Miserables.- Los presos políticos de mentira, los exiliados de mentira y los muertos de mentira. La retrógrada manada secesionista fabrica mentiras dolorosas para mucha gente que tuvieron presos políticos de verdad, exiliados de verdad y muertos verdaderamente muertos. Mi altocargo clama en el desierto del salón de casa, pepoteando un grado menos: indiferencia eterna hacia los miserables que utilizan palabras que hieren como espadas.

Seis lustros de envidiable aburrimiento.- La reivindicación del bostezo, por cierto, vino con Borbolla. Escuredo era vértigo, la cosa salía a épica por jornada: un día huelga de hambre; otro día cabreo con Guerra por el mamomeo del retraso en las transferencias y al siguiente el decreto de reforma agraria en un trasiego de cantautores. Un no parar de blanca luz y verde viento. Con Borbolla, calmo en el hablar adverbiado y tozudo en los envites, arribó un tiempo de despachos y gestiones, de controles presupuestarios y jefes de gabinete. A los pocos meses, las reivindicaciones que se escuchaban en los pasillos eran las de la consolidación de los complementos de los funcionarios. Carlos Cano tuvo que tirarse de cabeza a la copla ante la sequía de advenimientos revolucionarios y hasta descubrimos con hondo penar que Manuel Gerena cantaba mejor contra Franco. La California de Europa resultó una razonable aburrición con sus señorías bostezando hondamente la libertad. Y la Andalucía Imparable de Chaves acabó convirtiendo al bostezo en el más profundo sesgo institucional de su largo reinado.

Políticos presos.- En este apartado mi altocargo siempre trae de suyo a  Pacheco o Pilar Sánchez, encarcelados por muy discutibles sentencias que hubieran ido más que sobradas con penas de inhabilitación. Ahora, dice,  habrá que añadir el de Javier Gómez, que fuera alcalde de Huesa y cometiera el terrible delito de pagar a los jornaleros con la partida presupuestaria inadecuada. Se sube a las paredes por la inexplicable dureza del Supremo, convirtiendo en cárcel seis meses de suspensión de empleo y la villanía  del Gobierno al negarle el indulto, no fuera que los independentistas se le enfaden todavía más. Habrá que dejar de bostezar un rato, amore mío, y acudir a Miguel Hernández y que la gente se levante brava sobre las `piedras lunares contra la injusticia de la justicia ciega.

Nunca más, nunca más.- En las barras donde aprendí periodismo, uno de mis clásicos no se cansaba de repetir, gin- tónic en mano va: nunca más, nunca más. Eran tiempos confusos, con policías de verdad a los que se le escapaban disparos de verdad que mataban a estudiantes de verdad y la sensación de que en cualquier instante iba a entrar por la puerta una autoridad, militar por supuesto, y nos iba a mandar a todos al paredón. Frente a la generacional ebullición de los periodistas más jóvenes, las ansias de ruptura y de que la tortilla diera la vuelta, mi veterano colega  solía repetir  piano el buen  nombre de la reconciliación: nunca más Cristinita mía, nunca más. Fue mi él quien me contó aquello de Lenín y don Fernando de los Ríos. Si hubiera leído a Avendaño la cosa del estado de la comunidad habría apostillado sin falta: ¿Libertad para qué? Pues libertad para bostezar. La buena política no es otra cosa que bostezos y encuestas.