En 1979 Raymond Carr había finalizado otro libro más: “La tragedia española” Madrid. Alianza Editorial 1986. Se trataba de una reflexión propia, sobre la guerra civil española. El subtítulo de la obra, “La guerra civil en perspectiva”, dejaba bien clara su intención: pretendía analizar la guerra desde una posición distante, y supuestamente neutral. En el mismo prólogo anunciaba su propósito, con una cita ilustrativa: “Lloyd George informó al gobernador en Palestina, Ronald Storrs, de que tanto los árabes como los judíos, se quejaban de su actuación como gobernador (Storrs se veía ya de patitas en la calle). Si deja de quejarse uno de los bandos (terminaba Ll. George), dese por destituido”. Los historiadores, añadía Carr, no tienen que pasar casi nunca, por el riesgo de la destitución. Pero, quizá, serían mejores historiadores, si corrieran ese riesgo.

Por esas fechas Carr andaba muy “obsesionado”, con la cuestión de la neutralidad, decía Adrian Lyttelton (especialista en la historia de Italia): “No hacía más que hablar de ello, aunque políticamente él no fuera tan neutral…” Estaba empeñado en demostrar su “neutralidad”, desde que el historiador marxista Herbert Southworth, le acusó de ser el “líder de una conspiración neofranquista”, junto al historiador conservador americano experto en la Falange Stanley Payne. Raymond se sintió profundamente ofendido, por la afirmación de Southworth. Él nunca había justificado el “golpe franquista”, ni “conspiraba” con nadie:

Parte de su evidencia es que me vio cenando con Ricardo de la Cierva… También he tenido a Federica Montseny en mi casa, y la he invitado a dar una conferencia en Oxford ¿Soy, por tanto, el líder de una escuela neoanarquista?... Mi esposa Sara y yo, distribuíamos propaganda antifranquista en España, cuando el Sr. Southworth estaba feliz y a salvo en Tánger. No soy neofranquista. Soy, como ha destacado un airado lector, un “recalcitrante ‘don’ de Oxford”.

Curiosamente, fueron autores progresistas auténticos, expertos en la guerra civil, los que hicieron las valoraciones más positivas de ese libro de Carr. Así, el historiador marxista español Manuel Tuñón de Lara (con el que mantuve una buena amistad) destacaba (“Journal o Modern History”, Diciembre 1978) su claridad y su objetividad: “De esta obra – decía – no sé si admirar más su preocupación de seriedad, sus reflexiones esclarecedoras, o su incontestable valor didáctico”. La importancia que Carr le concedía, a cuestiones como la reforma agraria, o la actitud de la banca y su sabotaje del crédito, le parecían fundamentales. Paul Preston, por su parte, destacaba (“New Society” 11 Agosto 1977) sus vívidos “sketches”, o la elegancia de estilo, pero sobretodo su manera de sentir la realidad: “No se trata de una fácil objetividad de la indiferencia, sino más bien de una honesta confrontación de verdades dolorosas, particularmente en las secciones que explican la derrota republicana. Uno quisiera – concluía – no estar de acuerdo con todo en este libro, pero es altamente iluminador, y nunca deja de estimular el pensamiento”.

En España no se tradujo “La tragedia española”, hasta casi diez años después, y pasó un poco sin pena ni gloria. En parte por el peso de la obra de Hugh Thomas “La Guerra Civil Española”, y en parte porque casi paralelamente a la edición de su mencionada obra, Carr había trabajado en otra que se publicaría directamente en España, y que acapararía plenamente la atención del público español, convirtiéndose incluso en un “best seller”. Se trataba de “España de la dictadura a la democracia”, en realidad una ampliación cronológica de su primera y famosa obra “España 1808-1939”, que ahora escribió a medias con su antiguo alumno – y desde 1976 director del Centro Ibérico – Juan Pablo Fusi.

Según destacaba el propio Carr, lo cierto era que como historiador en “La tragedia española”, había intentado entender las razones y los impulsos de los unos y los otros, evitando juicios morales fáciles. Había puesto, en definitiva, mucho de sí mismo en el ensayo, y no pretendía contentar a nadie. “Me ha llamado neofascista la izquierda lunática, y peligroso liberal la extrema derecha” decía en el prólogo. Aunque en realidad a él le encantaba moverse, en ese terreno contra la corriente (o contra las corrientes) convencionales.

Pues eso.