Que los miembros de la nomenclatura socialista andaluza no se han llevado la mayor alegría de su vida al saber que el también socialista Pedro Sánchez iba a ser presidente del Gobierno no lo negaría en privado el más cínico de ellos ni lo admitiría en público el más lerdo de todos.

Como las contiendas familiares, las guerras civiles –y las primarias socialistas lo fueron– dejan un rastro de resentimiento en los vencidos y un ansia de escarmiento en los vencedores tales que solo el tiempo, la templanza y el olvido pueden poco a poco apaciguar.

Pedid, pero no demasiado

Mucho más entusiasmados que Susana Díaz y los suyos se han mostrado Antonio Maíllo o Teresa Rodríguez, pero se diría que tanto el júbilo algo sobreactuado de estos como la disimulada decepción de aquellos son precipitados. Izquierda Unida y Podemos tardarán muy poco en desilusionarse con el nuevo Gobierno, mientras que a los socialistas andaluces bien podría sucederles todo lo contrario.

La razón es sencilla: a Podemos nunca podrá Sánchez darle lo que pide; al Gobierno andaluz, sí. Pablo Iglesias pedirá la luna, sencillamente porque no puede no pedirla, mientras que Susana Díaz pedirá lo que ya venía pidiendo: un Plan de Empleo, algo más de dinero para la línea Algeciras-Bobadilla, tomarse en serio la financiación autonómica… cosas todas ellas terrestres, accesibles, a mucha distancia de la luna morada.

El tonillo, el tonillo

¿Seguirán pidiéndole los socialistas andaluces a Pedro Sánchez las mismas cosas que le pedían a Rajoy? Sí pero no: el contenido de sus peticiones será el mismo pero el tono al reclamarlas será distinto, y ya se sabe que el tono no es un añadido colateral al significado sino que, como saben bien los perros, los niños y los adultos, lo determina absolutamente. Ya nos lo enseñaba el viejo chiste: “No me molesta que me diga hijo de puta, lo que me molesta es el tonillo con que lo dice”.

‘Andalucía necesita con urgencia un Plan de Empleo’ no significa lo mismo dicho con un tonillo o dicho con otro. Es más: a poco la oposición descuide su vigilancia, puede incluso llegar a significar lo contrario.

¡Aléjate de mí, oh venganza!

El acceso de Pedro Sánchez a la Moncloa puede servir para una cosa y para la contraria: para practicar el escarmiento o para buscar el entendimiento. ¿De qué o de quién depende? De Pedro y solo de Pedro. En el Gobierno autonómico y en el PSOE andaluz no están en absoluto por ponerle las cosas difíciles al presidente. ¿Estarán Ferraz y la Moncloa por ponérselas a la presidenta? Es difícil creer que vayan a cometer un error de tal envergadura.

Lo más probable es que las muchas ocupaciones que le esperan en la Moncloa rebajen la obsesión orgánica de Pedro con Susana, aunque con un tipo con ese historial de muertes y resurrecciones a sus espaldas sea difícil hacer pronósticos fiables.

Digamos que antes tenía todo el tiempo del mundo para pensar en sí mismo y en Díaz y a partir de ahora va a estar demasiado ocupado; tal vez a la presidenta andaluza empezó a ocurrirle algo parecido cuando regresó de la guerra de las primarias.

Mejor Cornejos que Luenas

Sería, en todo caso, buena señal que el futuro delegado del Gobierno en Andalucía fuera un hombre de paz que contara con la aquiescencia o al menos la conformidad de Susana Díaz: si descartamos nombres que serían casus belli como un Quico Toscano o incluso un Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, para quienes el presidente puede fácilmente acomodar en destinos institucionales menos comprometidos, más importante que el cargo mismo es el perfil personal de quien lo ocupe.

Digamos, resumiendo mucho, que para ese puesto Pedro Sánchez debería buscar un ‘Juan Cornejo’ y no un ‘César Luena’.

¿Mal secretario, buen presidente?

¿Qué ocurrirá a partir de ahora? Por parte de Andalucía, nada. Nada si Pedro no sobrepasa ninguna línea roja en su política territorial. ¿Y quién pinta las líneas rojas? En política, esa suele ser la gran pregunta. Los socialistas no deberían permitir que las pintaran el PP o Ciudadanos, que es lo que pretenden, ni tampoco que las borraran Torra o Puigdemont, que es lo que vienen haciendo desde hace meses.

Sánchez estaba siendo un mal secretario general del PSOE pero eso no significa que no pueda ser un buen presidente del Gobierno. Quienes piensan que siempre fue un aventurero lo seguirán pensando, pero esa opinión será irrelevante si Pedro logra hacer algunas cosas, como apaciguar el embravecido mar de Cataluña y embridar la piratería institucional fundada en su día por el caballero de fortuna sir Artur Mas.

Si Adolfo Suárez se redimió legalizando el PCE, Sánchez puede redimirse pacificando Cataluña: lo del PCE era más peligroso políticamente, pues el Ejército estaba ahí, pero más fácil personalmente, pues solo hacía falta coraje. Si las virtudes de Suárez en aquel trance fueron celeridad y sigilo, las de Sánchez en este deben ser complicidad y paciencia.

LosquequierenromperEspaña

En cualquier caso, Albert Rivera va a ir, ya está yendo, al degüello del PSOE de Pedro Sánchez a cuenta de su traición a la patria echándose en manos de ‘losquequierenromperEspaña’, pero no es evidente que Juan Marín vaya a hacer lo mismo con el PSOE de Susana Díaz.

Es difícil imaginar al flemático Marín pasando de ser el más británico a ser el más africano de los parlamentarios andaluces, aunque el símil resulte algo forzado teniendo en cuenta que tantos británicos se han vuelto africanos y tantos africanos sueñan con ser británicos.

Si Ciudadanos Andalucía es una incógnita, el PP de Juanma Moreno no lo es. De hecho, ya ha fijado u posición: la presidenta ha traicionado a Andalucía yendo de la mano de Pedro Sánchez y su alianza con losquequierenromperEspañaylosamigosdeETA. Casi na.

Intereses y sentimientos

En cuanto a la eterna dialéctica Pedro-Susana/Ferraz-San Vicente/ Madrid-Sevilla, démosles un tiempo. Esperemos a conocer nombres, gestos, tonos y tonillos. Y dineros. En buena lógica, los dos bandos de antaño están llamados a desaparecer.

Puesto que los sentimientos no cambian de un día para otro, lo mejor para todos es que los más encendidamente sectarios de uno y otro bando no sean quienes pinten las líneas rojas. Lo deseable, en fin, es que los leales de uno y otro lado acaben diciendo de ambos presidentes aquello que tan interesadamente se decía en la Casa Blanca sobre Anastasio Somoza: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.

No sería, como en Casablanca, el comienzo de una gran amistad, pero sí el de una plácida posguerra, sí el de una mansa indiferencia, sí el de un civilizado olvido. Ellos tal vez no se lo hayan ganado, pero nosotros sí.