Mucho antes de las salvajadas del 11S y las Torres Gemelas, incluso antes de que bajar al moro fuera aquello, corría por ahí un cierto lirismo sobre el esplendor de Al-Andalus y ensoñaciones de chilaba. Alguno que se llamó Pepe Lopez se mudó el nombre al de Mohamed Medina y subía y bajaba por las cuestas del Albayzin con babuchas y apestando a pachuli.

Mi altocargo suele lucirse en las veladas recordando cómo una asociación de iluminados que cabía en la parte de atrás de un taxi hizo que un sedicente descendiente (sorry) de Boabdil El Chico, importado a tal efecto desde la curva del Níger, posiblemente Tombuctú, entró a lomos de un borrico en La Alhambra y consiguió honores de portada en prensa local. Aquella ridícula reconquista asnal explica por sí misma el grado de enajenación mental de los promotores de la idea y el buenismo con que nos tomábamos las conversiones de algunos colegas al islam.

El andalucismo radical de cuatro canutos desde el mirador de San Nicolás, nunca pasó de una pose costumbrista, la chirimía y las sevillanas de Los Marismeños. El andalucismo moderado de izquierda, bautizado como Partido Socialista de Andalucía, obtuvo su máximo esplendor en los últimos setenta del siglo pasado. Una era chiquilla (ya no sé si entera) pero pudo asistir casi en directo a la inteligentísima apropiación de símbolos y banderas (incluidas las hijas de Blas Infante) con la que el guapetón de Escuredo le robó el andalucismo a Rojas Marcos delante de sus narices para regalárselo al PSOE, que aun a rastras no tuvo más remedio que colocarse la “A” que exigían los vientos.

El dato que mejor explica el desgarro del PSA es alucinante: sacó 0 (léase cero) diputados en las primeras elecciones autonómicas, esto es, no tenían ni un solo escaño en la cámara que mejor representaba el destino para el que había nacido. En apenas cinco años el fulgor y la caída, el cielo y el suelo. Lo que vino después, la conversión en un partido de centro derecha, el cainismo entre Rojas Marcos y Pedro Pacheco, el desmoronamiento de sus bastiones municipales no fue más que una larga agonía de una crisis perfecta de autodestrucción,

De la misma manera que mi altocargo ha sobrevivido sin twitter y sin facebook y sin instagram, los andaluces aquí seguimos en nuestras romerías y nuestros guiris. Tal vez porque el andalucismo así tomado ya está en los mástiles y en los despachos y en los coches oficiales y en el tuétano de todos los niños de la autonomía y a lo mejor ya (respirar política) no es de lo que se trata.

Así que cuando apareció este Altamirano (sin premio, por favor) y los de su taxi reivindicando Badajoz, Murcia y Norte de Marruecos para La República Independiente de Andalucía nos hicimos unas risas, que es lo que políticamente corresponde a estos descerebrados. La confirmación mediática de que los rusos están detrás del independentismo radical andaluz y los agasajos que le proporcionan a su visionario líder viene a ser la dovela central del esperpento.

Altamirano encaja como guante en el andaluz del transiberiano de Paco Gandía y sus elogios sobre la madre Rusia, a saber: mucho ruso en Rusia, enorme la montaña rusa, extraordinariamente buena la ensaladilla rusa y lo bien que cantaba Demis Roussos.

¿Y usted de donde es?, preguntó Altamirano al ruso. Yo soy de la estepa, contestó el hombre. Ahhhhh, querido amigo, remató viniéndose arriba Altamirano: ¡y muy buenos los mantecados!