Hace dos meses en El País, una magnífica reseña de Carlos Prado sobre el libro “El ciudadano contra los poderes de Alain”, me llevó a tomar de mi biblioteca, un par de libritos que tengo de dicho autor francés y releerlos.

En estos tiempos de confusión que atravesamos, preñados de hechos que nos desconciertan profundamente, al menos a los que ya peinamos muchas canas, Alain nos enseña, con total sencillez, a seguir creyendo en el hombre, en su capacidad de liberación a través de la cultura, y nos impulsa a cultivar la democracia como un deber, que nos obliga a todos a implicarnos en el gobierno de la “res publica”.

Los famosos “Propos” de Alain, podrían parecernos un recetario de encantamientos, escritos estos días por un mago, para combatir el desaliento que nos invade por doquier, cuando los peores augurios sobre el negro futuro de la democracia y la libertad, amenazan con tornarse realidad. Recuperamos la esperanza en la obra del gran mentor de la idea radical, de uno de los padres del mensaje democrático, que sirvió para forjar el discurso cívico que en el siglo XX, se expandiría por Europa y buena parte de América.

Alain (como es sabido seudónimo de Emil Chartier) fue un hijo del conocido “caso Dreyfus”, terrible conflicto entre la “Razón de Estado”, y el derecho de todos los ciudadanos a conocer la verdad, y a participar en la construcción de su legitimidad democrática. Un episodio que concluyó con el triunfo de la República, aunque a costa del enorme sacrificio que exigió superar la corrupción interna, que estaba descomponiendo el Estado republicano. Y que condujo a la reconstrucción de las categorías y conceptos democráticos, de la que surgiría nuestro actual entendimiento de la escuela y el papel del profesor como “eveilleur”, como la persona que nos incita a hacernos nuestras propias preguntas.

Francia para Alain era la República, y la República, para imponerse a su tiempo histórico, debía ser expresión fidedigna de una ciudadanía siempre activa, siempre alerta ante el poder y los poderosos. Alain explica en los “Propos”, que la defensa de la República contra sus enemigos, interiores y exteriores, pasa por reivindicar la Política ante el poder. Política y poder son dos categorías conceptualmente diferentes, que incluso llegan a generar, dinámicas definitivamente opuestas (algo de ello ya adelanté en mi Blog “Relación entre Política y Filosofía”  (https://senator42.blogspot.com.es/search/label/Pol%C3%ADtica%20y%20Filosof%C3%ADa).

Cuando Salvador Allende ganó las elecciones dijo: tenemos el gobierno, ahora tenemos que conquistar el poder. El poder es fuerza, es mando, es jerarquía. Habla siempre en términos de dominación, y responde a una lógica de sometimiento. Su objetivo es imponer su decisión, y tiende por naturaleza al abuso. Precisa siempre de la confusión, de la ignorancia y la renuncia humana.

La Política es otra cosa, es la conciencia de que vivimos en un mundo colectivo, de que nuestra individualidad se encuentra mediatizada, por el hecho de vivir juntos. La Política democrática significa, en nuestros días, la implicación de todos en las tareas colectivas.

Alain empieza a escribir sus “Propos” en la prensa de provincias francesa. Auténticas piezas maestras de concisión y de planteamiento de los problemas, punto intermedio entre la narración del acontecimiento y la razón profunda. Con argumentos sopesados que estallan por su propia evidencia, y expresados de manera clara: frase corta y de estructura simple. Y en una conclusión que enlaza con el principio, formando un bucle.

Además de los “Propos” (un neologismo por él inventado, y sinónimo de “Idea o reflexión a propósito de algo”) Alain, al que sus numerosos discípulos llamaban el gigante, nos sorprende con su ejemplo personal. El profesor que odia la guerra y que se presenta voluntario al frente, a los cuarenta y siete años, porque no puede dejar que sus alumnos mueran solos. El catedrático que en el día de su jubilación, desaparece sigilosamente por la puerta trasera, porque estaba convencido de que la República, no puede condecorar a un ciudadano, que se ha limitado a cumplir con su deber.

Pero a mí lo que más me impresiona de los “Propos”, es su apabullante utilidad en una situación como la actual, en la que no tenemos muy claro si nuestros valores han declinado definitivamente, o todavía sobreviven a la espera de un profundo reajuste.

Por esa misma razón se me hace tan reconfortante, leer discursos como el que pronunció otro gran autor, Albert Camus (discípulo indirecto de Alain) con motivo de la aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1957, en el que proclama que la tarea de la generación a la que pertenece, no pasa por crear un mundo nuevo, sino por impedir que aquel que conoce, se deshaga.

La única posibilidad al alcance de nuestras manos, para impedir que la “Polis” (Ciudad) que hemos recibido desaparezca, consiste en no renunciar a la Política, porque sin Política, no puede haber hombres ni mujeres libres. Y sin ideas políticas en torno a las que debatir, tampoco habrá lugar para la esperanza.

Pues eso.