En España, la irrupción electoral de Vox y la deriva ideológica hacia posiciones derechistas de intelectuales que fueron de izquierdas están, directa o indirectamente, vinculadas a lo que viene sucediendo en Cataluña desde 2012, cuando Artur Mas operó el Gran Viraje del catalanismo pactista al independentismo irredentista.

Así es de modo inequívoco en el caso de Félix de Azúa, más atenuado pero significativo en los casos de Andrés Trapiello y Fernando Savater y más bien tangencial en el de Juan Luis Cebrián, en quien su excepcionalmente bien remunerado empleo de alto ejecutivo y su resentimiento con gobernantes socialistas como José Luis Rodríguez Zapatero o Pedro Sánchez han podido jugar un papel importante en el proceso de derechización del que fuera primer y gran director del diario El País.

El jurado número 8

Quienes siempre hemos tenido en alta estima el pensamiento y los escritos de Cebrián, Andrés, Fernando y Azúa nos sentimos desconcertados, y puede que no tanto porque todos ellos se hayan vuelto un poco, bastante o muy de derechas como porque su pensamiento ha sufrido un alarmante proceso de simplificación, volviéndose más basto, más castizo, más de castellano viejo, de cuñado, más de 'al pan, pan y al vino, vino'.

A su modo y en su ámbito, todos ellos fueron en el pasado el jurado número 8 que, en 'Doce hombres sin piedad', encarnaron de modo inolvidable Henry Fonda en el cine y José María Rodero en la televisión.

El personaje se llama Davis, es arquitecto y forma parte del jurado de doce hombres que ha de juzgar al muchacho de un barrio difícil al que todas las evidencias señalan como el asesino de su padre. En la primera votación, todos salvo el número 8 votan sin pestañear que el acusado es culpable. Solo contra todos, el jurado 8 no dice que el chico sea inocente: solo que podría no ser culpable.

No habrá lector que no conozca la trama: Davis encarna las virtudes de la ética civil, pero también las del pensamiento escrupuloso, desconfiado, complejo, el pensamiento que de entrada no se fía de sí mismo ni de las apariencias. Fonda/Rodero convencen a los once jurados restantes de que hay más cosas entre el cielo y la tierra de las que con tanta precipitación les han dictado sus prejuicios, su desinterés, su prisa o su ignorancia.

Hombres de talento

Poeta meticuloso aunque poco inspirado, Andrés Trapiello es, en cambio, un prosista excepcional y un investigador de nuestra literatura que ha recuperado grandes nombres olvidados por razones políticas y abierto caminos hasta entonces no hollados. Buena parte de la literatura de la primera mitad del siglo XX no la vemos de la misma manera desde que Trapiello nos iluminó al respecto.

Félix se Azúa no es el mejor novelista de su generación, pero sí el crítico más sagaz y con mayor amplitud de miras; por desgracia, el ‘procés’ ha agriado su prosa.

Juan Luis Cebrián no creó El País, pero es como si lo hubiera hecho: le dio al periodismo español un rango europeo que hasta entonces no tenía, o lo tenía solo en individualidades aisladas. Un rango que el periódico tal vez haya empezado a perder, pero de eso no tiene la culpa solo Cebrián.

De los cuatro, Savater es el de mayor estatura moral: de él bien puede decirse que igualó con la vida el pensamiento al jugarse la primera para ser fiel al segundo. Kant y Voltaire habrían estado orgullosos de él. Pocos casos ha habido de tanto coraje personal y determinación cívica como los desplegados a pecho descubierto por Fernando Savater cuando en Euskadi –y no solo en Euskadi– tantos guardaban silencio, posaban de perfil o directamente se escondían.

Vox no es tan malo

¿Es injusto o precipitado considerarlos de derechas a los cuatro? Sí y no. Sí, porque todo hombre de talento, y aun sin él, es mucho más que la etiqueta que pueda ponérsele. Y no, porque sus pronunciamientos públicos los delatan y porque ya no les indignan las mismas cosas que les indignaban en el pasado.

Si es cierto que ‘por sus indignaciones les conoceréis’, a ninguno de ellos les indigna, pongamos por caso, la irrupción a todo galope de la extrema derecha. No es que les agrade Vox, puede muy probablemente que les disguste, pero les indignan mucho más Pedro Sánchez o Pablo Iglesias que Santiago Abascal.

Preguntado por ello, respondía Fernando Savater: “Me preocuparé cuando el populismo de derechas saque cinco millones de votos”. Para Félix de Azúa, “extrema derecha es lo que hay en Holanda, en Dinamarca o Italia. Vox todavía no se ha descubierto a sí mismo. Sería horroroso que acaben siendo como los de Europa, pero aún no lo son. La extrema derecha aquí no es Vox, son los separatistas”.

El tonillo

En un artículo publicado el día 25 en El País, Juan Luis Cebrián lanzaba severos reproches al Gobierno, pero lo revelador no eran las críticas como el tono faltón y 'jimenezlosantos' con que los formulaba. Ya saben el viejo chiste: “No me molesta que me llames hijo de puta, lo que me duele es el tonillo”.

Para Cebrián, Fernando Simón es “un inútil egocéntrico”; Salvador Illa, “un fontanero de la tecnocracia del partido” que ha “renunciado a su deber a cambio de la promesa de un puesto orgánico en la burocracia del ordeno y mando”; Pedro Sánchez, el tipo que hizo “la estúpida aseveración de que habíamos vencido al virus”. Solo cuando se está en la derecha se utiliza ese tonillo al hablar de gente de izquierdas con la que se discrepa.

Trapiello lo ha explicado muy bien: “Somos gente que venimos de la izquierda, que hemos votado durante muchísimos años al PSOE y que en un momento determinado consideramos que el PSOE hoy no defiende exactamente los valores por los que vale la pena luchar (…) Que no vengan de pronto aquí unos vascos de derechas o leninistas, con apoyos socialistas, diciendo que yo soy mejor que tú, o unos catalanes también de derechas o antisistema que de pronto digan no, que yo quiero solamente Cataluña para mí (…) Gente que se quiere quedar el dinero de los pobres, sin más. Así que estaría bien que se empezara a definir qué es ser de izquierda o de derecha”.

La entrada en el templo

Defender la unidad de España no es de derechas, como defender la independencia de Cataluña contra la mitad de sus habitantes no es de izquierdas, pero ambas cosas, ay, son las dos caras de una misma puerta.

La cuestión territorial es el pórtico a través del cual Cebrián, Trapiello, Azúa y Savater han entrado en el templo conservador. No entraron en él porque su fe hubiera cambiado, sino que su fe ha cambiado por haber entrado en él y haber entablado relaciones de amistad con otros feligreses y de complicidad con los pastores que dirigen la parroquia.

Tienen derecho a despachar con una condena al independentismo por su violación de las leyes y, lo que es peor, por su desprecio del espíritu de las leyes, sin el cual éstas no son nada. Pero al hacerlo han acabado relegando al complejo, perspicaz y esclarecido jurado número 8 que fueron en el pasado.