Es 20 de Bonaire es un nuevo y pequeño comercio de Palma que vende productos alimenticios a granel, legumbres, arroces, harinas de todo tipo, algas, semillas... También vino a granel, PepLemon, la piña de siempre, cafés… Y lo mejor de todo, mientras compras puedes hacer una pausa y tomarte un buen vermut acompañado de una lata de conservas.

Inauguró ayer, el día elegido, viernes 16 de junio, el mismo día que hace 106 años se creó IBM. Que momento tan ideal para hacer esa pausa tan necesaria y dejar móviles, Whatsapp, tablets y tanta tecnología que nos conecta a tantas cosas pero que al mismo tiempo nos desconecta de otras mucho más importantes. Urge disfrutar de las pequeñas cosas, ir un poco más despacio, aplicarse la filosofía slowfood.  

Internet lo ha cambiado todo, lógicamente también el comercio. El pequeño, muy especialmente. Que es el que conocen bien Cati y Antonia, las protagonistas de la historia. Ellas han tenido desde siempre comercio físico y algunos de ellos han visto bajar la barrera de manera definitiva desplazados por el e-shopping.

Corren tiempos donde es más fácil comprar (y todo esto es verdad) el chicle de Britney Spears, un amigo imaginario, un detector de zombies o incluso la ropa interior de Michael Jackson y, en cambio, en tu barrio, en tu calle, lo tienes difícil para encontrar una panadería que haga pan de verdad y ya no digo comprar medio kilo de harina al peso, 2 litros de vino o un cuarto de lentejas. Spoiler va, todo esto se puso a la venta ayer en el número 20 de la calle Bonaire. 

Vamos a las grandes superficies y tenemos, no lo que queremos, sino lo que quieren que compremos. Frutas y verduras que no tienen sabor a nada pero que se encuentran bien robustas y brillantes y todo ello se debe a que aguantan muy bien el transporte. Por no hablar de productos esenciales rodeados de más y más envases que ya hartan el Mar Mediterráneo. ¡Ay! Nuestro Mar Mediterráneo, tan cerca de casa y tan lejos de nuestra mesa. 

Bussines y bussiness. Volvemos al negocio que es lo que importa. Cati y Antonia han montado y nos presentaron ayer un negocio que no es nuevo, ya existía en el tiempo de mis abuelos y bisabuelos. Hoy en el 2017, no sé por qué versión de Iphone estamos, ellas nos proponen una idea valiente del siglo pasado, y lo hacen con el exquisito gusto que les caracteriza. Y sobre todo con una tonelada de ilusión. Nos ponen ante los ojos botas de roble que miman el preciado líquido que hay dentro, no tiene un nombre elegido con estudios de marketing avanzado, pero es un excelente vino local. Nos ponen ante la nariz, aromas tan emocionantes procedentes del mar, olores que desprenden la sal y las algas, o el olor a tierra de los arroces o las legumbres. 

Y porque no, en este negocio, el cliente que lo desee, puede también hacer como Ameli Pullan y acariciar entre sus dedos una harina que ha sido molida no hace mucho, a pocos kilómetros de Palma. Que de sentidos! Y todavía no hemos hablado del gusto! El consumidor curioso encontrará muchos productos, todos ellos listos para despertar sus sentidos y disfrutar. Pero yo creo que esos productos están también aquí para algo más que experimentar y alimentar, están escogidos y puestos aquí también para comunicar, para decirnos algo. Y es que el pequeño comercio puede decir cosas grandes. Como que aquí se genera riqueza, puestos de trabajo, se potencian productos locales siempre que se puede, se defiende la ecología, pues haces una compra de proximidad y además comprando al peso ahorramos envases innecesarios. El pequeño comercio, da vida a los barrios y al lugar donde vivimos.  

No sé quién dijo: seamos modernos, leamos a los clásicos. Cati y Antonia lo hicieron ayer. Aprender del pasado es una buena manera de ganar el futuro