Sevilla 8 de Marzo de 2017 o cuando ruge la marabunta. No eran hormigas de película devorándolo todo a su paso sino mujeres, sobre todo mujeres jóvenes y muy jóvenes, exigiendo el fin de muchas cosas: de los asesinatos, de la desigualdad, del patriarcado, de la brecha salarial, del miedo a volver solas a casa de noche, de ser tratadas como un objeto sexual, del silencio ante los abusos, de los gilipollas (“Lo contrario de ser feminista es ser gilipollas”, decía contundentemente el cartel de una manifestante)…

No era una movilización contra los partidos, ni contra el Gobierno, ni contra el Estado. Ni siquiera contra los hombres como tales. Tampoco era una protesta contra el capitalismo, como burdamente quisieron interpretar desde el PP o Ciudadanos en un ejercicio de ceguera política y necedad estratégica difíciles de superar.

Un 15M de lo concreto

Este 8M fue otro 15M. Fue el 15M de las mujeres. Si el de 2011 fue un 15M contra todo que reclamaba a los partidos cosas que en realidad estos difícilmente podían dar, no al menos de un día para otro, el de 2018 ha sido un 15M contra algunas cosas, cosas concretas, reconocibles, cotidianas, susceptibles de ser derrotadas; el 8M ha sido un 15M de lo concreto.

La marea violeta no pide un Estado que funcione mejor o unos partidos que representen mejor a las mujeres, aunque también: pide que la igualdad efectiva de hombres y mujeres entre en la agenda pública de una maldita vez, de modo que los hombres y las instituciones se tomen en serio, pongamos por caso, el terror de las chicas a caminar solas por la noche.

¿Para cuándo recuentos fiables?

Imposible saber con certeza aproximada cuánta gente se manifestó anoche en Sevilla. Unas fuentes hablan de 50.000 personas. Otras llegan a cifrar la marea en 120.000. Por desgracia, las instituciones que deberían hacer un recuento meticuloso y ecuánime no son fiables.

En materia de recuento de manifestantes, no es fiable la Policía Local ni lo es la Policía Nacional, que suelen ofrecer cifras ‘políticas’, siempre en sintonía con el color político del Ayuntamiento o del Gobierno.

En todo caso, fueron decenas de miles las manifestantes, entre las cuales también había hombres, sobre todo jóvenes. El río de gente que fluía por la céntrica calle Tetuán de Sevilla tardó más de dos horas en atravesarla camino de la Alameda, donde terminaba la marcha y donde la periodista Mariló Rico leyó un comunicado.

Ni con los partidos ni contra ellos

No solo no era una manifestación contra los partidos, sino que en ella los partidos estuvieron prácticamente ausentes. Sí pudo verse una pancarta de Podemos –entre quienes la sostenían estaba la combativa senadora Maribel Mora–, como pudieron verse algunas de sindicatos o de organizaciones feministas, pero lo cierto es que la mayoría de los carteles reivindicativos eran estrictamente caseros, personales, improvisados con un cartón y un rotulador rojo o violeta.

Había cientos de carteles medianos, pequeños y muy pequeños (apenas cartelones grandes) portados por chicas solas o en pequeños grupos, con las leyendas escritas a mano, todo muy artesanal y verdadero, sin intermediarios institucionales, y de ahí otro de los parecidos con el 15M.

Las leyendas

Había proclamas de todos los estilos y para todos los gustos. Directas al mentón: “Lo contrario de ser feminista es ser gilipollas”. Solidarias: “Hermana, somos tu manada”. Otra vez solidarias: “Yo sí te creo”. Simétricas: “No nací mujer para morir por serlo”. Admonitorias: “Que no tenemos miedo, que no”. Desprejuiciadas: “No salí de tu costilla, tú saliste de mi coño”. Históricas: “Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”. Guerreras: “El patriarcado me da patriarcadas”. Policiales: “De camino a casa quiero ser libre, no valiente”. Inglesas: “We are the force”. Periodísticas: “No aparecemos muertas, nos asesinan”. Clásicas: “Las mujeres unidas jamás serán vencidas”. Inquietantes: “Feminazi. Porque luchar por mis derechos es igual que invadir Polonia”. Severas: “No me falta ropa, me falta tu respeto”.

¿Por qué?

Tambores. Silbatos. Platillos. Cánticos. Batucadas. Fue una tarde noche festiva, pero no solo festiva. Las combatientes feministas más veteranas apenas daban crédito. Año tras año apenas había un puñado de ellas en las convocatorias del 8 de Marzo, y de pronto el desesperante goteo se convertía en una marea imparable. ¿Por qué? ¿Qué había pasado? Nadie lo sabe muy bien. Los sociólogos intentarán adivinarlo. Y los partidos, por la cuenta que les trae.

El seguimiento de los paros y la asistencia a las manifestaciones fueron masivos en decenas de ciudades de toda España, con mucho más vigor que en la mayoría de los 170 países donde había convocatorias. ¿Por qué? El fenómeno es, todavía, misterioso.

No fue solo por el ‘MeToo’. Ni fue solo por la crisis. Ni solo por la precariedad. Si solo por la desigualdad. De pronto afloró a la superficie una corriente subterránea, incontenible, a un tiempo furiosa y civilizada.

La hora de la política

¿Tendrá este 8M/15M una traducción política o electoral? El 15M de hace siete años tardó dos en tenerla, cuando Podemos irrumpió en las elecciones europeas de 2013 y siguió subiendo y subiendo durante dos o tres años más, hasta que empezó a declinar, tal vez por querer ser demasiadas cosas, en demasiados sitios y para demasiada gente al mismo tiempo.

El 15M de las Mujeres podría tener una traslación política más asequible que El 15M de los Jóvenes. Pero tendrá que ser una traslación sincera, viable, de un feminismo institucional pero franco, valiente y creíble, un feminismo que será mirado con lupa y al que las mujeres jamás le perdonarían el más mínimo sesgo de oportunismo. Cuidadito con ellas. Son jóvenes y están muy muy cabreadas.