Se ha hecho viral el agradecimiento a la misma vez de Lopera por la sentencia absolutoria. Textualmente, el gran prescriptor del beticismo católico/arrabalero vino a decir: “Gracias al Gran Poder bendito por haber hecho justicia”. Aunque lo más profundo vino después: “Tanto como han hablado de mí pues no me han condenado ni a pagar a un euro”. Quienes hemos tenido algún tropezón con Lopera en vida y lo podemos contar sabemos con certeza hasta qué punto ese “ni a pagar un euro” guarda un valor fundacional en la vida y obra del atropellador de palabros,

Dado que el 99 por ciento del universo universal deseaba “en la intimidad” una firme condena de Lopera y no ha sido así, entre otras cosas porque Dios ha hecho justicia porque a mí me escucha (sic), la perplejidad se ha adueñado del mundo digamos ilustrado/sociata/andaluz,  que se debatía entre dos posiciones a la misma vez irreconciliables: que la condena de Lopera fuera ejemplar y que la instrucción de la señora Alaya hubiera sido un desastre. Parece que la primera parte del doblete imposible no se ha cumplido.

La de Donmanué, como gusta llamarse o que le llamen a la misma vez es pues una absolución con muchos regomeyos, muy especialmente para los/as que tuvieron la mala suerte de toparse en su camino, una experiencia de la que salías con diagnóstico reservado y heridas profundas en el neocórtex de la razón, que se trastabillaba seriamente después de aquellos encuentros.

Una vez, una noche en el Aljarafe, un restaurante, una cena discreta, una negociación en las tinieblas, recuerda mi altocargo, unos chistes de entremés para regar la tensión ambiental, y al primer intercambio de diferencias, Donmanué ha cogido las escaleras y deja con la palabra en la boca a su interlocutor, entonces un altocargo de los que transpiraban poder a mayor abundamiento. Pasmado no es una buena palabra para definir la cara de aquel hombre, que todavía lo recuerda en algunas sobremesas con el mismo estupor de hace veinte años.

Así que el supernumerario/so club de damnificados por Lopera (son pocos/as los que no tienen un restregón en sus biografías) se encuentra atrapado entre la hiel de la absolución y la miel del nuevo batacazo procesal, vaya, vaya, de la señora Alaya, a la misma vez. Y como en el chiste del tonto y el intermitente, ahora sí, ahora no, la alegría del vaya vaya se torna vinagrosa con Lopera, a quien desearíamos (el plural es mayestático), menos influencia  “allí arriba”.

Sostiene mi altocargo, a propósito de esta sin sazón, tres cosas a la misma vez:

Una: gloria bendita para el despacho de Montero& Aramburu por revertir en absolución lo que media humanidad mediática andaluza, sevillana y bética ya había descontado como condena.

Dos: no parece confirmado que Chaves, Griñán, Gaspar, Vallejo, Mandalena y el resto del batallón de procesados hayan sido vistos por las inmediaciones de la basílica de nuestro señor Jesús del Gran Poder.

Tres: por el momento, la señora Alaya (haya sido vista), tampoco.