La independencia de Catalunya es cosa mayormente de adinerados y familias aposentadas en el desahogo económico. Ojo, lo dice un trabajo del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat. En la franja más alta - las personas que ganan más de 4.000 € mensuales - se congrega una mayoría independentista del 54%. Resultado muy similar al conjunto de quienes tienen rentas mensuales entre 2.400 y 4.000 €. Quienes están por debajo de estas cifras, es decir, la amplia gama de salarios medios y bajos, rechazan la independencia con sólidas mayorías de hasta el 66%. Así lo asegura el CEO. Por lo visto, hay pocos parados interesados en secesión.

Esa ensalada de datos conduce a pensar que la independencia de Catalunya tiene poca cosa de revolucionaria y mucho de burguesa

No hay que sacar consecuencias muy firmes por cuanto el patriotismo y el dinero siguen a menudo caminos distintos. Es el caso de la familia Vallvé, pertenecientes al núcleo duro de Omnium Cultural y propietarios de la agencia bursátil Gaesco que, por casualidad, ha emigrado de Barcelona para trasladarse a Madrid. Uno de los principales socios es Joan Hortolà Vallvé, presidente de la Bolsa de Barcelona y líder histórico de Esquerra Republicana.

Por no hablar de David Madí, nieto del millonario independentista Joan Cendrós y brazo derecho de Artur Mas. Es el alma mater de la consultora Deloitte, que también se ha fugado de la capital catalana.

A tenor del estudio del CEO y de la energía que desprenden, parece que a gran parte de las clases desahogadas les importa un pimiento todo lo no relacionado con la independencia. Justo lo contrario de las clases populares, sobre todo inquietas por el devastador deterioro de su calidad de vida y bienestar desde la crisis de 2008 que ha dejado a Catalunya entre las regiones con menos preocupación social de Europa. Según Vicenç Navarro, ya antes de la crisis Catalunya tenía un gasto social de casi 20.000 millones € menos de lo que le correspondía por su nivel de riqueza. La causa habría que buscarla en el cajón de las tijeras de Artur Mas.

En varias décadas de gobierno, el nacionalismo de derechas ha forjado una estructura económica y social que permite tales aberraciones, siempre con el apoyo justificatorio de los medios públicos de comunicación. Los programas económicos de TV3 exhiben con frecuencia una visión ultraliberal, como es el caso de los protagonizados por el economista Sala i Martín, catalán de nacionalidad estadounidense y que da su apoyo en EEUU al Partido Libertario, de extrema derecha y una de las columnas sobre las que se erige Trump. Se dice que en una supuesta Catalunya independiente, ese personaje de chaquetas estrafalarias sería un altísimo cargo, por no decir el máximo responsable, del departamento de Economía. De momento cobra 7.500 € por cada una de sus intervenciones en programas de IB3. Cunde lo suyo.

Al margen de la independencia, otra encuesta de la Generalitat señala que los votantes más ricos son los de la CUP, a continuación vienen los de Junts pel Si, después los del PP i, finalmente, los del PSC-PSOE, que vienen a ser los menos favorecidos económicamente.

Esa ensalada de datos conduce a pensar que la independencia de Catalunya tiene poca cosa de revolucionaria y mucho de burguesa, por mucho flequillo y camiseta que luzcan los “cupaires”. Estaríamos mayormente ante una rebelión de salón de la clase acomodada (fortunas y altos funcionarios) y de sus herederos, algunos todavía en la universidad que, de pronto, sienten la necesidad de protagonizar la versión siglo XXI la épica identitaria catalana forjada por sus progenitores; un relato que, bien armado, sensibiliza a una parte importante pero no mayoritaria de la población. Siempre que con ello no se juegue los dineros, claro. Son más de 600 las empresas que han abandonado Catalunya.  Aquellas que Mas y Junqueras dijeron que jamás lo harían.