O aceptamos que todo gira hacia lo líquido y mutante o seguimos convencidos de que nada ha cambiado en los últimos 30 años. Si aceptamos lo primero, Susana Díaz y otros miembros destacados del PSOE han cometido un par de patinazos este fin de semana cuando consideran inaplazable que el partido recupere, sin más, las mayorías de antaño. Hasta Roncero se descojonaría si un directivo del Real Madrid dijera que el equipo debe ganar la Eurocopa cada año como hizo de 1955 a 1960 porque lo demás será un fracaso. Por la misma lógica, Roma debería seguir gobernando hoy el mundo.

Los imperativos deseos de Susana Díaz denotan que ignora que en pleno gobierno del PSOE estalló en 2008 la mayor recesión económica mundial después  del crack de 1929, desconoce que una franja de españoles está atemorizada por el futuro, que hubo un 15-M que significó un grito de indignación de la juventud y que tanto PP como el PSOE han sufrido sendos bocados electorales porque nuevos partidos han abierto las puertas de sus despensas aprovechando el malestar. La dirigente andaluza, como algunos argentinos, sueña con que regresa Maradona para componer la situación.

Quien no se haga a la idea de que los viejos buenos tiempos no van a volver quedará arrollado por el presente. Los únicos tiempos que se avecinan son los nuevos, con toda la carga de incertidumbre.

Como alguien ha tapado la rendija por la que antes se divisaba el futuro, nadie sabe lo que ocurrirá; pero en la política española se darán notables cambios o - lo que sería peor - no se darán. Los nuevos vientos llegan con el marchamo de la dispersión de la izquierda que, de un modo u otro habrá que corregir puesto que la mayoría de la población española se declara escorada hacia babor, en mayor o menor grado. El remedio para que los socialistas encuentren su lugar en este universo atomizado no es la reimplantación de su imperio sino el acuerdo razonable con los planetas más cercanos.

Previamente será preciso asumir, política y socialmente, una concepción mucho más moderna del pacto y desprenderse de la mochila histórica. Los pactos deben perder ese dramatismo operístico actual y sacar provecho de la utilidad que representan. Será preciso un nuevo código para solapar coincidencias entre las fuerzas políticas para favorecer acuerdos asimétricos. Coincidir en un 20 ó 30% del programa debería constituir una base amplia para configurar políticas útiles a los ciudadanos.

Los nuevos tiempos líquidos exigen soluciones igualmente líquidas, adaptables a los recipientes que las contienen. En términos de series televisivas, lo que viene tiene más que ver con Borgen que con Juego de Tronos.