Hasta finales de los años cincuenta, como destacaba el especialista en Colombia, y miembro de St. Antony’s College (Oxford) Malcom Deas, la historiografía latinoamericana en Gran Bretaña, ofrecía débiles “señales de vida intermitente”. Salvador de Madariaga había realizado algunos trabajos sobre Colón o sobre el Imperio español, que parecían tener poco o nada de impacto en Oxford. Pero no existían los estudios de América Latina en absoluto. A la altura de 1960, Robin Humphreys en la Universidad de Londres, y Frederick Alexander y John Horace Parry en Cambridge, eran los máximos especialistas en la materia, pero se limitaban a la era colonial, y eran “decididamente anglocéntricos”. Entre 1945 y 1960 se leyeron apenas siete tesis, relacionadas directamente con América Latina, de las cuales sólo dos, no se basaban en el comercio o la influencia británica, y ninguna sobrepasaba cronológicamente la I Guerra Mundial.

Pero en 1959 sucedió “algo” inesperado, que eclipsó momentáneamente el naciente “influjo español” en St. Antony’s College, y propició un repentino giro de atención, hacia la zona central y meridional del continente americano: Hubo una revolución en Cuba. Y así fue como en Gran Bretaña se descubrió America Latina.

Raymond Carr lo contaba de esta forma en “The Invention of Latin America” (“New York Review of Books” 3.03.1988):

<En los años treinta, un destino latinoamericano seguía considerándose una especie de exilio, entre los diplomáticos británicos… Todavía en los años setenta, pregunté al ex primer ministro Harold Macmillan, con que frecuencia había surgido América Latina, en el gabinete durante su mandato (1957-1963): “En una ocasión hablamos un poco sobre la carne argentina…”. Fue Fidel Castro quien transformó la indiferencia pasiva, en interés activo… Algunos observadores, creyeron que una revolución socialista en una isla del Caribe, podría infectar – estaban de moda las metáforas biológicas – a todo un continente… El interés académico siguió a la preocupación política. Fueron profesores universitarios, los que suministraron a los políticos, los materiales fundamentales, sobre los que basar una estrategia contrarrevolucionaria, afín a las premisas de la democracia liberal. La Fundación Ford, canalizó mucho dinero hacia los estudios latinoamericanos, en las universidades estadounidenses; el Comité Parry, creado por el gobierno británico, publicó un informe que generaría, la creación de centros de estudios latinoamericanos, en todo el Reino Unido>.

Eso era exactamente lo que había sucedido. La imperiosa “necesidad” política, en forma de amenaza comunista, propició el estímulo académico. Y los centros de estudios de América Latina, se crearon y financiaron generosamente en Harvard, Columbia, Princeton y otras importantes universidades de los EE. UU. Y eso fue también lo que sucedió en Gran Bretaña y en St. Antony’s, que fue el primer college británico, en consolidar un centro de estudios latinoamericanos. Malcom Deas exageraba cuando escribió irónicamente, que “el fundador del centro fue el Dr. Fidel Castro, un graduado de la Universidad de La Habana”.