“¿Se compromete usted a convocar las elecciones cuando tocan, que es en marzo de 2019?”, le preguntó muy solemne Juanma Moreno a Susana Díaz. “¡A ti te lo voy a contar!”, debió pensar la presidenta para sus adentros antes de disponerse de nuevo a… no contestarle.

El debate del estado de la comunidad celebrado ayer tuvo mucho, en efecto, de debate del estado del adelanto electoral, un globo político que, inflado en su día por el Partido Popular, sobrevuela erráticamente desde hace meses la hermosa bóveda de cañón de la basílica del Hospital de las Cinco Llagas, sede del Parlamento andaluz.

Contra los pitonisos

Susana Díaz no pinchó el globo, pero sí se preocupó de desinflarlo a la vista de todos. ¿Cómo? Lo primero, burlándose de los “vaticinios de los pitonisos de tercera división” que llevan meses anunciando un adelanto electoral que Díaz no parece tener ninguna prisa en hacer realidad.

Lo segundo, anunciando entre aplausos de la bancada socialista que la consejera de Hacienda acababa de dar la orden de inicio de elaboración de los Presupuestos de 2019.

Y lo tercero, desplegando una batería de medidas sociales cuya puesta en marcha efectiva necesitará algunos meses: garantizar el derecho al agua bonificando el precio a las familias que lo necesiten, ampliar a las familias monoparentales los beneficios que ya tienen las numerosas, ampliar la plantilla de maestros de Primaria en 1.300 nuevas plazas, colaborar con el Poder Judicial para formar a funcionarios y jueces en la perspectiva de género, ofrecer a las víctimas de ETA que lleven a su testimonio a colegios e institutos…

Adelanto duro, adelanto blando

En realidad, aun sin la ayuda de la presidenta el globo ha ido perdiendo fuelle por sí mismo casi desde el momento en que fue enigmáticamente inflado por el PP hacia mediados del año pasado.

¿Por qué perdiendo fuelle? Porque nunca hubo un motivo de peso compartido por PSOE y Ciudadanos para adelantar de modo significativo los comicios. Tras escuchar a Díaz en el Pleno de ayer, un adelanto duro –que tendría que ser inmediato– está totalmente descartado.

Queda la opción de un adelanto blando, que situaría la convocatoria entre noviembre y enero o incluso febrero, lo que vendría a ser como el célebre parto de aquellos montes que tras mucho ruido parieron un ratón.

Teoría de las nueces

Ciertamente, ese ruido sin nueces que es el debate sobre un adelanto electoral tiene la virtud colateral –muy colateral– de poner sordina a la gestión del Gobierno o de publicitar con mayor énfasis la imagen de ventajismo que la oposición endosa a Díaz, pero al ir pasando el tiempo y no aparecer por ninguna parte las dichosas nueces tan machaconamente anunciadas, también se pone de manifiesto la indigencia argumental y hasta la vacuidad política de quien tanto dio la matraca con el asunto.

Tal vez no le faltara razón al presidente y portavoz de Ciudadanos, Juan Marín, socio de investidura de Díaz, cuando le reprochaba a la presidenta que “con un Pleno del estado de la comunidad tenemos de sobra, pero usted quiso que fueran dos”. En efecto, el anterior fue en noviembre pasado y de entonces a ayer no ha habido –no ha podido haber– en el estado de la comunidad unos cambios de tanto calado como para requerir la convocatoria de otra solemne sesión.

Una sesión de control… más larga

Quizás por eso el Pleno de ayer tuvo mucho de ‘déjà vu’. Digamos que vino a ser como una sesión de control a la presidenta de las que tienen lugar todos los meses pero en vez de durar una hora y media duró seis.

Las únicas novedades en sentido estricto que pudieron escucharse en el debate fueron las medidas contenidas en el discurso de la presidenta, que los servicios de prensa del Gobierno andaluz cifraron con largueza en 45, aunque advirtiendo lealmente con un asterisco que solo 13 de ellas eran propiamente nuevas. En todo caso, esta vez no había ninguna de tanto impacto como para desplazar de las portadas los titulares, especulativos por definición, sobre el adelanto electoral.

Lección de política

Los reproches –duros o incluso muy duros, como requería la ocasión– de los líderes de la oposición Juanma Moreno, Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo a Susana Díaz, así como los de la presidenta a todos ellos también eran de sobra conocidos por el respetable que hubiera seguido un poco las sesiones mensuales de control.

Lo más instructivo del intercambio de censuras entre las fuerzas de izquierda fue, como tantas veces, el contraste entre la crudeza y hasta la saña de los reproches de Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo a Susana Díaz, y viceversa, y la coincidencia de fondo de los tres en asuntos de tanta trascendencia como el blindaje presupuestario de la educación o la cerrada defensa de la sanidad pública. Quien ayer buscara verdaderas nueces, ahí podía encontrarlas.

Negro, rosa, entreverado

Por lo demás, mientras PP, Podemos e IU pintaban una Andalucía negra y Susana Díaz pintaba una más bien rosa, Juan Marín intentó aristotélicamente situarse en un virtuoso punto medio que su socia de investidura se apresuró a denunciar como “buenismo del profesor que regaña tanto a su izquierda como a su derecha”.

En cuanto a Juanma Moreno, también en él se notó una cierta pereza oratoria, pues volvió cansinamente a pintar la Andalucía de color azul oscuro casi negro que el PP viene pintando desde hace más de tres décadas sin que el electorado acabe de decidirse a comprarle el cuadro: una Andalucía corrupta en lo político, clientelar en lo social, atrasada en lo económico, fracasada en lo laboral, incumplidora en lo presupuestario, abusiva en lo fiscal… En fin, otro ‘déjà vu’.