Joan-Lluís Marfany. Jaume Vicens Vives. Dionisio Ridruejo. Josep Pla. Roberto Fernández Díaz. Enric Ucelay-Da Cal. Josep Fontana… Son algunos de los sabios citados ayer por el periodista y escritor catalán Enric Juliana y el jurista y expresidente andaluz José Rodríguez de la Borbolla en el debate que, moderado sin intromisiones por el periodista del Grupo Joly  Ignacio Martínez, ambos mantuvieron ayer por la tarde en Sevilla.

¿Tú también, Enric?

Versaba el encuentro sobre ‘El embrollo catalán y la España posible’, título ideado con picardía por Martínez cuya primera parte incomodó un poco a Juliana, aunque no tanto como al antiguo portavoz de la CUP Antonio Baños, que horas antes del acto, celebrado en la Fundación Cajasol, se burlaba del acento andaluz y afeaba al ‘amic Juliana’ su participación en un acto organizado nada menos que por “el brazo financiero del PSOE-A”.

Que quien en su día encarnó la facción ilustrada del partido antisistema terciara con sus mofas en el debate no fue importante pero sí significativo, y no solo porque la entidad bancaria sevillana que da nombre a la fundación organizadora del acto fue absorbida en 2012 por La Caixa catalana, sino porque el partido de Baños fue una de las piezas clave del “nacionalismo exacerbado” (Borbolla dixit) que los días 6 y 7 de septiembre “se cargó institucionalidad catalana” (Juliana dixit).

Aunque armados ambos contendientes con “la mosquetería del derecho y la artillería de la historia” (Gisueppe Tomasi di Lampedusa dixit), la atentísima audiencia, bien nutrida de socialistas históricos pero no solo de ellos, constató complacida que ninguno de los dos espadachines pretendía herir al otro –y eso que el ‘embrollo’ se prestaba fácilmente a ello– ni hacía ascos al empate en que finalmente concluyó la singular batalla.

Bofetadas de los dos lados

Aunque en último término el director adjunto de La Vanguardia no se sentiría a disgusto en una Cataluña legalmente independiente, su posición intermedia en ‘el procés’ lo ha convertido en destinatario de innumerables “bofetadas de los dos lados”, según confesó hacia el final del debate, cuando dijo que entre los dos grandes bloques enfrentados en Cataluña hay un tercero de 326.000 votantes (el 7,46 por ciento) que puede acabar inclinándose a un lado o a otro: si lo hace hacia el lado independentista (que hoy suma un 47 por ciento), “el escenario sería distinto”, advirtió el periodista con un elegante eufemismo.

¿De qué dependerá que el crucial voto de los Comunes bascule hacia un bloque u otro? Según Juliana, del tipo de respuesta que desde el Estado se dé al conflicto: “propositiva” o “vengativa”.

Escobas y escobas

Enric Juliana barre a favor del catalanismo pero su escoba no es la misma con la que barre Antonio Baños, del mismo modo que Rodríguez de la Borbolla barre a favor del españolismo pero su escoba nunca será la misma con que barre José María Aznar.

Es una cuestión de grado, recalcó el periodista, para quien en España mucha gente está seducida por la idea de que “el nacionalismo son los otros”. Lo somos todos, vino a decir, pero lo importante, como ocurre con el colesterol, es en qué grado lo seamos: “Por encima de 200 es peligroso, pero por debajo de 100 tampoco es recomendable”.

Cataluña y el PSOE

Sin negar errores –más de cálculo que de concepto– cometidos por el independentismo, como los relativos a la reacción que tendría el Estado o que tendría Europa, para el autor de ‘España en el diván’ el ‘procés’ es hijo de un movimiento histórico que arranca en el último tramo del siglo XIX con “la bifurcación” y el desapego de la burguesía catalana hacia el Estado y cuya pujanza política siempre admitió el propio Partido Socialista, primero en su congreso de Suresnes de 1974 al reconocer formalmente el derecho de autodeterminación, unos años después al renunciar a una marca electoral propia en Cataluña y finalmente hacia 2003 cuando “Ferraz y no solo el PSC” apuesta por renovar el Estatut en “alianza tácita” con los independentistas de ERC.

