Lo mejor de 2017 es… que se ha terminado. Y no por lo que haya sucedido en Andalucía, que ha sido interesante pero no dramático, sino por lo que nos ha sucedido en Cataluña, donde estuvieron a punto de estallar las costuras constitucionales y a pique de quebrarse los hilos invisibles de la convivencia, tan resistentes pero también tan delicados.

‘Antes rota que española’

En Andalucía, en realidad en toda España, puede decirse que en el 2017 recién concluido no ha pasado políticamente casi nada en comparación con lo que ha pasado en Cataluña, y no digamos en comparación con lo que estuvo a punto de pasar. No es probable que en 2018 haya tanta tensión, aunque es seguro que no habrá menos incertidumbre.

El grito prebélico de José Calvo Sotelo ‘Antes roja que rota’ habría sido adaptado y adoptado de modo subrepticio por el independentismo más incivil bajo la acepción de ‘Antes rota que española’. Hágase la independencia aunque perezca la convivencia.

Aunque comparada con la galerna catalana Andalucía haya sido un estanque, bajo sus plácidas aguas han ocurrido muchas cosas, cosas cuya contemplación resultó poco edificante cuando afloraron a la superficie.

Un líder confuso

De todos los hechos políticos acaecidos en 2017, sin duda el de mayor relevancia en todos los sentidos fue la sorpresiva derrota de Susana Díaz en unas primarias del Partido Socialista en las que meses e incluso semanas antes de aquel 21 de mayo en que venció Pedro Sánchez prácticamente todos los observadores daban por seguro el triunfo de la presidenta andaluza.

Ha pasado apenas medio año y todavía es pronto para saber si la militancia socialista acertó en su elección, pero las evidencias acumuladas no son alentadoras: el muy pedrista PSC ha fracasado en las catalanas del 20D; en la crisis territorial el PSOE no ha sido capaz de marcar un perfil claro; Sánchez es todavía un líder desvaído y guadianesco cuyas credenciales izquierdistas, además de sobrevenidas, han demostrado ser meramente instrumentales, como lo era también su rechazo táctico a la abstención en la investidura de Rajoy; la restauración de la hermandad interna en el partido sigue pendiente pero eso no parece preocupar a Ferraz; las célebres bases han desaparecido del discurso de Ferraz; tras una mejora demoscópica inicial atribuible al hecho de que los socialistas habían dejado por fin de matarse entre ellos, el PSOE no despega en las encuestas…

Repliegue hacia el sur

Tras la amarga derrota, Susana Díaz se vio obligada a replegarse a sus cuarteles del sur y centrarse en los asuntos de gobierno que había descuidado por su protagonismo en la contienda civil que desgarró al Partido Socialista.

Siete meses después de la derrota, sigue sin estar claro por qué perdió ante Sánchez. Lo hizo porque los vientos populistas de la historia favorecían a Pedro, pero no solo por eso. Puede que en aquellas primarias no venciera él sino que perdió ella. El error más grave de Susana Díaz fue no haber sido Susana Díaz: perdió por no ser clara, por no ir de frente, por ocultar la bandera en la que creía, por no haber defendido con determinación desde el mismo 20 de diciembre de 2015 que su partido debía abstenerse. Ciertamente, había cosas en las que no podía ser transparente, como la relativa a si permanecería o no en Andalucía si era elegida secretaria general, pero en otras sí pudo serlo y no lo fue.

Hablar por hablar

Su apuesta nacional y el fracaso de la misma han sido, como cabía esperar, argumento recurrente para la oposición, que sesión tras sesión de control parlamentario ha echado sal en esa suculenta herida personal y política de la presidenta. No es caballeroso pero es legítimo. Al fin y al cabo, la caballerosidad en política es cosa del pasado, y además de un pasado más bien remoto.

Según las encuestas no parece que lo hayan conseguido, pero eso solo se sabrá cuando haya elecciones. Y no las habrá pronto. Desde luego, no antes del otoño o el invierno de 2018, pero la decisión depende de tantos factores hoy por hoy imposibles de evaluar –entre ellos de lo que haga Rajoy– que hablar de un adelanto electoral con todos sus avíos es un poco hablar por hablar.  

Quemaduras de primer grado

Díaz ha demostrado una fortaleza política y personal muy rocosa, una fortaleza que sus adversarios prefieren llamar unas veces soberbia y otras ambición. Ciertamente, su piel no es fina ni su mandíbula es de cristal. Se diría que ha logrado curarse mucho más rápidamente de lo previsto de las quemaduras de primer grado sufridas en el incendio de las primarias.

Ahora bien, la supervivencia de Díaz como líder del PSOE andaluz dependerá de si renueva su contrato de alquiler del palacio presidencial de San Telmo. Un sector significativo del sanchismo, el más resentido y menos lúcido, preferiría en su fuero interno una derrota de Díaz, pero seguramente puede decirse lo mismo de significativos sectores del declinante susanismo con respecto a las expectativas electorales de Pedro: las primarias socialistas fueron una guerra civil y las posguerras de las guerras civiles suelen ser largas. Largas y rencorosas.

Educaciónsanidadyserviciossociales

Mientras llega el momento de la verdad en forma de elecciones, Díaz ha venido poniendo especial atención en remozar los deteriorados pilares de la socialdemocracia clásica. Educación (matrículas universitarias gratuitas para los alumnos que aprueben), sanidad (más presupuesto y más plazas) y servicios sociales (con particular énfasis en la dependencia y la renta mínima). Y empleo, claro, pero la creación de empleo es en realidad materia ajena a los poderes de un gobierno autonómico; es incluso ajena a los poderes de un gobierno central, salvo que favorezca los sueldos indecentes y facilite la pérdida de derechos laborales, que entonces sí que se crea empleo, es decir, empleo.

Pero también la oposición andaluza conoce la crucial importancia de esa trinidad socialdemócrata y por eso insiste tanto en que Díaz no la venera como es debido. El PP por un lado y Podemos e IU por otro hacen tenaza para, según el PSOE, desacreditar el sistema autonómico de bienestar social o para, según la oposición, denunciar las clamorosas deficiencias en la gestión del mismo. En todo caso, mejor pelearse por estas cosas materiales que no por los metafísicos asuntos que envenenan la política catalana.