Desde el 30 de octubre de 2016, han transcurrido casi 5 meses, Mariano Rajoy es Presidente del Gobierno de España, aunque sea en minoría, gracias al voto positivo de Ciudadanos y la abstención en segunda ronda de los Socialistas. De momento, su iniciativa política es de baja intensidad para hacer frente a nuestros desajustes sistémicos de índole política, económica y social, que requieren necesarias y urgentes reformas estructurales. De momento, todo sigue igual. “Vísteme despacio, que tengo prisa”. Pero frente a tal inanición política, llama la atención que nuestros socios europeos (¡enzarzados en procesos electorales!) nos perciban como un país estable políticamente con adecuados índices de gobernabilidad y gobernanza. Percepción positiva (véase los últimos sondeos electorales publicados) extendida también entre una parte significativa de nuestra ciudadanía, a pesar de la permanencia de desigualdades sistémicas, del desempleo, de la contratación temporal y precaria, de la diferencia creciente salarial creciente.

La posible explicación de tal atonía hay que buscarla en el propio partido gobernante, el PP, y también en un comportamiento confuso y difuso de la oposición. A Los populares, y en concreto su líder Mariano, les cuesta Dios y ayuda aceptar que la mayoría absoluta donde su palabra era ley es historia pasada. Ahora, en minoría, deben garantizar la gobernabilidad llegando a acuerdos/pactos con diversas fuerzas políticas. Firmaron un pacto con Ciudadanos, 150 puntos, a cambio de su voto positivo a la investidura de Rajoy. De momento, Rivera y los suyos parecen sufrir un ataque de cuernos ante el pasotismo del PP a las medidas pactadas y rubricadas. Rajoy prefiere elegir como muleta al PSOE porque su número de parlamentarios (a pesar de sus relevantes pérdidas) sigue siendo necesario para tal o cual iniciativa.

A esta realidad hay que añadir la inexistencia de una oposición real. A los socialistas no se les espera hasta que hayan resuelto sus propias cuitas internas. De momento, trasmiten una imagen neutra que por “razones de estado” (?) apoya a Rajoy o cuanto menos no se le opone con fuerza e iniciativa. Los podemitas todavía tienen que digerir su propia crisis interna que se saldó con la victoria de Pablo Iglesias. De momento, les cuesta buscar y encontrar su espacio parlamentario. Siguen con sus tics; ahora han pasado de la casta a la trama.

De momento, la actividad parlamentaria luce por su absoluta atonía. Cualquier iniciativa de la oposición tiende a sestear el sueño de los justos, si no es anulada siempre y cuando suponga un gasto adicional, pues que se “gobierna” con los Presupuestos prorrogados del año pasado. Rajoy domina perfectamente los tiempos: hasta ahora le ha salido rentable dejar pudrir los problemas La Reforma Laboral, la LOMCE, el presente y futuro de las Pensiones, una reforma fiscal, un nuevo sistema de financiación de las CC.AA, un nuevo modelo territorial (que implica una reforma constitucional) que posibilite un dialogo político con el mal denominado Problema Catalán más allá del diálogo de besugos a través de los Tribunales.

De momento, no tenemos ni tan siquiera un borrador de los Presupuestos 2017. Se supone que la Administración del Estado funciona con la prórroga de las cuentas de 2016, pero esa prórroga tiene dos problemas: primero, impide adecuar la acción del Estado a las nuevas circunstancias económicas y a los compromisos con la Comisión Europea; y segundo, no es posible estirarla por los siglos de los siglos, es decir, otra vez en 2018. Incluso las anomalías españolas tienen un límite, y más aún cuando la UE nos exige incluir (léase recortar) 5.400 millones de euros en reformas estructurales. Cuando se llega ahí, la única solución es convocar nuevas elecciones, algo para lo que estará capacitado legalmente Mariano Rajoy a partir de mayo próximo. ¿Lo hará? Si lo hiciera cogería especialmente al PSOE en fuera de juego, sin líder ni candidato consolidado. De momento, corteja al PNV, a los canarios, y lógicamente (?) cuenta con C’s. El PP sabe que no puede contar con el voto del PSOE, a no ser que los socialistas se quieran suicidar políticamente.

Rajoy puede seguir (¿hasta 2018?) culpando a la oposición de “radicales” (ya lo está haciendo) por no colaborar en la gobernabilidad de España. Es una maniobra difícil, que depende de muchos imponderables, entre ellos la identidad del nuevo/a dirigente socialista y del resultado del Congreso de junio. El “radical” Sánchez es una amenaza en boca de populares y de socialistas, cuya eventual elección como secretario general podría llevar al PP a la rápida convocatoria de unas nuevas elecciones, aprovechando la fisura en el PSOE. La victoria de otro candidato atrasaría el proceso, pero no lo esquivaría, porque ¿qué secretario general socialista va a atreverse a no presentar una enmienda a la totalidad (un presupuesto alternativo) de un presupuesto popular? A lo máximo podría obtener, según cual sea el nuevo/a Secretario/a General, cierto do tu des (yo te doy, tú me das), un intercambio de mociones/reformas…

De momento, la estabilidad política, la gobernabilidad y la gobernanza forman parte de un simple juego de palabras. De seguir así, los grandes retos políticos, económicos y sociales siguen y seguirán vivos y coleando. ¿Quién o quiénes, cuándo y cómo pondrán el cascabel al gato?