Las normas urbanística elaboradas en Balears - la mayoría de ellas datan de los tiempos del gran desarrollo económico – permiten la construcción de unas 150.000 viviendas, que equivalen a la creación de otra ciudad de dimensiones similares a la de la capital, Palma (170.00 viviendas). En su día, estas reservas urbanísticas fueron consideradas como excesivas o exageradas, pero en la actualidad, según el grupo ecologista GOB, podrían alcanzarse en 10 años y hasta en menos en algunas zonas de seguir los actuales ritmos de crecimiento. Mallorca y Menorca se acercan a esos máximos; Ibiza y Formentera estarían a punto de alcanzarlos.

Más allá de las cifras concretas, lo cierto es que Balears ya toca con la mano el límite de crecimiento. La condición de emporio turístico, que genera en torno del 50% del Producto Interior Bruto balear, el más alto de toda España, es causa principal. Se espera que durante algunas semanas de la próxima temporada turística la población total duplique la población residente. En verano, las costuras de las infraestructuras (depuradoras, saneamiento, comunicaciones, energía....) están a punto de reventar.

El aeropuerto de Palma, puerta principal del flujo de visitantes, recibirá este año unos 5 millones de pasajeros más que el pasado año. Eso supondrá una operación de despegue o aterrizaje cada 45 segundos durante las 24 horas de los días punta.

Balears se ha convertido en el destino turístico refugio del Mediterráneo a causa de la inestabilidad social en los países del norte de África y, últimamente, Turquía. Durante los últimos tres años ya ha colgado el cartel de “Completo todo el verano”. En Ibiza se alquilan garajes particulares y hasta furgonetas para pernoctar. Algunos hoteleros de las Pitiusas han debido rehabilitar edificios de apartamentos en desuso para alojar a sus trabajadores temporeros.

La circunstancia de aglomeración turística se produce en un ambiente de fuego graneado por los alquiles vacacionales de pisos de particulares, con los que el propietario consigue una renta para equilibrar su economía. Los grandes hoteleros y los ecologistas (se supone que por distintas causas) se coaligan para erradicar esta práctica que, sin embargo, ha supuesto para muchas familias acceder a la participación de las rentas del turismo,

No obstante, el crecimiento tiene su cara oscura: la desigualdad en el reparto. Los beneficios empresariales se multiplican pero a una franja de la población no le llegan ni las migas. Que se lo pregunten a las más de 20.000 familias que no reciben ingreso alguno, la mayoría residentes en los barrios  periféricos de Palma, donde ningún turista pone el pie y cuesta sudor llegar a final de mes.