Las lágrimas de Boabdil: hay versiones que juran por sus muertos que el Rey Chico no lloró de pena desde la loma del Suspiro… Lloraba de alegría… Mejor largarse que aguantar a los que se quedaban dentro. En el mejor de los casos, un paraíso cerrado, un mundo de envidias soterrado, la tierra del chavico: “granadinos, perdonadme por haber triunfado”, le dedicó, cum laude, media contraportada el genio triste de Martín Morales al gran Miguel Ríos de los primeros ochenta, cuando todo el país era una plaza de toros de rock de noches de verano.

No sé cuantos años después y no sé cuantos millones de euros después (esas familias de herederos contantes y sonantes) nos dimos mi altocargo y yo un primer garbeo por el centro García Lorca para constatar su fúnebre solemnidad. En la memoria tenemos almacenado a un Lorca pasional, arrebatado, musical. Allí había una inmensa tristeza o, lo que colegimos tres cervezas después, una sobrecogedora falta de respuesta a la dimensión del centro que esperábamos y sus inexistentes variables lorquianas.

Así que, con aquella reconstrucción del fatum hacia el fusilamiento, el delator, el verdugo, la inexplicable impotencia de los Rosales, los días inevitables del verano del 36, te produce un latigazo en las ganas de vivir la relectura de la valentía política de Federico, retomando en la última entrevista una frase de don Fernando de los Ríos, dos semanas y media antes de su detención: “en Granada, vive la peor burguesía de España”. Muchos piensan que fue aquella frase la causa de la causa. Una sostiene que nada de eso se ha evaporado.

Se murió Arturo Moya, del que tengo ratos inolvidables y miles de líneas escritas; debió ser ministro de Suárez y fue el único burgués revolucionario que he conocido stricto sensu. Nadie como él se enfrentó desde mediados de los setenta a la peor burguesía de España, seguramente siendo uno de los suyos. Moya señalaba con los labios los apellidos de las familias que se habían hecho “con el botín” de la ciudad obtenido en el saqueo de la guerra civil para perpetuarse en el poder. Y recordaba los miedos de la ciudad sometida por las madrugadas del terror, de las vigilias acompañadas por el sonido de los fusilamientos masivos en las tapias del cementerio de San José.

No deja de producir escalofríos que una buena parte de esa que sigue siendo la peor burguesía de España esté aplaudiendo la posibilidad de que estos tipos de Vox quieran cerrar la campaña en Granada, a pocos metros del Centro Lorca, fusilado por sus antepasados políticos y a cuento de la estupidez histórica de la Reconquista (no se puede reconquistar lo que nunca antes se había conquistado), seguramente una de las mentiras mejor contadas del nacional catolicismo y sus mitos de cartón piedra.

Qué pena que se haya muerto Arturo. Qué pena que no quede ya ni una sola voz en eso que ellos mismos se han dado en llamar eufónicamente “centro derecha”, que clame contra esta dolorosa conjunción con la ultraderecha fabricada por la peor burguesía de España. Arturo habría clamado sin descanso contra este fanatismo del túnel del tiempo.