El libro, titulado ‘Transición’, que acaba de publicar Santos Juliá no es tanto una descripción histórica de la restauración democrática conocida como Transición, que también, como una historia de la idea misma de transición, cuyos orígenes sitúa el autor 80 años atrás, en plena Guerra Civil y de la mano del presidente de la República Manuel Azaña.

Juliá define el concepto de transición como “una situación provisional en la que todos los ciudadanos del Estado español recuperasen sus libertades y derechos con vistas a iniciar un proceso constituyente”.  Obviamente, materializar una idea así requiere renuncias por ambas partes: requiere “actitudes que faciliten el reencuentro y la reconciliación de quienes combatieron en uno y otro campo”.

Indignación civil

No es improbable que el móvil inicial de Santos Juliá para emprender esta obra de casi 700 páginas fuera una cierta indignación civil pero también profesional contra quienes -como muchos dirigentes de Podemos y bastantes de Izquierda Unida- simplifican la historia, restan toda grandeza política y moral a la Transición y hasta la interpretan como una operación urdida en la oscuridad por las élites franquistas para que nada cambiara y el poder siguieran ostentándolo los mismos de siempre.

A los debeladores de la Transición les vendría bien conocer que uno de los más tenaces “pregoneros” –así lo llamó Juliá durante la presentación de su libro esta semana en Sevilla- fue Marcos Ana, el mismo hombre al que el año pasado la Comisión de Cultura del Congreso rindió un sentido homenaje a iniciativa de Unidos Podemos. Después de 21 años en las cárceles franquistas, Marcos Ana defendería desde el exilio la amnistía para los dos bandos: “Al igual que el PCE desde el año 56, él habla entonces de que lo que importa no es monarquía o república”, sino un régimen de libertades donde quepan todos, vencedores y vencidos.

Un proyecto codificado en los 60

Aunque “el proyecto de la Transición se codifica como tal ya en los 60”, el historiador, escuchando con atención “las voces del pasado”, intenta demostrar documentalmente que “bien podría trazarse una línea que partiendo de la Guerra Civil llegara sin interrupciones hasta el primer Parlamento elegido para iniciar el proceso constituyente”. La Transición, pues, como tradición, no como traición.

Presentado por la periodista y directora del Centro de Estudios Andaluces, Mercedes de Pablos, el historiador explicó en la Biblioteca Infanta Elena, ante un público cuya media de edad frisaría los 50, algunos de los hechos e ideas que recorren ‘Transición. Historia de una política española (1937-2017)’, editado por Galaxia Gutenberg.

Después de Franco, ¿qué?

La pregunta “Después de Franco, ¿qué?”, que formuló por primera vez Dionisio Ridruejo en un artículo en inglés publicado en Estados Unidos, vino a ser el hilo conductor de la mayoría de los planes ideados por la oposición de dentro y fuera de España, planes en muchos casos compartidos por elementos del régimen que se habían ido distanciando de él.

Antes de ello, el punto de inflexión en la historia de la transición (con minúscula) serían las protestas universitarias 1956, a raíz de las cuales los hijos de los vencedores y de los vencidos convergen en unos propósitos de reconciliación que no podrán llevarse a efecto hasta después de la muerte del dictador, en noviembre de 1975.

¿Posfranquismo?

Para el historiador y biógrafo de Azaña, la Transición propiamente dicha concluye en 1978 con la aprobación de la Constitución y la instauración de un régimen plenamente democrático. “Me parece confuso hablar de posfranquismo”, sentencia Juliá.

Uno de los errores que suelen cometerse al enjuiciar la Transición es culpar a esta de malas decisiones tomadas por los sucesivos gobiernos. El caso paradigmático sería la cuestión territorial, cuya evolución parece desalentar a Juliá: “Hemos creado un Estado de tendencia federal, pero sin instituciones federales que garanticen la lealtad y la solidaridad entre las partes”. Que tales instituciones no existan sería, en todo caso, atribuible a un mal gobierno, pero no a una mala Transición.

La pregunta de Zavalita

Visto el éxito del malicioso sintagma ‘régimen del 78, acuñado por líderes de Podemos, cabe preguntarse, como el Zavalita de ‘Conversación en la catedral’, cuándo “se jodió” la Transición. Para Juliá “las miradas a la Transición se modificaron y enfrentaron bien entrada la década de 1990, cuando los partidos volvieron a usar el pasado como arma política del presente”.

Fue en esas fechas cuando se forjaron los relatos que habrían de transfigurar la hasta entonces exitosa Transición en “mito, mentira, amnesia, traición y, finalmente, régimen del 78”, escribe Juliá en el epílogo del libro. Y aquí el profesional de la historia cede la pluma al civil indignado para reprocharle abiertamente al PCE, “otrora el más correoso artífice y defensor” de la Transición, el habérsela “regalado de buen grado a la derecha” en un “ejercicio de borradura de su propio pasado”.