En noviembre de 1977 mis padres entraron un día en una tienda de la calle Francos de Sevilla y compraron dos banderas blanquiverdes. Las vendían por metros, así que en realidad compraron dos metros de esa bandera que sólo se había empezado a vender poco tiempo antes. Unos días después mi madre les hizo un pespunte a cada una para que se les pudiera meter un palo de fregona de madera a modo de asta. Con esas banderas fuimos mi hermano y yo –dos mocosos por aquel entonces- a la manifestación del 4 de diciembre de 1977 y luego, durante años, mis padres las suelen poner en el balcón el día de Andalucía.

El día de Andalucía de este año me he acordado de esas dos banderas nuestras, de verde ligeramente oscuro y sin escudo alguno. Las recordé, en concreto, cuando me enteré de que el Parlamento de Andalucía había anulado, a causa de la lluvia, el tradicional acto de izado de la bandera. Ni sus señorías, ni la Presidenta de la Junta ni las autoridades estaban dispuestas a que el agua estropeara sus peinados y trajes elegantes. Tan elegantes que seguro que muchos de ellos los habrían comprado para la ocasión. Seguramente creen que ir bien arreglados y trajeados es un modo de honrar a Andalucía en su día. La bandera, sin embargo, parece que les provoca tan poco respeto como su propio pueblo.

No soy fanático de las banderas, sobre todo de las institucionales. Normalmente incluso me repelen, con lo que tienen de excluyente. Creo firmemente que la bandera andaluza es mucho menos interesante desde que se planta, bien planchada y con su escudo colorido, tras la mesa de un rector, un consejero, una Presidenta o cualquier otra institución de opereta. Sin embargo, la blanquiverde simboliza también la lucha de un pueblo abierto, alegre y oprimido por un mundo mejor y más igualitario. La identidad andaluza se ha construido desde abajo, inspirada por jornaleros y emigrantes y concentrada en esa bandera de las dos franjas verdes. De niño he visto a menudo banderas -como la que yo llevé a la manifestación- al hombro de un jornalero que pedía pan y tierra, colocada por los albañiles en lo alto de un edificio en construcción, agitada por vendimiadores que se subían a un tren. Y en esa bandera sí creo, porque es la de la gente que pide tierra y libertad. Andaluces y andaluzas.

Esa pandilla de pavos reales-engalanados para celebrar nuestra fiesta en nuestro nombre desprecia la bandera, porque desprecian a la gente normal. Por supuesto que no van a arruinar sus trajes de gala para honrar a un símbolo que tiene poco que ver con ellos. Ellos son más de pavonearse luego en el acto de entrega de la medalla de nuestra tierra a algún aristócrata o a un grupo de empresarios que desprecian la leyes laborales y las ambientales, como este año. Ahí, en sus salones elegantes sí se sienten cómodos. Seguramente incluso se permiten alguna broma sobre el ruido que les llega de miles de manifestantes que en la puerta, empapados por la lluvia y cargados de banderas blanquiverdes, siguen pidiendo pan, trabajo, tierra… y servicios públicos.

Cuando yo era un niño ilusionado con su nueva bandera, Andalucía tenía el mayor índice de pobreza de España. Ahora también. La tasa de paro en Andalucía estaba en torno al 16%, hoy ha subido al 25%. El índice de analfabetismo es el doble de la media estatal. Tenemos –junto con Extremadura- el PIB per cápita más bajo de España. En gran medida Andalucía no ha salido del subdesarrollo y se lo debemos a esa casta de gentuza bien trajeada que no es capaz de aguantar la lluvia mientras se iza la bandera andaluza.

Antes de morir, Carlos Cano escribió una emotiva carta a su hijo recién nacido. En ella, entre un montón de cosas maravillosas dice también: “sobre todo, espero que algún día me pida que le cante con los ojos cerrados la Verdiblanca, y que no me pida que le diga los nombres de todos aquellos que tiraron por la borda nuestro futuro”. Pues mucho me temo que hoy, si viviera, su hijo Pablo no tendría más remedio que interrogarlo sobre qué pasó. Nos han robado el futuro. Y los ladrones son los que nunca se mojan; los que desprecian a la Vediblanca porque es la voz del pueblo.