Estamos viviendo un fuerte repunte del nacionalismo español. Es innegable y tiene que ver con la situación en Cataluña y los pasos que ha dado una parte de la sociedad catalana hacia la autodeterminación. Sin embargo, ni es estrictamente una reacción espontánea ni se trata de un españolismo constitucional limpio del nacionalismo más violento.

En algún momento, alguien se ha dado cuenta de que los nacionalistas catalanes habían tomado la calle. Al ver a millones de catalanes manifestándose, intentando votar o resistiendo con calma las agresiones de las fuerzas de seguridad, alguien ha pensado que eso sólo se para con patriotas españoles. Así que políticos de derechas, opinadores y periodistas de trinchera se han lanzado a exacerbar el patriotismo español; como si no hubiese mañana.

Y claro, han tirado de los tópicos más rancios. De pronto nos hemos despertado con los balcones engalanados como si fueran a soltar unas vaquillas y montones de criaturas insistiendo a cada instante en que son españoles, españoles, españoles. Tres veces, en esa repetición que recuerda a la mujer, mujer. O sea, las cosas como tienen que ser.

Este patrioterismo cavernícola está dando alas a la ultraderecha más agresiva y fascista; se ve legitimada por periodistas que los jalean, tertulianos que les ríen las gracias y hasta policías dispuestos a defender la Constitución haciendo el saludo romano. Pero más allá de ese riesgo grave y físico para la convivencia, el españolismo barato le ha dado alas a los que reparten carnets de español. De español de verdad. Y parece que han decidido que sólo se puede ser español a la manera de Antonio Burgos o de Carlos Herrera.

Los repartidores de carnets se creen guardianes de la esencia española. Son amigos de chascarrillos, de los juegos de palabras infantiles y las groserías con desparpajo. Para ellos sólo es español auténtico el que, inasequible al paso del tiempo o las modas musicales, sigue cantando con emoción y mofletes hinchados el que viva España de Manolo Escobar a la mínima ocasión. Al patriota honesto se le reconoce porque en los desfiles lanza vivas a la Guardia Civil y a la cabra de la legión. Un español que tenga derecho a ser considerado como tal siente emoción religiosa ante cualquier trapo rojigualda y sueña con jurar bandera para poner en su aparador la foto en la que besa a la enseña patria.

Y en toda esa fachada, trufada de lemas que siempre hablan de dar la vida por España, se agota su patriotismo. Porque estos españoles orgullosos, que tan legitimados se sienten para decidir quién puede llamarse español y quién no, hacen poco más por su país. Son seguramente los mismos que intentan acabar con los impuestos distributivos. Casi todos ellos, en sus ratos libres, cuando no están acusando a alguien de mal español, se dedican a defraudar a Hacienda. Con frecuencia los que más golpes de pecho se dan a costa de la patria española y su bandera son los que menos esfuerzo ponen en construir un país abierto, avanzado y unido.

Aunque en estos días se llenen la boca de Constitución son en verdad una rémora del españolismo franquista. Con sus cánticos trasnochados, su agresividad y su tono clasista cierran las puertas a tanta gente que quizás querría sentirse española, pero no la dejan. Sin duda, este nacionalismo casposo y estentóreo es uno de los principales obstáculos para que nadie medianamente abierto de mente se sienta cómodo en la idea de España.

Frente a estos tipos sí que hay una mayoría silenciosa de auténticos patriotas. Españoles, andaluces, catalanes, que no necesitan poner banderas contra nadie. Que pagan sus impuestos, que se involucran para mejorar la sociedad, que trabajan en multitud de iniciativas sociales, que construyen un país cómodo en el que todo el mundo pueda ser feliz.

En España en 2017 las patriotas de verdad no llevan banderas ni gritan a por ellos. Los patriotas están trabajando por una sociedad abierta y justa. Las auténticas patriotas son quienes luchan por rebajar conflictos para construir un país para todos, en el que nadie se sienta machacado ni humillado.

Quizás, ojalá, algún día la bandera española pueda ondear como lo hace la andaluza: como símbolo de una sociedad abierta y transformadora que sirve de paraguas a todo tipo de gente. Por ahora no es así. La bandera española se la apropiaron hace ya mucho los que ahora dan carnets de español y amenazan con hostiar al resto.

En uno de sus versos menos recordados Luis Cernuda –el poeta que consiguió ese oxímoron de ser a la vez sevillano y universal- decía que “si soy español, lo soy a la manera de aquellos que no pueden ser otra cosa”. No sé si llegará el día en el que cada uno pueda ser español a su manera. Entre tanto, parece que a los que se sienten incómodos en el patrioterismo rancio de incienso y toros sólo les queda una opción: seguir trabajando para construir un país digno y honrado ignorando los insultos de los vándalos rojigualdas. Pobre España.