La cultura hispánica es pródiga en personajes del arte y las letras que pronto se convierten en patrimonio popular. Así, don Quijote y Sancho, don Juan Tenorio, Cantinflas y Mafalda son patrimonio hispánico, no solo por su manera de pensar y analizar el mundo y la vida, sino también por su forma de expresarse en el diario intercambio de opiniones y todo ello hasta tal punto que hay muchos hispanos que cazan finamente el hablar quijotesco o sanchista, el tenoriense, el acantinflado o el mafaldiano a base de imitar su acento, su retórica y modo de expresión, su fonética, su cadencia y hasta sus andares.

Tal fue la fuerza con que Chiquito de la Calzada (llamado así por haber nacido en una zona del centro de Málaga bajo el patronazgo de Santo Domingo de la Calzada) caló en la conciencia de sus seguidores y partidarios que ha sido normal que lo imitaran con pericia suma desde los españoles más llanos y sencillos hasta el mismísimo rey emérito don Juan Carlos de Borbón quien, si hemos de creer al periodista granadino Jaime Pelñafiel, lo imitaba frecuentemente tanto en su verbalidad como en su manera de andar y desenvolverse hasta que le sobrevino la enfermedad motriz que ahora  lo aqueja.

La gracia de Chiquito, como la de todos los grandes cómicos que en el mundo han sido, residía tanto en el contenido de sus parlamentos como en el salero con que recubría el parlamento mismo y el gracejo meridional español (pol-lagloria-de-mi-mare, pecadol, condemol, finstro, etc.) con el que aliñaba la pronunciación de las descripciones jocosas de sus argumentos, acompañados de la música de wensters de series televisivas tan populares como La Casa de la Pradera o de películas como Los Siete Magníficos. Chiquito abarcaba con su humor todas las claves de la comicidad popular basada sobre todo en el flamenco, entendido como arquetipo étnico y cultural de lo (español) europeo, de la misma manera como el mexicano de Cantinfas era el arquetipo con que Mario Moreno se remitía a lo hispano (americano).  Y todo ese discurso, lingüístico y gestual tenia el valor de ser un instrumento para ganarse el sustento diario, poder, necesidad e instrumento esgrimido de toda la vida por los cómicos de la legua.

Nadie como Chiquito supo armonizar el ritmo de su discurso fonético con el baile de lo musical y la armonìa del síncope corporal con que marcaba los compases de una melodía ancestral nacida de las esencias del duende flamenco. Nadie podrá achacar a los cultos que lo admirábamos descender en la escala de lo artístico ni de lo social. Como Lope de Vega dejó establecido en su Arte Nuevo de hacer Comedias, Chiquito ha sido capaz de legarnos una forma nueva y diferente de chistear desde los escenarios habiendo aprendido en primera estancia a hacerlo desde los tablaos , él que empezó a curtirse en el flamenco en la proverbial cuna malagueña del Café de Chinitas donde, como en el de Levante, qué más da, entre palmas y alegría cantaba la Zarzamora imbuida por su pena original que nadie como ella supo disimular.

Claro que, cuando Chiquito de la Calzada se quedó sin compañera, ya no fue capaz de seguir disimulando y la vida se le apagó como se consume, chisporroteando, el aceite de un candil.