La mayoría absoluta del PP de Rajoy en la anterior legislatura batió récords de decretos leyes, de tramitaciones por urgencia y de todo tipo de maniobras para burlar a las Cámaras, colocando siempre al Gobierno por encima del Parlamento. Impuso un absoluto rodillo, incluso en las normas que, dada su relevancia, era costumbre impulsarlas por acuerdo. Hablamos de la reforma del código penal, pero también de otras materias: recortes del Estado del Bienestar y de los derechos laborales, ley mordaza, devaluación del Estado Autonómico, modificación de la Ley del Tribunal Constitucional, leyes de presupuestos, etc.

En este tiempo, ebria de poder, la derecha patria despreció cualquier demanda que llegara de Catalunya y engordó aún más el problema que había cebado en tiempos de la reforma del Estatut. Recordemos la recogida de firmas en su contra, la campaña contra los productos catalanes y el recurso al Constitucional. De hecho formuló, manu militari, un ataque a la autonomía financiera de las Comunidades, incumpliendo sus Estatutos y recentralizando competencias, como ocurrió con la llamada ley Wert.

Ahora no hay mayoría absoluta en el Congreso. Ya no disponen del rodillo. Las derechas - PP y Ciudadanos – ni siquiera juntas logran una mayoría para imponerse. Pero se sacan de la chistera el uso y el abuso del veto. Con la excusa del impacto sobre los Presupuestos, el Gobierno Rajoy ha vetado 55 proposiciones de ley, de las que 43 han sido presentadas por los grupos parlamentarios y 12 por Comunidades Autónomas. Todo avalado por la Mesa del Congreso en la que – allí sí - la vieja y la nueva derecha son mayoría. La misma Mesa que dificulta seriamente el control parlamentario cuando rechaza multitud de comparecencias de miembros del ejecutivo o de sus cargos públicos.

Ciertamente son actitudes a las que el  PP nos tiene acostumbrados desde siempre, pero que dejan al descubierto la endeblez de la regeneración proclamada por Ciudadanos. El partido de Rivera, además de competir con el PP por dejar claro quién es más “padre estricto” (empleando nomenclatura de George Lakoff) se equipara a él en déficits democráticos. Queda constatado a diario que ambas derechas, la nueva y la vieja, son poco de parlamentar, por decirlo de forma elegante.

La base neoliberal de ambas formaciones inspira la reducción de los servicios básicos de bienestar, los controles a la economía, la atención a la diversidad y a los derechos y libertades. Y no solo eso sino que empequeñece la función del Parlamento; lo sitúa en un escalón inferior al del Gobierno, relaja el control al Ejecutivo, restringe la pluralidad y deja sobre las espaldas de los tribunales justicia cuestiones que debieran tener una solución parlamentada. Se trata de una voluntad clara de jibarizar la política. Una creciente dictadura de blancos o negros, para una realidad en la que predominan los grises. Un allanamiento del camino a un poder real en el que la derecha, sin política y en la desigualdad, se mueve  como pez en el agua.