El doctor Andrés Laguna (Segovia 1511?-1559) fue una figura relevante de la España de Carlos V. Humanista, gran admirador de Erasmo, del cual compartía sus ideas religiosas, a favor de un cristianismo interior.

En Colonia, el domingo 22 de enero de 1543, a las siete de la tarde, pronuncia el “Discurso sobre Europa”(Europa heautentimorumene) ante una asamblea de príncipes y sabios. El tema del discurso es Europa, que se está destrozando a sí misma. Una Europa que “miserablemente se atormenta y deplora su desgracia”. Europa, en otros tiempos tan poderosa, se ve ahora reducida a una condición “desdichadísima”, por culpa de los mismos que tiene la obligación de defenderla: los príncipes cristianos, que en vez de unirse frente al enemigo común (los turcos), se hacen entre si una guerra despiadada. Pero lo que más atormenta a Europa, no es verse despedazada por los enemigos de los cristianos; su inmenso dolor lo causan sus propios hijos, los príncipes cristianos que traman contra ella una “guerra intestina”, además de consentir que el enemigo exterior, la sacuda con violencia.

Este discurso del doctor Laguna (afirma Joseph Pérez en “Carlos V”) ofrece la perspectiva exacta, para enfocar la política imperial de Carlos V, con una matización notable: Laguna habla ya de “Europa”, palabra que el Emperador no emplea nunca. Hasta muy entrado el siglo XVI, en efecto, la palabra “Europa” sólo se emplea con un significado geográfico. Cuando se quiere hablar de los pueblos  que la componen, se usan más bien otras expresiones, como “Cristiandad o república cristiana”, por tratarse de territorios que reconocen la autoridad espiritual de la Iglesia Católica Romana. La Cristiandad forma un cuerpo místico-social, una unidad orgánica que procede de la comunidad de fe, pero que deja casi intacta la soberanía de cada reino particular. Dicha comunidad de fe tiene implicaciones intelectuales, culturales y morales: una misma concepción de la vida, inspira a todos los que forman parte de esta comunidad, por encima de las diferencias y variedades nacionales o regionales. Se trata en realidad, de lo que hoy llamaríamos un área cultural, o una civilización que tiene sus caracteres propios.

En Laguna notamos pues, la nostalgia por la unidad perdida y la voluntad de recrearla, pero esta unidad ya no puede ser estrictamente religiosa, dada la división introducida por la Reforma luterana. El concilio, que con tanta insistencia había reclamado Carlos V, iba a celebrarse. Pero en Trento, ya estaba claro, que se iban a replantear las ideas directrices del dogma católico, prescindiendo ya de lo que opinaran los protestantes, que por su parte habían elaborado, o estaban elaborando, su propia ortodoxia.

Laguna da por sentada la división de la Cristiandad. La unida que él anhelaba no puede ser  política: nadie acepta ya la perspectiva de un imperio, o de una monarquía universal. Pero la unida tampoco puede ser ya religiosa, bajo el imperio de la Iglesia de Roma. Sólo queda pues una fórmula, que garantice la unidad de las naciones que siguen llamándose cristianas, a pesar de sus diferencias doctrinales: es la unidad de cultura. Es el legado de la Biblia, de la Antigüedad griega y latina, tesoro común de los europeos de 1543. Este legado en el que comulgan los humanistas, permite superar las oposiciones confesionales, y sugiere un ideario y unas normas que hay que preservar: cierta concepción del hombre y su dignidad, basada en principios éticos que deben inspirar la organización política y social, el culto a la verdad y la belleza… En resumen, se trata del concepto moderno de civilización, frente a la barbarie que se está forjando en esos momentos de crisis.

Hasta el siglo XVI, el bárbaro siempre o casi siempre era el otro, el infiel, el que vivía fuera de las fronteras de la Cristiandad, y que se caracterizaba esencialmente por la crueldad y la inhumanidad de su conducta. Las guerras de religión estaban cambiando estas perspectivas. Los párrafos que Laguna dedica a pintar lo horrores de las guerras entre cristianos, no dejan lugar a dudas: la violencia, la inhumanidad y la barbarie, se han instalado en medio de los cristianos. Los infieles ya no tienen la exclusividad de tales comportamientos. De ahí la necesidad de cambiar el vocabulario. Hasta entonces – como hemos dicho – se usaba poco la palabra “Europa”, se hablaba de “república cristiana” o “Cristiandad”. Tampoco se alude para nada a la cruzada. Laguna se refiere sólo dos veces a la expresión “república de los cristianos”, y no usa nunca la palabra “Cristiandad”. Es de Europa de la que habla. Y está claro desde el principio, que para Laguna se trata mucho más que de un concepto geográfico. Esta es una de las primeras ocasiones, sino la primera, en que Europa viene definida no como una parte del mundo, sino como un área cultural, como una unidad de civilización, frente a lo que no es ella.

Igualmente en la literatura europea del siglo XVI, se está produciendo una evolución semántica significativa, y es interesante señalar que Laguna, es uno de los primeros en avanzar por esta vía. Habrá que esperar a la segunda mitad del siglo, para ver escritores, protestantes en su mayoría, que sustituyan la palabra “Cristiandad” por “Europa”. Los horrores de las guerras entre cristianos (católicos y protestantes) conducen a desear, no ya un retorno a la unidad confesional, sino por lo menos a una fraternidad basada en valores morales, políticos y culturales, es decir, una civilización totalmente opuesta a la de los bárbaros, a la de los turcos.

Lo que vemos apuntar en el “Discurso” de Laguna, en una fecha tan temprana como la de 1543 es, por lo tanto, una noción de Europa que ya no es meramente geográfica, sino cultural. Si la fe ya no puede servir de fermento de unidad ¿en qué podrá fundarse la fraternidad deseada entre las naciones de Europa? Laguna no lo dice claramente, pero de su discurso se deduce implícitamente: un irenismo (actitud pacífica y conciliatoria) que se parece mucho a la tolerancia, aunque no la mencione. Y sobre todo la adhesión a valores culturales, heredados de la doble tradición clásica y cristiana, valores percibidos como universales (ésta es la proyección humanista) y desde luego muy superiores a todo lo que se nota, en el campo opuesto.

Todo eso nos lleva a la idea imperial de Carlos V, que se nos presenta como una anticipación fecunda de la especificidad de Occidente. Anticipación de los vínculos culturales y morales, que la posterioridad había de potenciar. Y que en los tiempos que nos ha tocado vivir, cobran singular transcendencia. Al menos éste es, a mi modesto entender, el legado de Carlos V a la historia universal.

Pues eso.