El jueves 31 de mayo y el viernes 1 de junio pasados, los días de la ya famosa moción de censura, comenzaron a ocupar mi mente, recuerdos bastante confusos de algo que había leído sobre los procesos naturales, interrumpidos con frecuencia por alguna “infinita improbabilidad”. Como digo, mis recuerdos eran imprecisos, pero sí recordaba que se trataba de una reflexión a la vez científica y política. Por ello deduje que lo más probable, fuera que se tratara de un texto de Hannah Arendt ¿pero de cual de sus obras? Comencé por repasar mis notas en las dos últimas leídas “On Revolution” y “Between Past and Future”. Y ¡bingo! En la segunda lo hallé.

Nos dice Arendt, que ha elegido el ejemplo de los procesos naturales interrumpidos por la irrupción de alguna “infinita improbabilidad”, para ilustrar que lo que llamamos real en la experiencia ordinaria, casi siempre ha llegado a producirse, gracias a unas coincidencias que son más raras que la ficción. Que es obvio que el ejemplo tiene sus limitaciones, y no se puede aplicar simplemente al campo de los asuntos humanos. Y que sería pura superstición esperar milagros, esperar lo “infinitamente improbable”, en el contexto de procesos automáticos históricos o políticos, aunque esto no se puede excluir jamás por completo.

La historia, a diferencia de la naturaleza, está llena de acontecimientos; en ella el milagro del accidente y de la improbabilidad infinita se produce con tanta frecuencia, que parece extraño mencionar siquiera los milagros. Pero esta frecuencia nace, simplemente, de que los procesos históricos se crean e interrumpen de modo constante, a través de la iniciativa humana; por el “initium”, el hombre es, en la medida en que es un ser actuante. De modo que para nada constituye una superstición, sino incluso un propósito de realismo, la búsqueda de lo imprevisible e impredecible, estar preparado para ello y esperar “milagros” en el campo político.

Objetivamente, es decir, viéndolo desde fuera y sin tomar en cuenta que el hombre es un inicio y un iniciador, las posibilidades de que mañana sea como ayer siempre son abrumadoras. Pero la diferencia decisiva entre las “infinitas improbabilidades”, en las que descansa la realidad de nuestra vida terrestre, y el carácter milagroso inherente a los acontecimientos que determinan la realidad histórica, consiste en que, en el campo de los asuntos humanos, conocemos al autor de los “milagros”. Los hombres son los que los realizan, hombres que, por haber recibido el doble don de la libertad y de la acción, pueden configurar una realidad propia.

Pues eso.