Quienes le conocen dicen que ya era poderoso antes de que se le otorgara el poder; por eso  la tribu independentista catalana lo ha convertido en su tótem desde el atentado de las Ramblas de Barcelona. Hasta la resonancia del cargo otorga a Josep Lluís Trapero una autoridad suprema: “Major dels Mossos de Esquadra”. En una rueda de prensa dice una frase al tuntún, medio en catalán y medio en castellano - “Pues bueno, pues adiós” – y dos horas después ya se venden en la red cientos de camisetas con su imagen y sus palabras impresas.

Su puesta en escena comunicativa es de premio nacional de fin de carrera. Sus comparecencias ante la prensa pueden trasladarse sin cambios a cualquier serie o película policíaca norteamericana: uniforme impecable, relato de lógica aplastante expresado con seguridad de Gary Cooper y expresión de máxima solvencia, aquella que suma contundencia y tranquilidad. Por lo visto aprendió a ser policía en el FBI en su sede de Quantico; se le nota. A su lado, el conseller de Interior, Joaquim Forn, parece un muñeco de ventrílocuo.

A todo eso, es independentista de pro, no solo de convicción sino de hechos, de los que cambian la realidad. En 2013 ya advirtió que no acataría las órdenes del Gobierno de Madrid en caso de retirada de las urnas para el referéndum. No ha llegado hasta aquí por casualidad.

Solo ha faltado un paso para que se alumbrara el “Trapero for president” a modo de Eisenhower, el héroe de la II Guerra Mundial, que pasó del generalato 5 estrellas a la presidencia de los EEUU en un plisplás y casi por aclamación popular.

Trapero es magnífico pero no es perfecto. El estado de gracia se rompe en añicos porque un puñetero periodista publica un papel que demuestra que los servicios de inteligencia americanos advirtieron a los Mossos hace unos meses de un posible atentado del ISIS en las Ramblas. Y lo hace después de que el nuevo intocable del independentismo catalán lo hubiera negado tres veces. Su reacción es nefasta; la ira es un arma que un poderoso de verdad jamás empuña. Trapero lo sabe pero su orgullo lo hace montar en cólera y atropellar con insultos al periodista en el más puro estilo del venezolano Maduro.

Y el icono se desmorona a pesar de que los hechiceros de la tribu intentan salvarlo a toda costa.  Es obvio que una advertencia tan genérica del atentado no lo hubiera impedido. Si toman medidas en las Ramblas vamos al Paseo de Gracia o al Camp Nou, hubieran pensado los terroristas. Pero lo cierto es que en el imaginario popular, de raciocinio sencillo pero cabal, se forja la cruel idea: “Les dieron el aviso pero no le otorgaron importancia. Vaya tropa”. Los colectivos independentistas – que ahora mismo son quienes gobiernan Catalunya de facto – se movilizan aunque ahora mismo el rey recién entronizado está desnudo. Pero no creo que eso sea un problema y menos para los activistas de la República catalana: ya se sabe que ocurre tras los reyes muertos. Y más en tiempos de pre referéndum.