En medio de una pandemia tan imprevisible reitero  la posición que llevo sosteniendo desde el principio y es que lo más inteligente para los ciudadanos es apoyar a los que nos gobiernan y seguir sus instrucciones, sean del partido que sean, porque no hacerlo sería el caos y el desorden y  estoy seguro que las autoridades democráticas lo hacen con la mejor intención, ahora con las medidas de confinamiento que nos ordenen y pronto con las órdenes de vacunación que nos den, en mi caso yo haré lo que me diga don Jesús Aguirre, el inefable consejero de Salud y Familias de la Junta de Andalucía, sencillamente porque es el que está al mando.

Los que me conocen saben que no es este el gobierno de España que hubiera deseado nunca y menos para un momento tan crítico en la vida de los españoles, aunque me resulta tranquilizador que esté presidido por el secretario general de mi partido, porque el PSOE es el partido central de la política democrática española desde 1931, por su capacidad de estar cerca de los problemas reales de los ciudadanos y de plantear casi siempre soluciones políticas dentro de un pragmatismo progresista que ha hecho avanzar a nuestra sociedad sin estar atados por planteamientos doctrinarios como suele suceder a nuestra izquierda, con las excepciones que estoy dispuesto a reconocer sobre todo en el lado del PCE.

He dicho casi siempre, porque me vienen a la  memoria dos grandes errores cometidos por el PSOE en sus 141 años de historia, y seguro que habrá más que yo ignoro, uno en octubre de 1934 apoyando la “revolución” contra el gobierno derechista de Lerroux y otro cometido en 1936 negando al dirigente socialista Indalecio Prieto la posibilidad de ser el presidente del gobierno que a juicio de Azaña, presidente de la república, necesitaba España para impedir el golpe fascista que se preparaba, en ambos casos debe atribuirse la responsabilidad a Largo Caballero y sus partidarios que forman parte de los socialistas que a mi juicio tienen el defecto de  querer ser más comunistas que los comunistas. Esta fracción del PSOE, más  o menos numerosa dependiendo de la época, existe desde hace 99 años, y nace a raíz de la escisión que se produjo en mi partido el 14 de noviembre de 1921 cuando los partidarios de abandonar la línea socialdemócrata, la tradicional desde su fundación 42 años antes,  fracasaron en su objetivo de que el PSOE dejara la Segunda Internacional para sumarse a la Tercera promovida por Lenin para apuntalar la revolución soviética, ésta ya fracasada pero parece que su fantasma nos sigue persiguiendo desde un pasado tan lejano y no seré yo el que crea que Pedro Sánchez, un socialdemócrata templado, es de esta fracción que más bien veo cercana hoy a Podemos.

Orgulloso sostengo que la mayoría de las mejoras sociales de las que disfrutamos los españoles se deben a gobiernos del PSOE, que en cada momento han sabido ser ACCIDENTALISTAS en beneficio de nuestro país, abandonando planteamientos dogmáticos como el antimilitarismo del no a la OTAN para conseguir el ingreso en la UE o el sí a la monarquía parlamentaria como forma política del Estado social y democrático de Derecho al que aspirábamos, para facilitar la salida negociada de la dictadura, alguien imagina donde estaríamos si el PSOE o el PCE hubieran sostenido lo que sostuvieron en 1931 para derribar a la dictadura monárquica o durante el franquismo para derribar la dictadura o la sociedad sin clases a la que aspirábamos en nuestras actas fundacionales. Prueba de la bondad de nuestras acciones es que los  cambios han permanecido básicamente en las etapas en las que no hemos gobernado, porque casi siempre la derecha española es más conservadora que reaccionaria,  y por ellos seguramente no cambiarían nada, pero si otros lo cambian y funciona son pragmáticos y mantienen esos cambios.

