La campaña electoral del 10-N va a ser para Ciudadanos la más difícil de cuantas ha afrontado hasta ahora. Difícil a nivel nacional pero difícil, sobre todo, en Andalucía y en las comunidades de Murcia y Madrid, donde el partido de Albert Rivera gobierna con el Partido Popular y el apoyo parlamentario de la ultraderecha.

De los 61 escaños que hay en disputa en Andalucía, en las elecciones de abril 28 de ellos fueron a parar al bloque de la derecha y los 33 restantes fueron para la izquierda. Las encuestas no arrojan grandes novedades sobre el equilibrio entre los dos bloques, pero sí cambios drásticos en la distribución de fuerzas en la derecha.

Si el 28-A el PP y Ciudadanos empataron en votos y escaños, el 10 de noviembre los populares pueden llegar a triplicar a los naranjas, que podrían pasar de 11 a 5 o 6 escaños, mientras que su principal adversario en la derecha pasaría de 11 a 16. Vox repetiría los seis diputados que sumó en abril.

Escenario inédito

El escenario que ambos partidos tendrán que afrontar el 10-N es completamente inédito en la democracia española. Hace solo seis meses, estaban empatados disputándose la hegemonía de la derecha y hoy uno de ellos va camino del precipicio mientras el otro recupera holgadamente la primera plaza. Ese vuelco en favor del PP se produce, y aquí está la principal novedad, cuando los dos partidos gobiernan en coalición en Andalucía y además lo hacen con bastante cordialidad y cohesión.

En el partido que dirige Juan Marín cunde un desánimo que todos procuran ocultar. Ven venir el batacazo pero no se les ocurre nada para impedirlo. Y tampoco sus mayores de la dirección nacional del partido parecen saber cómo protegerse del ciclón que se avecina. 

'Encapsular'

La palabra mágica que manejan en el Ejecutivo de PP y Ciudadanos es ‘encapsular el Gobierno autonómico’ para protegerlo de las inclemencias electorales. De hecho, así lo hicieron ambos de buen grado en la campaña de abril, pero la diferencia de abril con noviembre es que entonces las expectativas electorales estaban muy equilibradas, mientras que ahora el encapsulamiento –equivalente a no hacer nada– favorece al PP pero perjudica a Ciudadanos.

Por lo visto hasta ahora, Albert Rivera mantiene intacta su fijación contra el Partido Socialista, como si no quisiera darse por enterado de que ahora su verdadero rival no es el PSOE, sino el PP. 

Juanma Moreno no tiene por qué preocuparse de Juan Marín, pero Juan Marín sí tiene buenos motivos para preocuparse del presidente de la Junta y del Partido Popular. Si no hace nada, los votos de Cs seguirán marchándose hacia el PP; pero si hace algo, si dirige sus andanadas dialécticas contra su socio, corre el riesgo de desestabilizar el Gobierno andaluz, y ambos partidos saben que la estabilidad política es hoy uno de sus principales activos y sería, por tanto, una temeridad erosionarla.

Ruta suicida

En pocos días comenzará la negociación de los Presupuestos de 2020, en los que no se esperan sorpresas, ni siquiera por parte de Vox, atrapado a su vez en el mismo dilema que Ciudadanos: ¿cómo tratar a quien es tu socio parlamentario y, al mismo tiempo, tu principal rival electoral? Aunque la posición estructural de Vox y Cs sea equivalente, no lo son las expectativas electorales, pues las de los ultras permanecen intactas mientras que las de Cs han menguado dramáticamente.

Tras el 28-A, el PP ha jugado sus cartas tan bien como mal las ha jugado Ciudadanos, atrapado en la red que él mismo tejió. El partido naranja en Andalucía no es, en realidad, más que una víctima colateral de la ruta suicida marcada por la dirección nacional.

A fin de cuentas, Juan Marín nunca ha buscado desprenderse de ese cierto aire vicario que siempre tuvo su liderazgo, tan subordinado a las directrices de Rivera que no ha acabado de marcar un perfil propio. Tampoco lo había marcado hasta ahora, por cierto, el líder del PP andaluz, pero eso parece estar cambiando desde que es presidente de la Junta de Andalucía. No así Marín desde que es vicepresidente.