¡Ay de la justicia cuando intenta ser ejemplar! ¡Ay de la Fiscalía cuando se pone estupenda! ¡Ay de las mujeres cuando se ven obligadas a saltarse la ley para proteger a sus hijos del padre que las ha maltratado! ¡Y ay de las mujeres, de los hombres, de los niños, de los jueces, ay de todos nosotros si no somos capaces de acomodar las exigencias de la justicia a los clamores de la clemencia!

Ayer conocimos que la Fiscalía Provincial de Granada remitió al Juzgado de Instrucción 2 su escrito de acusación contra Juana Rivas: cinco años de prisión por dos delitos de sustracción de menores y la inhabilitación para ejercer el derecho de patria potestad durante seis años.

Rebelde con causa

Recuerda el Ministerio Público en su puntilloso escrito la desobediencia contumaz de Juana a las sucesivas resoluciones de hasta cinco instancias judiciales que, a lo largo de nueve meses, le fueron ordenando una y otra vez la devolución de los dos niños a Italia, donde tiene fijada su residencia habitual el padre, condenado en 2009 por maltratar a Rivas y denunciado nuevamente por ella en julio de 2016 por el mismo motivo.

El escrito de acusación muestra a las claras que la Fiscalía conoce bien la ley pero quizá no tanto la realidad. El fiscal ha hecho una lectura literal de la conducta de Juana, prescindiendo absolutamente del contexto sin el cual no es posible interpretar recta y equilibradamente lo sucedido.

Un caso

Recuerda el fiscal granadino a aquel guardia civil que paró en pleno campo a un jornalero cuando, ya anocheciendo, regresaba a casa en su vieja bicicleta y, tirando de código, le fue comunicando con gesto severo las graves infracciones cometidas: “Por no llevar la luz encendida, mil pesetas; por circular por la izquierda, mil pesetas; por llevar en el portaequipajes un bulto de dimensiones que exceden las que estipula el reglamento, mil pesetas…”. Sin mover un músculo, el jornalero sacó su bolsa de picadura, lió con parsimonia un cigarrillo, se lo puso en la boca y mirando al guardia con más sorna que temor, le espetó confianzudo: “Anda y dame fuego, ¡mil pesetas!”.

Una petición ejemplar

Como aquel guardia civil caminero, no es que la Fiscalía no es esté haciendo bien su trabajo, todo lo contrario. El problema es que lo está haciendo demasiado bien, en el mismo sentido en que los jueces hacen demasiado bien su trabajo cuando dictan una condena que antes que justa pretende ser ejemplar. O al menos eso parece.

Hay ejemplos recientes de ese celo judicial de ejemplaridad: la condena de cinco años de cárcel a Pedro Pacheco por enchufar a dos militantes de su partido en el Ayuntamiento de Jerez o la de tres años de cárcel al alcalde de Huesa por certificar que hizo unas obras que en realidad no hizo porque destinó el dinero a pagar a unos jornaleros.

En ese sentido, la petición de cárcel de la Fiscalía no sería tanto una petición justa como ejemplar: no es que se salga de la ley, es que se sitúa demasiado dentro de ella, tan dentro tan dentro que hasta ese fortificado y oscuro rincón del reglamento no llega la pálida luz de la verdad.

Rivas y Camus

Con el reglamento en la mano, Juana es una delincuente, pues, como subraya el fiscal, “consciente de las anteriores resoluciones judiciales, con ilícito ánimo de incumplirlas, permaneció oculta con sus hijos en un lugar indeterminado sin facilitar su paradero y a sabiendas de la obligación que pesaba sobre ella de restituirlos”.

Con el corazón en la mano, Juana es una madre cabal y una ciudadana valiente que ha actuado como el recordado Albert Camus cuando, preguntado por qué no apoyaba la justa causa de los independentistas que ponían bombas en los tranvías de Argel, respondió sin inmutarse: “Mi madre puede estar en uno de esos tranvías. Si la justicia es eso, prefiero a mi madre".

¿Que por qué Juana decidió desobedecer a los jueces no entregando a sus hijos a un padre condenado por maltrato? Porque si la justicia era eso, prefirió a sus hijos antes que a la justicia. Además de leerse el Código Penal, los jueces y fiscales también deberían leer de vez en cuando a Camus.