Claro que también sé que sin duda los socialistas cuando gobiernan cometen errores, algunos de ellos imperdonables como la corrupción que normalmente hemos pagado en las urnas que es donde se deben sustanciar estas cuestiones políticas y no en los tribunales ni en  las tribunas de la prensa venal que difunde incesantemente mentiras sin ningún pudor, porque cuando la prensa investiga y descubre errores del gobierno o desviaciones de poder, al publicarlos está haciendo su trabajo al servicio de los ciudadanos que tiene derecho a una información veraz, igual que cuando la oposición denuncia esos errores y propone alternativas está haciendo su trabajo y hay que saber gobernar en medio de ese fuego cruzado democrático, del que deberían de excluirse las mentiras que con tanto descaro se utilizan ahora: ministerio de la verdad, pacto con Bildu, ataque al español y a la educación especial,…etc .  La estrategia de deslegitimar al adversario se ha instalado con fuerza en nuestra política y a mi juicio amenaza con destruir uno de los fundamentos de la democracia que es el respeto a los resultados electorales y que todos los votos tienen el mismo valor.

El actual gobierno en un tiempo tan difícil y con una oposición tan irresponsable ha tenido aciertos claros, pero ha cometido errores a manojitos y no voy a ser yo el que los enumere aquí por no cansar a los pocos lectores que me queden a estas alturas, pero por citar algunos: el no haber hecho desde el principio como la Merkel en Alemania que depositó toda la responsabilidad sanitaria en los Lander, el no haber sido capaz de obligar a tener datos homogéneos en toda España, los retrasos burocráticos en el reconocimiento del tan necesario Ingreso Mínimo Vital, el haber consentido las salidas de tono antimonárquicas de algunos miembros del gobierno, que unos días están dentro del gobierno y otros días se sueltan la coleta y hace oposición… y para acabar, la deficiente gestión de la crisis migratoria en Canarias que era perfectamente previsible.

No somos un partido para la clandestinidad porque el debate interno y externo forma parte de nuestra idiosincrasia, por eso la dictadura franquista descabezó tantas veces como se reorganizaba la estructura dirigente del partido en el interior, siete comisiones ejecutivas federales entre 1945 y 1953 fueron detenidas,  hasta que solo se mantuvo en el exilio.  Los socialistas no somos disciplinados, ni cuando los nuestros gobiernan y nuestros estatutos consagran ese derecho a la expresión de la discrepancia tanto que somos el único partido que tiene bien regulado la existencia de corrientes  de opinión diferenciadas. Pero el no estar sometidos a una férrea disciplina y gozar de la más amplia libertad de expresión es posible en una fuerza política si se conjuga  con la lealtad  a las decisiones colectivas tomadas y a los dirigentes elegidos sobre todo cuando ellos gobiernan España y eso no está ocurriendo en este momento con exdirigentes que no tiene ningún respeto con el partido al que dicen pertenecer y se atreven a hablar en nombre de una militancia que votó a otros para la dirección en las últimas primarias, si, me refiero a Guerra o al bellotari que son lo que son gracias al PSOE contra el que se revuelven, y junto con otros  parecen haber comprado el discurso  lleno de mentiras y descalificaciones de la oposición y que son jaleados desde la prensa de derechas, que nunca han aceptado un gobierno socialista en presente, siempre en pasado para descalificar al actual. Claro que el PSOE no es de Pedro Sánchez, como no se cansan de decir estos bocazas, pero mucho menos es suyo, pues lo que ellos representaban fue derrotado por los afiliados socialistas en las primarias de 2017 que volvió a elegir  Secretario General a Pedro Sánchez por mayoría absoluta sin que hiciera falta segunda vuelta y lo seguirá siendo hasta que nosotros los afiliados le retiremos la confianza.

Nunca voté a Pedro Sánchez, no creo que haya mentido como sus enemigos  le acusan, otra cosa es que haya cambiado de criterio en varios asuntos, lo que es de políticos inteligentes, porque errar es humano y rectificar de sabios. Soy un leal militante socialista desde hace casi 40 años y él encarna hoy las virtudes  y defectos del PSOE, heredero de nuestra historia con sus luces y sus sombras y por ello lo apoyo como presidente del gobierno de España.

(*) Juan María Casado es profesor jubilado de la Universidad de Córdoba.