Tiempos difíciles para el socialismo andaluz y su secretario general. Es fácil imaginar a un dubitativo Juan Espadas sosteniendo una calavera al modo del príncipe Hamlet y recitando su célebre monólogo al tiempo que bracea con la otra mano contra el torbellino de la vida:

“Votar sí o votar no, he aquí la cuestión. ¿Que es más elevado para el partido, sufrir los golpes y dardos que nos depararía la airada fortuna si hubiera un adelanto electoral o tomar armas contra el piélago de inercias, suspicacias y anatemas socialistas sobre el Partido Popular y, haciéndoles frente, acabar con ellos? Consentir, impedir, tal vez esquivar…”.

Chanzas aparte, la idea que va tomando cuerpo en la opinión publicada, antesala de la pública, es que Juan Espadas sopesa facilitar la tramitación del Presupuesto de la Junta de Andalucía para 2022 no porque quiera inaugurar una forma más humana y más serena de hacer oposición, sino porque quiere evitar a toda costa que Juan Manuel Moreno apriete el botón nuclear del adelanto de las elecciones.

No quiere ello decir que en la cabeza de Espadas no ocupe un lugar relevante el deseo de hacer política de una forma menos crispada y sectaria. Mucha genta lo desea también. Solo quiere decir que el relato urdido en la sala de máquinas de un partido solo cobra vida y se hace un hueco propio en la maraña de relatos que se ofertan en el mercado de la política si –y solo si– es creído, compartido o al menos consentido por un número lo bastante abultado de ciudadanos.

Hoy por hoy, para el Gobierno andaluz tiene un coste político menor cumplir las condiciones del PSOE que aceptar las que pone Vox, y eso que el partido ultra se está limitando a exigirle a Moreno que cumpla los acuerdos firmados con ellos en materias como inmigración, memoria, leyes de género o administración paralela. En San Telmo parecen opinar que si cumplen a rajatabla lo firmado con Vox quedarían atrapados en la órbita de un populismo reaccionario de impredecibles consecuencias electorales.

Los ultras se quejan de que mientras Casado habla en Madrid de “derogar leyes ideológicas”, Moreno hace aquí todo lo contrario. No les falta razón. Como no le faltan buenos motivos a Moreno para incumplir lo pactado con ellos: más allá de que el Barómetro de Elías Bendodo haya podido excederse al atribuir al presidente una histórica puntuación popular de 6,6 que jamás alcanzaron Felipe González, José María Aznar o Manuel Chaves en sus épocas doradas, es inequívoco que la figura de Moreno no suscita rechazos preocupantes en los votantes de izquierdas y de ahí que su valoración general supere con holgura el aprobado.

Si Moreno se decidiera claramente a jugar con las cartas xenófobas o antifeministas que reparte Vox, es seguro que su popularidad se vería significativamente mermada.

En cambio, para el PP las condiciones presupuestarias del Partido Socialista tienen, sin llegar a ser un chollo, un precio político perfectamente asequible y su tasa de rentabilidad electoral parece prometedora: en las próximas elecciones, Juan Manuel Moreno podría presentarse ante los andaluces ataviado con los ropajes ya algo desteñidos pero reconociblemente socialdemócratas con que Manuel Chaves ganó las elecciones durante más de dos décadas. Y quien le habría cortado ese traje a su medida habría sido el sastre Espadas.

Es, pues, indiscutible que para los socialistas andaluces es una jugada de riesgo facilitar al Gobierno conservador los Presupuestos, ya sea votando a favor, ya absteniéndose: no se haga San Vicente muchas ilusiones sobre la diferencia entre el sí y la abstención; Izquierda Unida de Extremadura se las hizo hace una década cuando se abstuvo en la investidura del popular José Antonio Monago y pagó un alto precio por ello. Alto porque lo importante no era cómo había facilitado un Gobierno del PP sino el solo hecho de que lo había facilitado. La abstención extremeña de IU fue leída como un sí y como un sí sería leída la abstención andaluza del PSOE.

Pero si Espadas bloquea los Presupuestos, que Vox parece decidido a tumbar, es casi seguro que Moreno adelantaría las elecciones a la primavera de 2022 como muy tarde. Una fecha tan temprana tiene dos serias contraindicaciones para los socialistas: los efectos de la recuperación económica que prevé Pedro Sánchez aún no se habrían hecho visibles y el PSOE de Juan Espadas no habría tenido tiempo de salir del coma demoscópico en que está sumido desde hace meses.

Aunque él no tenga la culpa, la disyuntiva a la que se enfrenta Espadas es infernal: está obligado a elegir entre susto o muerte. Pero con una dificultad añadida: que no hay maldita manera de saber dónde está el susto y dónde la muerte. En el propio partido hay división de opiniones: lo que para unos es muerte, para otros es susto y viceversa.