Durante años y años, el 28 F estuvo adormilado en sus ringorrangos y colgajos. Ahora que ya sabíamos que el ruido del ascensor en la noche oscura no era de la policía política ni los matones de la extrema derecha (más bien los chaveas  que volvían de botellonas al amanecer), la cosa se institucionalizó: corbata, vestido oscuro, medallas, lágrimas, himnos, nada como aquél de Rocío Jurado.

Las calmas después de las revoluciones, incluida la boutade de la duquesa de Alba. La verdad es que nadie (casi) echaba de menos aquellas columnas de jornaleros con albarcas de ruedas de camión recorriendo caminos polvorientos a la blanca luz y al verde viento, con lo cómodas que son las butacas del Maestranza y con ese sudor.

Mi altocargo y yo dejamos de ir cuando la crisis acabó con el copeo, que era con mucho lo mollar. No ya por los vinos y las tapas, que siempre resultaban  manifiestamente mejorables, sino por aquellos corrillos donde campaban las maledicencias y tenías tus charlas, digamos, de intimidad política: ora un consejero ora otro consejero y al fondo Chaves, casi solo con todo su poder. En aquellos tiempos, al fondo estaba Chaves siempre casi solo con todo su poder.  Allí estaban todos los peces y los podías coger con las manos. Yo sacaba material para tres meses, artículos cargados de abrazos como puñales.

Ahora que los catalanes han abierto la vieja puerta de los agravios y la gente ha sacado de la memoria y de las tripas la rabia adormilada, el 28F empieza a hervir tal cual. El destino me ha puesto en las manos a Manuel Clavero, cuya dimisión alcanza un tratado de ética o dos: dimitir y seguir pensando por su cuenta.

Clavero está en los 92 (years old) pero su cabeza permanece despejada como estas mañanas de febrero. Su renuncia dinamitó la Ucedé y su dignidad alfombró el referéndum. Preguntado no sin malicia por las razones que treinta y siete años más tarde siguen condenando a la derecha a una oposición interminable, vino a decir del tirón:  el pecado estuvo en el 28 F.

Un personaje real o inventado de Faludy que vive en la segunda mitad del siglo pasado, lagrimea echando de menos al emperador Tiberio (42 ac): “me resulta imposible creer que ya no esté entre nosotros”.

Me pasa lo mismo con Arenas y las encuestas de fin de ciclo: me resulta imposible que Arenas (Havié) ya no esté entre nosotros.

Lo cual remata mi altocargo con guasa granaína, si es que tal sinestesia fuera posible: Porque Huanma, lo que viene siendo entre nosotros los andaluces incluido Clavero, no estuvo nunca jamás. Y, coño, le tuve que dar un beso.