El asalto del día de Reyes al Capitolio ha evidenciado la infiltración de la ultraderecha en la policía y el ejército norteamericanos. Como todos los problemas, éste se ha agudizado en los últimos cuatro años de mandato de Trump que, como comandante en jefe, retrasó todo lo que pudo la intervención de la Guardia Nacional en Washington. Hasta hace una semana se habían contabilizado más de una treintena de miembros de distintas fuerzas de seguridad como participantes en la insurrección.

La extrema derecha, el supremacismo blanco y las milicias libertarias están detrás de la pasividad ante el intento de golpe de estado del 6 de enero y sus protagonistas, de la dureza a la hora de reprimir las manifestaciones contra la injusticia racial del año pasado y de la connivencia con otros muchos episodios de “terrorismo doméstico” que buscan una guerra incivil.

Pero el problema de la infiltración de la extrema derecha en policías y ejércitos no es exclusivo de los EEUU, es un fenómeno planetario que se da en los cinco continentes. En la Unión Europea, Alemania es uno de los pocos países que reconocen la penetración de la extrema derecha neonazi en la oficialidad de su ejército y en la policía.

En España, la militancia de Vox se nutre en buen número de oficiales y miembros de los cuerpos de seguridad y de los tres ejércitos. La pasividad de la policía ante las manifestaciones de los cayetanos llamó la atención por su contraste con la contundencia ante las manifestantes de la izquierda radical ante la Asamblea de Madrid. Hace poco tiempo nos hemos asustado con los chats de militares en la reserva que hablaban de matar a 26 millones de españoles que no piensan como ellos.

Las tramas ultras son conocidas en casi todos los ejércitos del mundo, pero en los últimos cuatro años han crecido con el riego del dinero de las redes trumpistas. Los llamados “poderes fácticos” (patronales, ejércitos e iglesias) han sonreído por debajo de las mascarillas con el auge del populismo derechista.

Como pasó en Madrid con el 23F, la democracia ha prevalecido en EEUU frente a los cuernos y las dentelladas de la bestia, pero no hay nada seguro ni conquistado para siempre. Los parlamentos y los gobiernos deberán afrontar el problema con transparencia y valentía antes de que sea demasiado tarde.