Nuestra capacidad de indignación no es limitada, más bien todo lo contrario, pero sí es rigurosamente sucesiva. Podemos indignarnos por una cosa y por su contraria pero nunca simultáneamente. Si odias a Hitler no puedes odiar al mismo tiempo a Stalin cuando este está combatiendo lealmente a aquel; podrás odiar al sátrapa georgiano pero después, no al mismo tiempo que al Führer.

El proceso de radicalización política en Cataluña ha tenido la virtualidad de agrupar en bloques compactos asuntos que antes estuvieron dispersos e incluso alojados en campos magnéticos opuestos. Quienes al sur del Ebro se indignaron con la recogida de firmas del PP contra el Estatut no pueden hoy sentir de nuevo y con pareja intensidad aquella indignación, porque su ira civil se ha desplazado y está ahora monopolizada por el golpe anticonstitucional de las autoridades catalanas. Aquella campaña vil y ventajista del PP ha sido galvanizada con un baño de olvido y absorbida por el campo magnético del constitucionalismo, con el que aquel indignado de 2006 se siente hoy plenamente identificado.

Indignaciones pasajeras

Otro ejemplo: quienes se indignan por la suspensión de facto de la autonomía catalana si se aplica el 155 no pueden hacerlo al mismo tiempo y con la misma intensidad con quienes desde la Generalitat burlaron previamente el Estatut. Otro más: hubo sincera indignación de muchos ciudadanos antisecesionistas con la actuación policial del 1-O pero ha sido reemplazada por la que ahora suscita la temeraria terquedad de Puigdemont en defender las bondades del abismo.

Uno de los problemas a los que nos enfrentamos es que a este lado del Ebro ha ido creciendo una indignación similar – igual de santa, igual de sincera, igual de obtusa– a la del otro lado y con igual capacidad para explosionar en cualquier momento. Bastará con que alguien decida alentarla y gestionarla adecuadamente –el PP ya lo habría hecho si estuviera en la oposición– para que esa irritación se dispare, ya sea en forma de boicot a los productos catalanes, en forma de recentralización política o en forma de histérica reclamación de cárcel para media Cataluña.

Otra vez ‘Todo por la patria’

Es obvio que el secesionismo alienta y gestiona la indignación de los suyos con mucha más habilidad que el constitucionalismo, pero es que juega con ventaja: cuando la gente catalana se apunta ciegamente al lema ‘Todo por la patria’ que popularizó la Guardia Civil, es fácil hacer que se enrabiete ya sea confrontándola con los patriotas del otro bando, ya mostrándole la traición de los tibios del propio bando.

Ahora que en España ¡por fin! ya solo cuatro gatos, los más cerriles de entre nosotros, seguían creyendo de verdad en el ‘Todo por la patria’ que tantos disgustos nos han ocasionado históricamente, llegan unos tipos con Puigdemont a la cabeza y ponen de nuevo el patriotismo en circulación, y además quienes lo hacen provienen del territorio que más juiciosamente había sabido dar la espalda al funesto lema. Al secesionismo catalán nunca le perdonaremos que haya hecho de todos nosotros unos patriotas, precisamente cuando más seguros estábamos de que, felizmente, esa necia ‘pantalla’ ya la habíamos dejado atrás.