Poco después del mediodía, la voz de Manuel Chaves inundaba las radios en su declaración. Hubo una época no muy lejana, una época de casi veinte años, en que la voz de Chaves y la expectación empática de su dislexia inundaba la vida andaluza, que flotaba en alta mar, sin grandes tempestades. Ganaba Chaves, perdía Arenas. Una legislatura. Y otra. Y otra. Ganaba Chaves con su buenismo y perdía Arenas con su sonrisa, embocado sin remedio en su propia trampa de exitoso perdedor.

Andazulía se había hecho a su semejanza templada y había en el aire una sensación de tiempo detenido. Las nuevas generaciones de andaluces votaban Chaves por la teoría de las heridas secretas, según la cual, uno puede triunfar en la escala social, comprarse un terrenito con caballos, conducir un carraco alemán, ser director general de una compañía de éxito, hacer un máster en San Telmo y seguir votando socialista. Las heridas no tan secretas de siglos de caciquismo y represión de la derecha así tomada anidan en la piel de las generaciones. Las mismas heridas que anuncian en las encuestas que Susana va a volver a ganar.

Poco después del mediodía, la voz de Chaves, ese soniquete tan familiar, y un guasap de alguien cercano.

-No soporto ver a Manolo Chaves en este trance.

-Yo tampoco, le contesté.

-Me come la rabia. Ando como Juan Ramón Jiménez, rogándole a Dios que me diga el nombre de la cosa, de esta sensación que me produce contemplar al hombre más honrado que he conocido en mi vida frente a un tribunal tratado como un vulgar delincuente y acribillado por el pelotón de fusilamiento de la derecha mediática.

-La palabra debería ser indignación activa. Pero lo que nos queda es una mezcla poco edificante de complicidad silenciosa.

-O desasosiego o culpa o derrota o miedo o todas esas cosas a la vez. Un miedo a ser señalado. Nadie dice lo que piensa. Todos nos pensamos muy  mucho lo que decimos, encerrando a las emociones en la cárcel de la corrección política.

-Mierda.

-Mierda.

Ahí quedó la cadena de guasaps, cerrada con el doble marrón de la impotencia. La misma impotencia que ha gobernando estos últimos años de cobardía y olvido la actitud de los mismos y las mismas (ea, aquí sí que me pedía el cuerpo el desdoblamiento de género) que se arrastraban por los pasillos de San Telmo para una adulación interminable.

Mi altocargo estuvo con un gran amigo de Chaves hace medio año que se daba grandes golpes en el pecho y después de dos gin-tónic se vino arriba anunciando la creación de una plataforma de apoyo al bueno de Manolo. Y montar un gran lío en internet y hacer mucho más visible lo que todo el mundo sabe: que es un disparate que Chaves esté sentado en un banquillo, el hombres más intachable  de entre todos nosotros.

Pero no ocurrió nada. No ocurre nada. Ni va a ocurrir. Lo que sí ha ocurrido es la voz de Manuel Chaves inundando las radios mientras nos cruzábamos secretos guasaps de aligeramientos de culpa. Así que nos hicimos unas maldiciones. Y nos fuimos a la feria.