El intercambio de frases, argumentos y latigazos entre Susana Díaz y Juan Manuel Moreno en las sesiones parlamentarias de control a la presidenta parece concebido por ambos contendientes con el propósito de ilustrar aquella máxima de William Blake según la cual “una verdad que es dicha con mala intención le gana a todas las mentiras que se te puedan ocurrir”. La última sesión parlamentaria del año, que no es lo mismo que la última sesión del año parlamentario, ha sido de nuevo una involuntaria vindicación de Blake.

Batallas perdidas

Las batallas dialécticas entre Moreno y Díaz suele perderlas el primero por su querencia a traer a la Cámara asuntos a los que no es difícil para Díaz darles la vuelta para utilizarlos en contra de su adversario. También las pierde, pero de esto no tiene la culpa el líder del PP, porque el Reglamento le permite a todo presidente cerrar el debate y Díaz no suele desaprovechar esa ventaja que le otorgan las reglas del partido.

Este miércoles 20, Moreno ha practicado la costumbre de decir verdades con mala intención recordándole a Díaz las cosas que más pueden herirla: su derrota en las primarias del PSOE, su ausencia en la campaña de las catalanas, los vaivenes territoriales de su partido, las protestas ciudadanas contra la erosión de los servicios públicos...

‘Presidenta a palos’

El líder del PP le dijo también que era “una presidenta a palos”: mentaba Moreno sin saberlo la soga en la casa del ahorcado, pues eso mismo, ‘candidato a palos’, llamaba una y otra vez el PP a Manuel Chaves cuando aterrizó en Andalucía en 1990… ‘a palos’ pero estuvo ganando elecciones durante veinte años. Mejor no mentar una expresión que, dicha a propósito de un presidente socialista andaluz, parece cargada por el diablo.

Y también se metió Moreno en su propia trampa retórica al presumir de que a él sí lo quieren en el PP catalán, y por eso ha ido a varios mítines de sus compañeros, mientras el PSC no quiere ver ni en pintura a Díaz. La alusión, cierta pero inútil, dio pie a la presidenta para burlarse de la ‘ayuda electoral’ de Moreno al PP de un Xabier Albiol que va a cosechar los peores resultados de su historia. Con ayudas así…

Apuros y cabreos

Moreno tiene un problema con Díaz: tal vez consiga cabrearla personalmente pero no consigue ponerla en apuros políticamente, que es a fin de cuentas de lo que se trata. Tal vez le fuera mejor al líder del PP utilizar las sesiones de control para formular preguntas comprometidas al tiempo que concisas, en vez de dedicarse cansinamente a exhibir ante el mundo el memorial de agravios infligidos por la Mala Díaz a Moreno el Bueno.

Por lo demás, el cruce de espadas de Susana Díaz con Antonio Maíllo, el líder de IULV-CA, fue en esta ocasión más bien sosote: ambos parecían luchar con inofensivos sables de madera. Y además no había arrojo ni convicción en las acometidas. Un par de pellizquitos de monja por cada bando y a otra cosa.

Preguntas y discursos

El choque con Teresa Rodríguez, líder de Podemos, no fue un anuncio navideño de la Lotería pero tampoco resultó dramático. Hubo pullas, pero no sangre; reproches pero no ensañamiento. A Rodríguez le pasa a veces lo que a Moreno: que no hace preguntas sino discursos, lo cual da ocasión a Díaz a replicarle… con otro discurso. Parece que la líder de Podemos estuviera más interesada en responderse a las preguntas que ella misma se hace que en hacérselas de modo sucinto, directo y helado a la presidenta.

Por ejemplo: Rodríguez estuvo brillante al recordar que la salud de las ‘kellys’, pongamos por caso, no depende solo de tomar ibuprofeno, sino más bien de no disfrutar de unos derechos laborales medianamente decentes. Y tampoco estuvo mal la líder de Podemos al hablar de la pobreza, del paro, de la salud, de la Renta Mínima, de los desahucios, de Canarias, de Rumanía, de la fiscalidad, de la protección social… Demasiadas cosas. Ah, y de las dietas de los diputados.

El precio

Rodríguez parece estar más a gusto quejándose de que los diputados cobren dietas en meses parlamentariamente inhábiles que trabajándose las complicidades necesarias para cambiar esa situación. En la política parlamentaria, además de tener razón hay que hacer cosas para que los demás te la den. Y Rodríguez no las hace. No las hace porque hacerlas tiene un precio: el Parlamento es el lugar donde los políticos conocen de verdad el precio –triste y oscuro precio– que hay que pagar para cambiar las cosas. El error –o la opción– de Rodríguez es que quiere cambiarlas sin pagar precio alguno para lograrlo.

Por supuesto, la presidenta se quejó de que Rodríguez no le hacía preguntas concretas. Pero se trataba, por supuesto, de una queja retórica, interesada: siempre es más fácil contestar a un buen discurso que a una mala pregunta. Salvo que la pregunta, claro está, encierre alguna verdad dicha con mala intención.