguamiento con los socialistas. Tal vez.

Pero, sin tener por qué dejar de ser cierta tal conjetura, también resulta evidente que hay razones puramente funcionales y de práctica administrativa que aconsejan dividir en varias consejerías el megadepartamento que dirige Marín, con competencias en Turismo, Regeneración, Justicia y Administración Local.

Recuérdese que, además de consejero de todo eso, Marín es vicepresidente, si bien se trata, como en Estados Unidos, de un vicepresidente de nada, un vicepresidente al que, empezando por él mismo, nadie considera el número dos del Gobierno andaluz porque todos saben que ese número dos es el consejero de Presidencia Elías Bendodo y no él.

Más allá de que desee ampliar su nómina de leales dentro del partido –a fin de cuentas no hay gobernante no lo desee–, tiene razón Marín en proponer una reestructuración del Ejecutivo que amplíe el número de consejerías, aunque ello conlleve un aumento del gasto público en sueldos de altos cargos.

Una política sin políticos

El problema de la ampliación que quiere Marín tal vez no se llame Moreno sino que se llame Vox: es probable que el presidente tema, más que desdecirse a sí mismo –a lo que cualquier político que llega al poder está perfectamente acostumbrado–, tema contrariar a la extrema derecha, a cuyo público siempre le ha gustado escuchar que la mejor política es la que se hace sin políticos.

La formación ultra dejó bien clara su posición en un comunicado difundido el pasado día 17: “No apoyará nada que vaya a suponer un mayor gasto público en un tiempo de crisis que obliga al Ejecutivo andaluz a un mayor ejercicio de austeridad y responsabilidad".

Si la remodelación del Gobierno que ultima Moreno a instancias de Marín se lleva a cabo sin ampliar el número de consejerías y, en consecuencia, de altos cargos, el fracaso habrá sido de Marín, pero el éxito no habrá sido de Moreno sino de Vox.