Nos explica Hannah Arendt, como Sócrates parece haber creído que la función política del filósofo, era ayudar a establecer un tipo de mundo en común, construido sobre el entendimiento en la amistad, para el cual no se precisa ningún gobierno.

Con este propósito, Sócrates se apoyó en dos ideas. La primera contenida en la sentencia del Apolo délfico: “conócete a ti mismo”. Y la segunda expuesta por Platón (con ecos en Aristóteles): “Es mejor estar en desacuerdo con el mundo entero que, siendo uno sólo, estar en desacuerdo conmigo mismo (Georgias)”. Esta es una máxima que siempre me he aplicado. Me ha ayudado mucho a estar en paz conmigo mismo. Pero llevada a su extremo, también me ha dificultado, con frecuencia, progresar en el campo de la política. Es, ciertamente, la afirmación clave de la convicción socrática, de que la virtud se puede enseñar y aprender.

A juicio de Sócrates el “conócete a ti mismo” délfico, quería decir: sólo mediante el conocimiento de lo que me parece a mí – solamente a mi y, por tanto, como algo que permanece para siempre relacionado con mi propia existencia concreta – puedo de algún modo entender la verdad. La verdad absoluta, que sería la misma para todos los hombres y, por tanto, desconectada, independiente de la existencia de cada hombre, no puede existir para los mortales. Para estos lo que importa es hacer verídica la “doxa” (opinión, esplendor, fama) ver una verdad en cada “doxa” y hablar de tal modo, que la verdad de la propia opinión se le revele a uno mismo y a los demás. A este nivel, el socrático “sólo sé que no sé nada”, no significa más que: sé que no tengo la verdad para todo; no puedo conocer la verdad del otro sino preguntándole y, así, familiarizarme con su “doxa”, que se le revela de un modo distinto al de todos los demás.

Para Sócrates, el principal criterio del hombre, que comunica verazmente su propia “doxa”, es “estar de acuerdo con uno mismo: no contradecirse a sí mismo, y no decir cosas contradictorias, que es lo que la mayoría de la gente hace. El miedo a la contradicción, surge del hecho de que cada uno de nosotros, “siendo uno solo”, puede al mismo tiempo hablar consigo mismo como si fuese dos. Puesto que yo soy ya un dos-en-uno, al menos cuando intento pensar, puedo experimentar a un amigo, para emplear la definición de Aristóteles, como “otro sí mismo”. La facultad del discurso, y el hecho de la pluralidad humana, se corresponden el uno con la otra, no sólo en el sentido de que empleo las palabras, para comunicarme con aquellos con los cuales comparto el mundo, sino en el sentido aún más importante, de que hablando conmigo mismo, vivo junto a mí mismo (“Ética a Nicómaco”).

El principio de contradicción, sobre el que Aristóteles fundó la lógica occidental, se podría retrotraer a este descubrimiento fundamental de Sócrates. En tanto que soy uno no me contradeciría a mí mismo, pero sí puedo contradecirme a mí mismo, porque en el pensamiento soy dos-en-uno; y por lo tanto no sólo vivo con los otros, en tanto que uno, sino también conmigo mismo. Este miedo que sentimos muchos a contradecirnos, es parte integrante del mismo miedo a dividirnos, a no permanecer siendo uno. Y esta es la razón de que el principio de contradicción, llegara a convertirse en la regla fundamental del pensamiento. Pero ésta es también la razón de que la pluralidad de los hombres, nunca pueda abolirse enteramente, y de que la huida del filósofo del reino de la pluralidad, siempre permanezca como una mera ilusión, pues incluso si viviese totalmente por mí mismo, en tanto que estoy vivo viviría en la condición de la pluralidad. Tengo que tolerarme a mí mismo – lo que no siempre es fácil - y en ningún lugar se muestra más claramente este yo-conmigo-mismo, que en el pensamiento puro, el cual es siempre un diálogo entre los dos del dos-en-uno… Es la compañía con los otros lo que, al sacarme del diálogo del pensamiento, me hace uno de nuevo: un ser humano singular y único, que habla con una sola voz y que es reconocible como tal por los demás.

Aquello a lo que Sócrates apuntaba, me parece, es que vivir en compañía de los demás, comienza por vivir en compañía de uno mismo. Sólo aquel que sabe vivir consigo mismo, es apto para vivir con los demás. El sí mismo, es la única persona de la cual no puedo separarme, a la cual estoy unido sin remisión. Por lo tanto “es mucho mejor estar en desacuerdo con el mundo entero, que, ‘siendo uno sólo’, estar en desacuerdo conmigo mismo”. La ética, no menos que la lógica, halla su origen en esta afirmación.

En la opinión de Arendt, y modestamente en la mía, esta posibilidad de la que hemos hablado, tiene una gran relevancia para la política, si entendemos la “polis” como el espacio público político, en la cual los hombres alcanzamos nuestra humanidad plena. Y también es importante, para la cuestión de si la moralidad como tal, posee alguna realidad terrenal. La respuesta de Sócrates la encontramos en su tantas veces repetida recomendación: “Sé tal como te gustaría aparecer ante los demás”, es decir, aparece ante ti mismo, tal y como te gustaría aparecer ante los demás. Puesto que incluso cuando estás solo, no estás completamente sólo, tú por ti mismo puedes y debes, testificar acerca de tu propia realidad. La razón por la cual no deberías matar, incluso en condiciones en la que nadie te vería, es que no puedes querer, bajo ningún concepto, vivir junto a un asesino.

Para Sócrates el hombre es un ser pensante, cuyo pensamiento se manifiesta en la forma del discurso. Y la identidad de discurso y pensamiento, que juntos forman el “logos”, es quizá una de las características más sobresalientes de la cultura griega. Lo que Sócrates añadió a esta identidad, fue el diálogo del yo consigo mismo, como condición primaria del pensamiento. La relevancia política del pensamiento de Sócrates, consiste en la afirmación de que la soledad – que antes y después de él, era considerada la prerrogativa y el “habitus” profesional del filósofo en exclusiva, y que era, naturalmente, sospechosa para la polis de ser antipolítica – es, por el contrario, la condición necesaria para el buen funcionamiento de la polis, una mejor garantía que las reglas de comportamiento, forzadas por las leyes y el miedo al castigo.

Pues eso.