Un ‘intelectual socialista’

El modo de ver las cosas del “intelectual socialista”, pues así lo calificó no sin alguna malicia su oponente, difiere bastante del de Juliana pero no es absolutamente contrapuesto a él, o al menos no tanto como para imposibilitar cualquier entendimiento.

Sin embargo, resulta obvio que no les indignan las mismas cosas. A Borbolla le indigna particularmente “el ataque ilegítimo a las reglas de convivencia” perpetrado “conscientemente por un nacionalismo exacerbado” que, además de “sentimientos de odio”, ha promovido “el supremacismo por un lado y el victimismo por otro”.

España nace en 1978

Pepote no parece sentirse lejano del diagnóstico de Juliana según el cual en la Transición “la nación española estaba hundida debido al franquismo”, pero complementa dicho dictamen con este argumento: “Muchos se preguntan cuándo nació España, unos dicen que en 1492, otros que en 1808… Yo digo que fue en 1978, ahí nace la España de los ciudadanos, la Constitución es el acto fundante de la España actual y no vale recurrir al pasado para reclamar privilegios” que la Carta Magna proscribió.

Juliana discrepa, por supuesto, de la idea de Borbolla sobre el papel del nacionalismo en la Transición: “La propuesta nacionalista lo infectó todo, nadie quería ser menos que el otro”. ‘Infectar’ es un verbo que jamás utilizaría Juliana, para quien a fin de cuentas nacionalistas somos todos.

En cuatro palabras

El expresidente de la Junta propugna un igualitarismo territorial que sintetizó en la expresión “pluripatriotismo compartido” y que glosó echando mano de la frase “en Europa todos somos regionalistas”, aunque algunos, y señaló explícitamente a Jordi Pujol, crean ser otra cosa.

Por lo demás, Borbolla salió al rescate de la honorabilidad socialista en materia territorial cuando, sin negar las veleidades de autodeterminación de Suresnes, en una resolución aprobada en el congreso de 1976 y redactada por él mismo, el partido dejó bien claro que reconocía la existencia de “nacionalidades y regiones” pero, y esto era lo más importante, “en pie de igualdad”: el expresidente andaluz se ha mostrado en más de una ocasión orgulloso de haber introducido esas cuatro palabras en el ideario socialista en una fecha tan temprana.

Lecturas compartidas

Aunque no pusieran el énfasis en los mismos hechos ni, por supuesto, en las mismas anécdotas y categorías, ambos comparten muchas lecturas históricas y literarias y una genuina admiración por Italia, y tales circunstancias favorecen la complicidad, muy manifiesta, por cierto, al final del debate cuando demostraron haber leído provechosamente en su lengua original y conocer en profundidad y ‘El Gatopardo’ de Lampedusa.

Es improbable que ninguno de los dos comparta el dictamen algo buenista de que estarían mucho más cerca el uno del otro de lo que ellos mismos piensan, pero lo cierto es que buena parte del público así lo percibió al término del encuentro, y no solo porque nunca faltara ‘finezza’ en el intercambio de pareceres, sino porque ni Borbolla –aunque alguna vez haya podido parecer lo contrario– ni Juliana –aunque tantos españolistas acérrimos así lo crean– tienen el colesterol cerca de la línea roja de 200.

Elogio del empate

Además del placer de escuchar a dos personas ilustradas y bien informadas hablando sin sectarismo de un asunto vocacionalmente sectario, la mejor noticia de la noche fue que la contienda acabó en empate.

Borbolla y Juliana tal vez intuyen que lo peor que puede pasarnos a todos es que una de las dos partes venza a la otra por goleada. Necesitamos un empate: o, como ocurriera en la Transición, una victoria que todos simulen interpretar como un empate.