Me va a costar mucho escribir lo que sigue, gotas de sangre. Pero jamás he rehuido expresar mi opinión, en los momentos más delicados. Sé que muchos buenos amigos, incluso familiares, no van a estar de acuerdo hoy conmigo. Entiendo que la emoción de muchos, está estos días con los compañeros que han ignorado la disciplina de partido. Ellos van a ser los héroes. Y que muchos de los que votaron abstención, aún  siendo partidarios del No, serán ahora los villanos de la película. Pero como yo sufrí un par de veces, cuando era diputado, esa angustia de la escisión entre lo que había decidido el partido y mi convicción política profunda, mis pensamientos y solidaridad están hoy con María González Veracruz, Patxi López, Adriana Lastra y otros, que hicieron de tripas corazón, y acataron la decisión del Comité Federal.

Mucho se ha hablado y discutido en estos días del “voto en o de conciencia”. Y yo no acabo de entender del todo, que es eso de la “conciencia”. Desde pequeño aprendí que había que obrar de la forma más adecuada, para producir la mayor suma de felicidad en los demás. Pero Bertrand Russell nos recordaba en su autobiografía, que su abuela le replicaba que era imposible conocer, que era lo que produciría más gozo y que, en consecuencia, mejor era obedecer la voz de la conciencia. Pero si la conciencia fuera algo así, como mi forma más íntima de pensamiento, deberemos aceptar que dicha “conciencia” depende de la educación recibida, de las experiencias vividas y de nuestras cambiantes circunstancias, por lo cual varía a lo largo del tiempo. Y como afirma también Russell, si admitimos que la conciencia no es sino producto de la evolución y la educación combinadas, entonces es evidentemente absurdo, dejarse conducir por ella, antes que por la razón.

Yo procuro en todo momento seguir la razón y no mis emociones o “conciencia”, en parte debidas a mi familia, a la sociedad que me rodea, al nivel económico en que vivo, y a la educación recibida. Y que serán buenas o malas, según la calidad de todas esas circunstancias referidas. Sin embargo es esa “voz interior”, esa “divina conciencia”, la que con frecuencia se desea imponer como guía, a seres dotados de razón. Es pura locura. Es un “mito” en el sentido en que lo entendía Simone de Beauvoir, algo parecido a la noción de Husserl de las teorías acumuladas sobre los fenómenos, que hay que rascar y eliminar, para llegar a las “cosas mismas”. Por mi parte aspiro a dejarme guiar por la razón, en la medida de lo posible. Y no, no es agradable sostener opiniones con frecuencia poco comunes, pues o bien no dices palabra, o bien los otros, se espantan ante mi escepticismo.

Toda experiencia modifica la susodicha “conciencia”. No hay un solo suceso psíquico o físico-material, que no altere el conjunto de nuestra identidad. En el flujo de lo instantáneo – escribía George Steiner – este impacto, como el de las partículas eléctricas que recorren nuestro planeta, es infinitesimal e imperceptible. Pero los seres individuales somos proceso, nos encontramos en perpetuo cambio. La experiencia o el aprendizaje pasados, las expectativas más o menos confesadas, las convenciones socioculturales con respecto a determinada inclinación momentánea (Stimmung), o las circunstancias accidentales, se nos escapan. Pero el “acto-experiencia”, y los efectos que produce sobre nosotros, son inconfundibles.

Así que no, el voto no es nunca de “conciencia”, es siempre político o, como máximo, ideológico. El voto de los diputados del PSC, no hace falta explicarlo, porque ha quedado muy claro, ha sido absolutamente político. Incluso aquellos que votaron en su día, en contra del aborto o del divorcio, lo hicieron no por su conciencia, si no porque se lo exigía su ideología, en este caso religiosa. Y los socialistas que votaron no a la investidura de Rajoy, lo hicieron por su profunda convicción política, superior y contraria pensaban ellos, a las indicaciones de su partido. Lo respeto, pero no lo comparto.
Estar afiliado a un partido político, no es ninguna obligación. Y si ingresamos en uno, ya sabemos que tiene sus normas, sus estatutos, su historia y su cultura, que deberemos respetar. Escribía hace tiempo Javier Marías, que cuando ingresó en la RAE, ya sabía que se exigía corbata para participar en sus reuniones. Así que si un día la misma se le olvidaba, y el ujier no le dejaba entrar, no iba a montar ningún pollo. Sin normas que se respeten (aunque se puedan cambiar) no hay organización ni institución que aguante. La libertad absoluta es una utopía de los anarquistas. El artículo 78 de los estatutos federales del PSOE, establece que los miembros del Grupo Parlamentario (eso debería rezar para todos los diputados, incluidos los independientes, los no afiliados al partido) “están sujetos a la unidad de actuación y disciplina de voto”.
La Ley Electoral actual lleva a que los ciudadanos votamos un partido, no a una persona en particular. Yo fui elegido diputado por el PSOE en varias ocasiones, y en ninguna se me ocurrió pensar, que lo hubiera sido por mi cara bonita. Y aunque la justicia haya establecido, que el escaño es personal, políticamente no es así. Todos los diputados han sido elegidos, porque se presentaron en la lista de un partido. Ahora no discuto de la bondad y excelencia democrática, de nuestra norma electoral. Cuando una mayoría amplia de las Cortes así lo convenga, se puede cambiar. Se puede variar la circunscripción; elegir un sistema diferente al D’Hondt; abrir las listas electorales, para que el elegido lo sea por sus valía personal además de por pertenecer al partido x, y así responder de forma más directa ante los electores y no ante la dirección partidaria; se podría establecer el distrito unipersonal como en Inglaterra; o un sistema mixto como el alemán…
Las normas y las leyes se pueden cambiar o derogar. Pero mientras tanto, las leyes, en democracia, se deben acatar; y las normas en las instituciones y organizaciones democráticas, lo mismo. La alternativa es la jungla, y el sálvese quien pueda. Por eso no me vale lo que argumentan los que votaron no: lo hice por responsabilidad ante los votantes. No, en unas próximas elecciones, los ciudadanos no le van a pedir responsabilidades personales a ninguno de ellos, se las van a pedir, muy consecuentemente, al PSOE. El escaño de ninguno de ellos va a depender, en un próximo futuro, de su voto del pasado sábado, sino de si el PSOE ha sabido recuperar o no su credibilidad, ante los ciudadanos. Y en cualquier caso, me parece, el que estime que su “conciencia” no le permite respetar las decisiones, adoptadas por el partido, siempre puede entregar su acta. En el PSOE entramos, nos mantenemos o salimos, siempre libremente.
Y para que no haya lugar a equivocaciones, repito una vez más: Me parece inaceptable el “golpe palaciego” perpetrado en el PSOE. Deberíamos haber votado No al PP una vez más, e ir a terceras elecciones con todas sus consecuencias. Como militante, exijo ya Primarias y un Congreso Extraordinario. Y por último, y por muy contradictorio que pueda parecer con todo lo que he escrito, no estoy en absoluto de acuerdo, con haber abierto expediente a los que votaron no. Es hora de minimizar costes, no de seguir cavando y profundizando, el hoyo en el que nos hemos metido.

Pues eso.