Hace un par de semanas acabé de leer esta última obra de Juliá. Y me encantó.

Investigando sobre el concepto “transición”, y desde cuando se ha empleado, en el curso de nuestra convulsa historia (en realidad desde las primeras décadas del siglo XIX) nos lega un riguroso tratado sobre los años que discurren desde el exilio político – producido por el franquismo - prácticamente hasta el día de hoy.

Juliá nos recuerda, con absoluto rigor histórico, muchos de los debates que aún hoy nos ocupan, pero que en realidad vienen ya de muy lejos: Las dos Españas, el concepto de nación, Monarquía-República, nacionalismos, memoria histórica, evolución política de los partidos en el exilio, la Constitución del 78, el llamado “desencanto”, la emergencia de los populismos…

Para aquellos que piensan que la Transición fue algo improvisado o, peor, algo muñido por unas élites franquistas en busca de un nuevo acomodo, ante la ingenuidad y la cobardía de los partidos de izquierda, bueno será comprobar como muchos de los postulados defendidos y luego plasmados en la Constitución, ya habían sido debatidos y adoptados por todos, o casi todos, los partidos del exilio y del interior. Santos Juliá rechaza que la sociedad española de 1976, estuviera dominada por el miedo y la aversión al riego. Sostiene que era una sociedad en movimiento, muy visible en calles y espacios públicos, para exigir “amnistía, libertad y estatutos de autonomía”. “No fue” – concluye – “una masa inerte y despolitizada, pasiva o amorfa, dejando que a sus espaldas unas élites desaprensivas, pactaran el futuro”.

A diferencia de las más antiguas democracias, para cuyo asentamiento resultaron necesarias la revolución o la guerra, la sociedad española fue capaz de organizarse democráticamente, en apenas tres años y, si no de manera absolutamente pacífica, sí soportando una violencia reducida, que pudo ser absorbida, por las nuevas y aun endebles instituciones.

Los españoles comenzaron a referirse con orgullo a su democracia. Y la transición que habían protagonizado despertaba admiración, hasta el punto que en muchos países, se puso como modelo a seguir. A este respecto, el historiador Raymond Carr dijo de ella “que era un festín para los politólogos”. Y no tardó mucho en elevarse a la categoría de mito.

Pero pronto hizo su aparición lo que vino en llamarse “el desencanto”. Especialmente de aquellos sectores más extremistas de izquierda, que al inicio del proceso de transición, soñaron con diversas utopías. Santos Juliá nos recuerda que Cebrián, calificaba la permanencia de UCD en el Gobierno, como un triunfo de la derecha, “la verdadera heredera del poder de Franco” (hay en todo el libro, una especie de ajuste de cuentas con el director de El País). Vidal Beneyto describía la Transición, como “una ablación de la memoria”. Sostiene Juliá, que El País fue “el principal artífice del relato de la Transición como desencanto”. Y a tales efectos, de nuevo Raymond Carr – coautor de la primera historia de la Transición, con Juan Pablo Fusi – llamó la atención sobre los riesgos de dejarse arrastrar, por “una falsa concepción de la democracia, y de lo que ésta es capaz de conseguir”.

El fallido golpe de Estado de 1981, borró de un plumazo el manido “desencanto”. Y el triunfo del PSOE por mayoría absoluta en 1982, tendría un efecto decisivo en la mirada sobre la Transición. Reapareció la convicción, tan repetida desde los años cincuenta, de que el franquismo y la guerra eran hechos históricos, que deberían quedar como pasto de los historiadores.

Santos Juliá recuerda, en la parte final de su obra, que en los últimos años la Constitución del 78, vuelve a verse sometida a diversas embestidas, no sólo por cuestiones de soberanía, que discuten algunos nacionalistas vascos y catalanes, sino también por los efectos de una crisis económica, que ha causado una profunda desafección política, y que ha alumbrado nuevas fuerzas políticas. Sostiene Juliá, que Podemos busca una hegemonía discursiva, mediante una amalgama de demandas sociales desatendidas, con la televisión como palanca, lo que obliga a simplificar el mensaje en un simple: ¡Abajo el régimen! Emulando a Arquímedes: “dame un buen relato y moveré el mundo”.

En mi modesta opinión, de la lectura de “Transición” podemos recordar algunas cosas, aprender otras, y deducir muchas cara al futuro. La democracia española actual, no ha sido efímera como la republicana. Ha durado y está siempre abierta a su propio cuestionamiento. Casi el 70% de los españoles, confiesa que conoce poco o nada la Constitución. Sólo un 15% declara que la ha leído entera. Pasados cuarenta años, atribuir la menor calidad de la democracia española a la transición, no es sino echar balones fuera, y rehusar la responsabilidad que compartimos sobre ella, políticos de cualquier signo y ciudadanos.

Cambiando el tercio. Juliá utiliza, sus lectores ya lo sabemos, una narrativa muy austera, con algo de retranca gallega (no en vano nació en Ferrol). Su prosa, es sólo mi opinión, no tiene la belleza y el ritmo de la de Raymond Carr. Tampoco su ironía. Y por eso nos sorprendemos cuando de repente, se permite alguna licencia literaria, o una afirmación jocosa.

Para cualquiera que se dedique, o piense dedicarse, a la política en este país tan dado a las convulsiones, “Transición” debería ser de obligada lectura.

Este es un somero resumen de lo que me ha parecido este libro.

Pues eso.